….Y LA CASA SE ENCENDIÓ
Hace hoy 114 años que en Granada se encendió de madrugada una casa poética en el alma del recién nacido Luis Rosales, donde el poeta se cobijó cerrando inútilmente la puerta a la murmuración, para que el falso rumor amargo de la imposible complicidad no traspasara la frontera doméstica.
Pero fue estéril todo esfuerzo del poeta por silenciar la mentira que corrió de boca en boca, dejando por las esquinas de la historia el insidioso reguero maledicente que le obligó a llevar sobre los hombros de su alma dolorida, durante sesenta años, la pesada carga de la injusta murmuración mentidera.
Ciego de olvido por voluntad y por destino, supo que nada cambiaría extramuros de la casa encendida, donde la extrañeza de unos pasos acercándose a la cancela le advirtieron que con Federico por la derecha se iría Joaquín Amigo por la izquierda, sin que Luis Rosales pudiera hacer algo para evitar la locura de las balas, conformándose con rezar por ellos en el diario de su resurrección.
Pudo amar más tiempo de lo que dura un beso o una lástima de incendio y vivir acabándose inmerso en la palabra de su poesía sin límites entre géneros literarios, con humanidad y generosidad hermanadas en testimonial alma de poeta singular, capaz de verle la espalda a cada día, sin caer en la incertidumbre de la desmemoria.
“Desde que Pablo Neruda publicó su Manifiesto en el que se levantó contra la poesía pura, yo he sustituido el oficio de escribir por y para la belleza, por la creación poética por y para la vida”, dijo Luis Rosales al recibir el Premio Cervantes en 1982, haciendo memoria de la palabra del alma.
Memoria expectante que hace del vivir, retorno a lo que fue y no volverá a ser porque es inútil intentar volver a verlo cuando ya no se recuerda, ni vuelve del corazón a los sentidos para revivir el milagro de la resurrección, uniendo el sentir y el vivir en el recuerdo inmóvil de la memoria encriptada.