EL PROFESOR EN EL AULA
Quienes desconocen la profesión docente deben saber que ir a una sesión de clase es comenzar una aventura imprevisible, porque nunca sabes qué va a suceder cuando aterrizas en el aula y tomas tierra, bajando de la utópica planificación en la soledad de tu mesa, a la realidad.
Al abrir la puerta del aula, comienza la tarea. ¡Y qué tarea! Por un lado, debes motivar a los alumnos, detectar los preconceptos, provocar el conflicto cognitivo, modificar sus ideas previas y consolidar los nuevos conceptos. Por otro lado, tienes que explicar con claridad, promover la participación, atender a los rezagados, evitar la decepción de los aventajados, responder a preguntas, mantener la atención de los alumnos, preguntar oportunamente, hacer puntualizaciones, insistir en las ideas importantes, reforzar los matices, resumir lo explicado, controlar el ritmo, ajustar el tiempo, facilitar materiales y revisar la tarea individual.
Estás obligado a modular el volumen de voz para que se sitúe entre lo inaudible y el aturdimiento. Si eres monótono en la exposición, se dormirán los alumnos, pero si las variaciones de tu voz son excesivas, algunos se perderán. El vocabulario ha de ser rico y adecuado, pero comprensible. Tener buena dicción, evitar las muletillas, adecuar las pausas, hacer los cortes oportunos y relajar la clase en su momento.
Si los gestos son muy moderados pueden resultar inexpresivos, pero si los exageras haces el ridículo. Si el ritmo es rápido se pierden los alumnos menos aventajados, pero si es lento se te van de las manos los del extremo opuesto. Con desgana no alcanzas motivación, pero con excesivo entusiasmo, el mote está garantizado.
Debes presentarte ante los alumnos relajado y tranquilo, aunque acabes de salir de un conflicto dos segundos antes, o lleves sobre la espalda un grave problema personal. Pero, además, tienes que ser imaginativo para dar soluciones. Certero en las aclaraciones. Creativo en las propuestas. Equilibrado en las apreciaciones. Justo en las valoraciones. Mediador en los conflictos. Dialogante ante los problemas. Autocrítico con tu tarea. Comprometido con tus ideas. Y moderado en las expresiones.
Y, por si esto fuera poco, has de esforzarte, y esforzarse mucho, -algunas veces hasta la santidad-, en ser respetuoso con el alumno descarado; tolerante con el desobediente; educado con el descortés; comprensivo con el despistado; amable con el impertinente; prudente con el soberbio; paciente con el provocador; flexible con el intolerante; despierto con el adulador; ágil con el pícaro;…. y simpático con todos.
Todo esto hace el profesor en las sesiones de clase varias veces al día, siendo desconocido por muchos ciudadanos y criticado por el sector social que sólo mira para sus hipotéticas vacaciones, deseando que comience el curso cuanto antes para que el profesor tenga que aguantar a treinta jóvenes como el hijo que a ellos se les hace insoportable.
Un comentario en «EL PROFESOR EN EL AULA»
Gracias por reconocer esta maravillosa profesión.
Cada día, cuando entro en el aula, miro a mis alumnos y empiezo el trabajo con ilusión.
Cuando pasa la hora siempre he aprendido y disfrutado con ellos y sueño con que a ellos les haya pasado lo mismo.
¡Un lujo de trabajo!
Carmen