MATAR AL MENSAJERO

MATAR AL MENSAJERO

Entre los deportes que practica el señor Urdangarín desde que dejó profesionalmente el balonmano para dedicarse a los negocios institucionales, destacan especialmente el de hacer footing mañanero por las calles nevadas de Washington y el de matar al mensajero.

Parece claro que el primero de ellos lo practica para coger fondo y masa muscular por si se lesiona ejercitando el segundo, viéndose obligado a moverse durante unos años en el reducido espacio de una patio carcelario, si todo es como dicen los medios de comunicación que es.

El yernísimo pretende cambiar la realidad por su contrario, invirtiendo el orden de las cosas para hacernos creer que las noticias anteceden a los hechos cuando en realidad son ellas la causa y el origen de éstos. Pues no, no es así, querido amigo. Primero suceden los hechos y después se cuentan, careciendo el narrador de culpa alguna en los actos que describe.

En su afán por seguir engañando al personal, el marido de la duquesa pretende insultar la inteligencia de los súbditos reales invirtiendo la secuencia para hacer creer a los vasallos del suegro que la bomba encontrada en los cimientos del Palacio de la Zarzuela la han puesto quienes han descubierto el explosivo depositado allí por él.

Basta leer el comunicado telefónico hecho ayer por el duque consorte a la agencia Efe desde su dorado exilio americano, para fortalecernos en la idea que tenemos sobre la catadura de tan escurridizo personaje.

El presunto carterista de guante regio se lamenta cínicamente en su comunicado de los daños que están causando a la familia real las informaciones y comentarios aparecidos en los medios de comunicación, pretendiendo con ello culpar al mensajero de las tropelías supuestamente realizadas por él.

Tiene gracia. No, perdón, como diría el cartagenero Trillo: ¡Manda huevos con el chaval!

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