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Etiqueta: Alzheimer

GRACIAS, EMILIANO

GRACIAS, EMILIANO

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Emiliano

Conocí al profesor Emiliano Jiménez en sus madrugadoras clases de Geología en el Palacio de Anaya a mediados de la década prodigiosa y no volví a encontrarme con él hasta hace un año en la Asociación Amigos de Unamuno, de la que es miembro activo y participativo, junto a su esposa Pili, enferma de Alzheimer y asidua compañera en las tertulias unamunianas, con permanente sonrisa en los labios, belleza serena, mirada limpia y corazón en bandolera.

Sin saberlo, ella es sustento de vida de Emiliano y estímulo existencial que lo lleva de un lado para otro, acompañándola de la mano como dos enamorados, para quienes la desmemoria ha sido lazo entrañable de amor eterno y mutua gratitud de felicidad compartida, sin muestra de templanza en la donación del maestro a la compañera.

Gracias, Emiliano, por tu testimonio de incondicional entrega a quien todo lo fue, lo es y lo seguirá siendo, mientras te sea permitido consagrarte a ella.

Gracias, Emiliano, por hacernos soñar en quimeras que imaginábamos inalcanzables hasta que apareciste tú, abrazado a ella, entre nosotros.

Gracias, Emiliano, por blindarte amorosamente del dolor tras el caparazón espiritual de tus tortugas, para enseñarnos el camino de la felicidad.

Gracias, Emiliano, por indicarnos la ruta a seguir para agradecer a las personas inermes y desvalidas su contribución a nuestra bienaventuranza.

Gracias, Emiliano, por alumbrar con generosa luz y entrega incondicional, la dichosa vida que espera a los grandes corazones tras la desgracia.

Gracia, Emiliano, en fin, por tu ejemplo de vida, sincera amistad y abierta sonrisa, porque nos ha demostrado que es posible la redención del sufrimiento y la desgracia cuando se antepone el amor.

MARÍA TERESA LEÓN

MARÍA TERESA LEÓN

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Hace hoy veintiséis años que María Teresa León se le fue del corazón a Rafael y a nosotros de la historia, dejándonos el rastro perdido de una vida exiliada junto a su enamorado Alberti y la niña Aitana, sin que doblen las campañas por ella en las espadañas litúrgicas, ni eleven su recuerdo las páginas por esta escritora silenciosa, que recostó su cabeza en la plateada melena del poeta de la mar.

Fue María Teresa contadora de cuentos para soñar, escritora de melancólica memoria, musa enamorada del veintisiete, soñadora de retornos, sustento del poeta y armadora de esperanzas en sucesivos territorios desterrados, cuando el retorno se antojaba lejano, hasta que la tromboflebitis del usurpador se acomodó en el vestíbulo de La Paz ofreciéndole la redención.

La sierra de Aitana se agitó llorando como pañuelo al viento, despidiendo a la pareja el día que la locura clavó su estaca, fundiendo en sus cumbres la esperanza de un inmediato retorno, al emprender la caminata de país en país, sin paradero para sus delicados pies, heridos por cuarenta años de llorar una patria, con miedo a quedar dormida en alguno de los cementerios transeúntes por donde pasó, lejos de una España vacía de trigo por la metralla.

París, Marsella, Buenos Aires y Roma con mochila de infortunio al hombro, espíritu reforzado, mirada desconsolada y esperanza frustrada, sin otro afán que pisar la riojana tierra madre que la vio nacer, acariciando cepas de vino compartido durante sesenta años con el “tonto de Rafael”.

De vuelta a casa, ennegreció su alma el sabor amargo de la vejez ganada en dolor forzado de exilio, víspera del destierro definitivo que la abandonó en un tren sin retorno camino de la nada, olvidando que fue el verso azul del veintisiete, herida de muerte por la enfermedad incurable del olvido, dándonos tiempo a recordar que el inesperado Alzheimer se apoderó de su mente, llevándosela silenciosamente por delante el 13 de diciembre de 1988.

ALOIS ALZHEIMER

ALOIS ALZHEIMER

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No todos los investigadores tienen la suerte de que su apellido pase a la historia acompañando a la enfermedad investigada, al aparato inventado o al fármaco descubierto, como le sucedió al doctor Fleming, oculto tras la penicilina; a Tesla, escondido en las bobinas de los motores de corriente alterna; o a Watt, manipulando en el sótano la máquina de vapor para mejorar el trabajo de Newcomen.

Este no es el caso del psiquiatra y neurólogo alemán Alois Alzheimer, cuyas aportaciones sobre la demencia senil le permitieron inscribir su nombre en manuales, enciclopedias, periódicos, boletines oficiales y centros bautizados con su apellido a lo largo de todo el planeta, hasta el punto de ser más famosa la enfermedad, que el descubridor de la misma.

La “tontuna del abuelo”, que tantas veces oímos decir en nuestra infancia, para describir la desmemoria de los ancianos, el olvido de los rostros familiares, la pérdida de orientación y las actitudes extrañas de los pacientes, pasó de la jerga del pueblo a los tratados de enfermedades neurológicas, permitiéndonos el dominio de un término alemán más difícil de pronunciar que su homólogo español tradicional.

Todo comenzó un día de 1901, cuando Alois Alzheimer se acomodó frente a su paciente Auguste Deter, tras ser llevada al hospital por su marido después de observar éste durante algún tiempo comportamientos extraños en ella, como olvidar cosas, sentirse perseguida y ver objetos ocultos.

Uniéndose a la nómina de los inmortales, un día como hoy de 1915, Alois abandonó este mundo en Bratislava a la edad de 51 años, siendo llevado a la eternidad por un mal estreptococo que le contaminó la sangre, provocándole una insuficiencia renal que derivó en irregulares diástoles causantes de un ataque cardiaco irreversible para su vida.