ADIÓS, MATRIMONIO, ADIÓS

ADIÓS, MATRIMONIO, ADIÓS

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Los académicos que limpian, fijan y dan esplendor a nuestra lengua, se empeñan en mantener que el matrimonio es la unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales. Y el catolicismo convierte el matrimonio en sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan – ¡perpetuamente!- con arreglo a las prescripciones eclesiásticas.

Obligados a aceptar esta situación por órdenes directas del diccionario y la católica iglesia, debemos admitir que el matrimonio poco tiene que ver con el amor, al tratarse de un invento humano basado simplemente en un contrato que puede extinguirse por voluntad de los contrayentes, urdido sin más finalidad que higienizar socialmente la situación de la pareja y su prole.

Cuando el acuerdo se aleja del afecto amoroso, la vinculación se convierte en atadura y el compromiso en jaula impermeabilizada, entonces el contrato matrimonial no debe imponer continuidad perpetua a la pareja, por muchas bendiciones que haya recibido ante el altar o conciertos hayan firmado los protagonistas.

Cuando el amor sale por la ventana, la ilusión ha perdido el brillo en las pupilas y el reflejo de cada miembro de la pareja se ha marchitado esperando una reconquista imposible porque el cariño ha olvidado su paradero, el matrimonio ha de aceptar su derrota por K.O. técnico debido al oppercut propinado por el desamor.

Cuando los contratantes no están dispuestos a recrear el pacto cada día afianzando el concordato al futuro, todo está irremediablemente perdido en el torbellino de la infelicidad sin posibilidad de rescate, porque en el matrimonio no todo condimento es orégano aromatizado de felicidad, ni todo tiempo es orgasmo.

Cuando la rutina asoma por la alcoba, el tedio se abre espacio en el hogar, el aburrimiento se hace costumbre, la imaginación reseca la esperanza y el dolor se reparte sin compartirse, entonces el amor huye dejando pelos en la gatera y la redención se aleja camino de la nada, con los malos recuerdos a cuestas, haciendo imposible la resurrección.

RELECTURAS

RELECTURAS

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Hay lectores voraces que consumen toda la literatura que pasa por sus manos; otros se circunscriben a un género literario concreto; algunos se instruyen con ensayos para acrecentar su erudición; y no faltan quienes leen portadas y contraportadas de libros antes de abandonar los textos en las estanterías domésticas.

Yo dedico mi preferencia a las relecturas de libros que me han complacido en su primera lectura, proporcionándome momentos de dulce bienestar, salvo cuando las investigaciones me han llevado a textos de obligada lectura para documentar mis libros.

Confieso mi rechazo a las novedades literarias por el espanto que me han producido algunas de ellas, y sólo me acerco a páginas nuevas cuando reiterados amigos en los que confío, me recomiendan la lectura de una obra, aunque no figure entre las más vendidas, junto a impresentables “ambiciones” de la princesa populachera.

La relectura evita que los árboles de la trama o el mensaje, impidan ver el hermoso bosque literario que un libro esconde en sus páginas, imposible de llevar a las pantallas, como le sucede a la historia de la familia Buendía, a las aventuras del señor Quijano, al maestro poeta sevillano, a los gitanos granadinos, al marinero de Isla Negra, a los sueños y buscones del cojo Villegas, al hijo de Gertrudis en Dinamarca y a los pocos escritores que en el mundo han sido.

En contra del sentir común, no creo que las imágenes valgan más que las palabras, sino todo lo contrario. Pienso que la fina artesanía de una frase bien trabada, es imposible mostrarla en imágenes por perfectas que éstas sean, como sucedió en Macondo, La Mancha, a orillas del Darro, frente al océano, por las calles de Madrid o en otros lugares.

Releer textos placenteros sabiamente literaturizados es revivir la felicidad que reportan a voluntad propia, sin prisas por llegar al desenlace, entreteniéndose en el camino cuantas veces requiera el placer de la lectura, retornando a la página anterior o saltando arbitrariamente de página, porque el argumento ya es conocido y solo se pretende alargar placenteramente las horas con la lectura.

ABRAZO DE AÑO NUEVO

ABRAZO DE AÑO NUEVO

Yo

El amor y la amistad circulan separados en vías paralelas que se mantienen unidas por innumerables traviesas, cumpliendo éstas la contradictoria misión de unirlas, separando sus caminos para evitar cruces de raíles, hasta el encuentro de ambas en la eternidad infinita, cual sumidero de amores, amistades, vidas y esperanzas.

En el amor existen las mismas angustias y ansiedades que en la amistad, y a su vez, ésta participa de la lealtad y sinceridad que reclama el amor. Ambos nacen, crecen y se reproducen en hijos o nuevas amistades, pero ninguno de ellos garantiza la perpetuidad, aunque los dos tengan vocación de eternidad.

La amistad es tan impaciente, generosa y pacífica como el amor, y éste comparte con ella la bondad, el optimismo y la solidaridad. Ambos alejan la envidia, evitan la jactancia y gozan con el éxito del enamorado o el amigo, aunque no reciba uno parte del beneficio obtenido por el otro.

El amor y la amistad se nutren de confidencias, saborean felicidad, alejan la soberbia, estimulan el ánimo, comparten proyectos, degustan complicidad, desconocen el rencor, mantienen el humor, sobreviven en la adversidad, ejercen la tolerancia y son indulgentes con los errores ajenos.

Pero hay algo que los separa; algo que desiguala el amor y la amistad, porque las traviesas ferroviarias de la pasión, la comparecencia y la presencia han perdido los tornillos que mantenía unidos el enamoramiento y la hermandad, haciendo necesario el roce en el primero de ellos siendo, prescindible en la segunda, porque el amor exige la presencia física de los enamorados, algo que la amistad no reclama.

Los enamorados necesitan frecuentarse, tocarse, convivirse y amarse, para alimentar el amor, igual que el fuego precisa de las chispas, el calor y la luz. Pero a la amistad le basta la certeza de permanencia, aunque la distancia sea grande y largo el tiempo de ausencia.

A todos los amigos que tengo repartidos por el mundo, caminando con mi recuerdo a la espalda, les envío un abrazo fraternal sin desearles la felicidad que para ellos anhelo, en la seguridad de que los meses o años que pase sin caminar con ellos del brazo, no mermará el cariño, ni menguará el aprecio que les guardo, ni declinará la placentera nostalgia que me reporta su recuerdo.

DESDE EL BALCÓN

DESDE EL BALCÓN

Homenaje a Unamuno

Recuerdo, homenaje y gratitud.

Con esos tres argumentos nos ha congregado un año más el Ayuntamiento, junto al pensativo Unamuno broncíneo de Serrano y frente a ese balcón desde el cual habló don Miguel a los salmantinos que lo vitoreaban, en esta misma plazuela, el jueves 13 de febrero de 1930 -al regresar del autoexilio-, para oírle decir que llevaba seis años esperando aquel encuentro con ellos, y que regresaba con la fuerza suficiente para conquistar la libertad que a todos faltaba, pidiéndoles que contaran con él para todo lo que pudiera serles útil.

Desde ese mirador de sus sueños, nos contempla hoy Unamuno, unidos al pie del torreón de las Úrsulas, recordándonos que el sol se ponía en el incendio de las nubes de oro del ocaso, tras la cortina de verdura de los álamos que emergían del torreón verde y oro, como alta visión renacentista, alboreando la conciencia de patria y consolando la mirada conmovida del maestro hacia esta fortaleza de piedras azafranadas, que desde hace siglos nos contempla a todos los salmantinos.

A dos pasos de aquí, frente al mirador, permanece el provinciano parque, rincón donde sigue brotando cada primavera el tierno plumoncillo de las hojas nuevas, dando la sensación de que el tiempo se detiene y remansa en la eternidad de un pasado que es a la vez porvenir, y de una puesta de sol que se confunde con el alba. En tal oasis soñó Unamuno despierto porvenires suyos, de Salamanca y de España. En ese bendito campo franciscano, abrigo de remanso y centro del universo, escuchó muchas veces el rumor de las aguas eternas.

Allí, al lado, en la capilla de la Veracruz, sigue estallando el barroco embutido en talla dorada, eternizándose para él la expresión de dolor sobrehumano en la Dolorosa de Corral. Y al salir del remolino formado por volutas ambarinas, veía, Unamuno, ya con otra alma, caer y rodar por la tierra las hojas doradas al sol en su áurea ciudad adoptiva.

Desde ese balcón atalayado, contemplaba también la torre de Monterrey con su calada crestería, verdadero encaje de piedra, viendo desfilar hombres y días, hablando del pasado y del futuro, repitiéndole hoy al alma que la contempla, cuanto decir cabe a quien habla consigo mismo, a quien acierta a expresar su persona, a quien logra ponerse desnudo de espíritu a la luz helada de su sombra. Y esa torre, metióle en su ánimo el ansia tormentosa de decir lo indecible. Decir lo que se ve y decirlo de modo que se vea oyéndolo. Confidente torre que vio madurar sus sueños en el balcón.

Y por la vieja calle de la empinada Compañía, entre piedras doradas, iglesias y conventos, subía el maestro anhelando una España celestial, colgada siempre de las estrellas, camino de las aulas universitarias.

Esa fue la visión cotidiana que contempló Unamuno, día a día, durante los 16 años que apoyó sus manos en la barandilla de ese balcón, que aún guarda sus más íntimos recuerdos personales y los pensamientos más profundos de este sentidor universal.

También la mañana del 31 de diciembre de 1936 ese balcón fue puente de unión entre don Miguel y la agitada vida salmantina, desde que se recluyó en el caserón tras el incidente del 12 de octubre. Frente a él pasó la mañana el día de su muerte que hoy evocamos, retirando témpanos suspendidos en la barandilla, mientras contemplaba los negrillos nevados flotando sobre la nube helada de algodón que cubría la calle adoquinada.

Concluido el almuerzo, Felisa llevó a Miguelín a ver belenes y María pasó a casa de su vecina Paquita, encamada con gripe, quedando solo don Miguel, en la camilla, sobre el sillón frailero, contemplando la higuera del patio interior antes de releer los últimos versos, anticipando que su destino sería morir soñando, porque si se sueña morir, la muerte es sueño y ventana al vacío donde todo sueño se diluye en humo y se difunde al infinito en manos del eterno invisible.

Unamuno pronunció sus últimas palabras con aliento helado en la casona. Y lo hizo a primeras horas de la tarde, frente al falangista Bartolomé Aragón, invocando la salvación de España en el cortante silencio del salón, cayendo luego de bruces sobre la camilla, sin que el doctor Núñez pudiera hacer algo por contener la hemorragia bulbar que puso fin a su vida.

La noticia de su muerte corrió tímidamente de casa en casa, comenzando a llegar íntimos vecinos al caserón con miedo a ser estigmatizados, al tiempo que el gobernador reforzaba el control de la casa y los alrededores para evitar inasequibles alteraciones del orden. Mientras esto sucedía, el pintor José Herrero captaba con urgencia su rostro, y los dolientes amigos se inclinaban ante el cuerpo yacente de don Miguel, ya deshabitado, pues su alma había huido hacia el destino buscado por él en años de interminable agonía, alojándose finalmente en el misterioso hogar del Padre Eterno, donde setenta y siete años después permanece, moviéndonos a recordarle.

Protagonista, sin pretenderlo, de la tragedia griega que le tocó vivir entre dos cruentas guerras inciviles, que mecieron su cuna y apuntalaron el nicho donde reposa. Alfa y omega de una vida jalonada de lucha contra el misterio, contra todo y contra todos. Principio y fin de una historia personal trenzada de indultos y condenas, porque Unamuno siempre reclamó el derecho a ser lo que quiso ser en cada momento, sin que nadie ni nada pudiera impedir que fuera aquello que dictaba su deseo. Prólogo y epílogo de una agonía cristiana que nace en el vientre de su madre Salomé y se hunde definitivamente en el lago de San Martín de Castañeda, junto a las ruinas de Valverde de Lucerna. Y entre esas dos guerras, el gran arcano, acompañándole siempre para explicarnos sus angustias y temores; sus idas y venidas; sus dudas y certidumbres; sus desesperanzas e ilusiones.

Así fue el último día de un personaje singular, que fue miembro de la Junta Municipal de Asociados; concejal electo del Consistorio; regidor síndico del Ayuntamiento; alcalde honorífico; decano, vicerrector y rector de la Universidad; diputado salmantino al Congreso; Ciudadano de Honor; presidente de las asociaciones obreras y gremiales salmantinas; hijo adoptivo de la ciudad y medalla de oro salmantina, a quien rendimos en el septuagésimo séptimo aniversario de su muerte, este homenaje de gratitud por su obra literaria, por su testimonio de honradez personal, su compromiso social, su entrega a la ciudad y por su ejemplo de búsqueda de la verdad por encima de la paz. Y lo hacemos horas antes de traspasar el umbral del nuevo año que conmemora el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento.

HOMENAJE A UNAMUNO

HOMENAJE A UNAMUNO

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He sido invitado por el Ayuntamiento de Salamanca a pronunciar un breve discurso frente a la casona de Bordadores, con motivo del septuagésimo séptimo aniversario de la muerte de Miguel de Unamuno y Jugo, en el acto que cada año organiza el Consistorio para homenajear al personaje.

A las cuatro de la tarde del jueves 31 de diciembre de 1936, caía nuestro hombre de bruces sobre la camilla de su casa, herido de muerte a causa del “mal de España”, aunque el doctor Adolfo Núñez certificara que murió por una hemorragia bulbar, en plena guerra incivil española, con el alma ensangrentada de dolor.

Ese día enmudeció una de las voces más sabias de nuestra historia; un liberal socialista con ideario político sin ataduras partidistas; un intelectual comprometido con la liberación de obreros y campesinos; un republicano decepcionado con los gobiernos republicanos; un padre espiritual de sus alumnos; y un profesor excepcional.

Padre que concilió la bondad doméstica con la firmeza paterna; político leal con la verdad y el servicio público; maestro benevolente en la cátedra y exigente en el trabajo; agitador de conciencias dormidas; formador de espíritus rebeldes; luchador por la justicia; rector diligente; hombre sabio, rebelde, honrado, generoso, inconformista, sincero y, sobre todo, leal a sí mismo, a su familia, a su profesión y a sus amigos.

A quien fue Catedrático de la Universidad de Salamanca, Rector vitalicio de la misma, diputado nacional en las Cortes Constituyentes de la segunda República, concejal electo del Ayuntamiento de Salamanca, alcalde honorario perpetuo del mismo, presidente del Consejo de Instrucción, Ciudadano de Honor de la República, doctor honoris causa por las Universidades de Oxford y Grenoble; presidente de la Liga de Derechos del Hombre; candidato a Premio Nobel; presidente del Ateneo; presidente del Casino; presidente de la Federación Obrera; novelista, poeta, dramaturgo, ensayista, filósofo, articulista, crítico literario, prologuista y dibujante, evocamos hoy en esta humilde bitácora al cumplirse setenta y siete años de su muerte.

A este luchador contra todo y contra todos, incomprendido por todos, víctima mortal de la guerra y protagonista sin pretenderlo de la tragedia griega que le tocó vivir entre dos cruentas guerras civiles, vaya este abrazo filial hasta el nicho donde descansa su cuerpo cansado de tanto bregar, mientras su alma deambula por los corredores de un misterioso hogar, sin encontrar respuesta a los interrogantes que atormentaron su vida.

TEMOR AL SER HUMANO

TEMOR AL SER HUMANO

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Llama la atención que el mayor temor del ser humano, sea al propio ser humano, es decir, al animal de su misma especie, porque en lugar de protegerse mutuamente entre ellos, se lían a cinturazos, castigos, torturas, cañonazos y tiro limpio, para apropiarse unos de los bienes que pertenecen a otros.

Aparte de balazos, mordazas y prisiones empleados contra los rebeldes, habladores y luchadores, el grupo privilegiado y minoritario de terrícolas que gobierna a la inmensa mayoría de bípedos oprimidos desde las instituciones y entidades financieras, pervierte las bases de la convivencia y el derecho, en su propio beneficio.

Hoy se teme más al ser humano que a las tempestades, los desastres naturales, los terremotos, las inundaciones, las dentelladas de felinos, las epidemias exterminadoras, las picaduras de insectos o las mordeduras de cobras. Hoy el ser humano teme a los sartenazos que puedan venirle de animales de su misma especie, pero distinta ralea.

Se teme a los políticos que engañan, a sus decretos exterminadores, a su efecto institucional contaminante de podredumbre y a sus órdenes de guerra. Se teme a la codicia insaciable de los banqueros, a los millonarios sin escrúpulos, a los empresarios explotadores, a los capataces y los verdugos.

Se teme a los terroristas asesinos, a los politiquicías represores, a los violadores lapidarios, a los mercaderes humanos, a los matarifes exterminadores, a los fríos ametralladores, a los torturadores inclementes, a los maltratadores, a los matones a sueldo, a los mercenarios, a los explotadores y a otras subespecies degeneradas de la raza humana, que pueden arruinar la vida del vecino por una sola lenteja.

INOCENTES PREGUNTAS DE LOS INOCENTES

INOCENTES PREGUNTAS DE LOS INOCENTES

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La liturgia católica recuerda hoy la condena a muerte decretada por Herodes contra los inocentes niños menores de dos años nacidos en Belén de Judea, dándonos pie a preguntar con la inocencia de los infantes, algunas cuestiones que ignoramos, para las que no tenemos respuesta:

Por qué los seres humanos gastamos en armamento para matarnos, el dinero que bastaría para erradicar enfermedades, eliminar el analfabetismo y extirpar el hambre.

Por qué los mandamases mienten sabiendo que mienten, prometen lo que no van a cumplir, perjuran ante los crucifijos y siguen considerándonos imbéciles de solemnidad.

Por qué los condenados por la justicia en sentencia firme no van a la cárcel y quienes debían acompañarles son indultados injustamente, por obra y gracia de los sin gracia.

Por qué el nacimiento en mansión y cuna de organdí redime de toda falta y pecado, mientras la llegada al mundo en chabola y jergón de paja, mutila, margina y castiga.

Por qué la justicia es igual para todos los beneficiados de su buena vista y para los condenados por su ceguera, siendo esas igualdades tan desiguales e injustas.

Por qué nos dejamos llevar por el tsunami de la resignación, la indolencia, el silencio y la apatía, sin avergonzarnos de nuestra estupidez, invalidez, ronquera y cobardía.

Por qué piden transparencia las personas más opacas; igualdad, quienes más discriminan; sinceridad, los más embusteros; justicia los aforados; y generosidad, los codiciosos.

Por qué el Evangelio cristiano y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, siguen desterrados a las tinieblas del olvido, el incumplimiento y la conculcación.

Por qué los jóvenes aceptan resignados las tapias y alambradas puestas a su futuro y no cuelgan de las concertinas a los responsables de tanta frustración y condena.

Por qué los quebradizos ídolos sociales de barro, los dioses de porcelana mediática y los becerros de oro, han desplazado los valores eternos del trono que les pertenecen.

Por qué las personas honradas, lúcidas, trabajadoras, generosas, sinceras, abnegadas y con vocación de servicio público, no aparecen en listas electorales.

Por qué los políticos se han dejado suplantar por politiqueros; los estadistas, por electoreros; los sindicalistas por sindicalistos; los empresarios, por explotadores; los inversores, por especuladores; los apóstoles, por capelos;  y los trabajadores, por ovejas temerosas al pastor y sus mastines, cuando un topetazo de los muflones bastaría para arrojar a los rabadanes por el despeñadero.