GARGANTILLAS DE SAN BLAS
En Salamanca es tiempo de “Gargantillas de San Blas”, el mismo Blas que nos aventura cada año nieves y tardías primaveras si las cigüeñas no retornan a los campanarios en estos días, algo que carece ya de validez porque en el presente año las cicónidas no han emigrado a tierras cálidas del sur.
Pero vayamos con las “gargantillas” que piden a San Blas la salvación de catarros y gargantas en memoria del prodigio obrado por el santo al retirar milagrosamente una espina de pescado de la faringe de un niño, que hubiera muerto ahogado si Blas de Sebaste no hubiera intervenido.
En memoria de ello se venden “gargantillas” a ingenuos creyentes que pretenden evitar con ese timo las afecciones de garganta, manteniendo las coloreadas cintas rodeando el cuello hasta ser quemadas el miércoles de ceniza, tras recibir las bendiciones parroquiales de pastores de la Iglesia dispuestos a realizar tan milagrosos menesteres.
Debo decir que conmigo nunca funcionó el invento durante los años infantiles en que mi cuello estuvo rodeado por el fetiche. Era mi entrañable abuela la que introducía cada año en un sobre postal la milagrera gargantilla y me la enviaba al Infanta para evitarme los inevitables ataques de fiebre con que las anginas me castigaban en invierno. Calentura que soportaba a pie firme para evitar caer en manos del sanador Cayetano o de las “señoras” de la enfermería.