GRACIAS, EMILIANO
Conocí al profesor Emiliano Jiménez en sus madrugadoras clases de Geología en el Palacio de Anaya a mediados de la década prodigiosa y no volví a encontrarme con él hasta hace un año en la Asociación Amigos de Unamuno, de la que es miembro activo y participativo, junto a su esposa Pili, enferma de Alzheimer y asidua compañera en las tertulias unamunianas, con permanente sonrisa en los labios, belleza serena, mirada limpia y corazón en bandolera.
Sin saberlo, ella es sustento de vida de Emiliano y estímulo existencial que lo lleva de un lado para otro, acompañándola de la mano como dos enamorados, para quienes la desmemoria ha sido lazo entrañable de amor eterno y mutua gratitud de felicidad compartida, sin muestra de templanza en la donación del maestro a la compañera.
Gracias, Emiliano, por tu testimonio de incondicional entrega a quien todo lo fue, lo es y lo seguirá siendo, mientras te sea permitido consagrarte a ella.
Gracias, Emiliano, por hacernos soñar en quimeras que imaginábamos inalcanzables hasta que apareciste tú, abrazado a ella, entre nosotros.
Gracias, Emiliano, por blindarte amorosamente del dolor tras el caparazón espiritual de tus tortugas, para enseñarnos el camino de la felicidad.
Gracias, Emiliano, por indicarnos la ruta a seguir para agradecer a las personas inermes y desvalidas su contribución a nuestra bienaventuranza.
Gracias, Emiliano, por alumbrar con generosa luz y entrega incondicional, la dichosa vida que espera a los grandes corazones tras la desgracia.
Gracia, Emiliano, en fin, por tu ejemplo de vida, sincera amistad y abierta sonrisa, porque nos ha demostrado que es posible la redención del sufrimiento y la desgracia cuando se antepone el amor.