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Mes: octubre 2015

EL EXPRESO DE ORIENTE

EL EXPRESO DE ORIENTE

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Un día como ayer de 1883 inició su primer viaje el Expreso de Oriente uniendo París y Constantinopla con vagones de lujo donde se acomodaron aristócratas, políticos, millonarios y altos empresarios europeos, reuniéndose todos ellos dos veces por semana en el andén de la Gare de l’Est antes de emprender viaje hasta la ciudad de Estambul, a través de Alemania, Austria, Hungría y Rumanía.

Así lo hizo hasta que la primera Gran Guerra interrumpió su paso durante cinco años, alcanzando luego su mayor auge en los años treinta, siendo enviado de nuevo al dique seco por la segunda barbarie mundial que dinamitó los raíles del monstruo de acero que cabalgaba por Europa, comenzando de nuevo sus servicios el Orient Express al finalizar la matanza, concluyendo su cabalgadura en 2009 cuando los vuelos baratos y la alta velocidad ferroviaria cerraron definitivamente sus taquillas.

Este rey de trenes y tren de reyes fue el resultado del gran empeño puesto por el liejense Georges Nagelmackers, fundador de la Compagnie Internationale del Wagons Lits, primera empresa que introdujo camas y restaurantes en los trenes, consiguiendo unir Europa occidental con el sudoeste asiático, en lujosos vagones que disfrutaron los privilegiados burgueses de la época.

No se trataba de viajar de una ciudad a otra, sino de hacer negocios a bordo, compartir departamentos con amantes, conspirar políticamente, urdir tramas empresariales, comer exquisitos platos con cubertería de plata, libar los mejores vinos en cristalería de Sèvres, brindar con Moët Chandon, bañarse con agua espumosa, expulsar los desechos en váteres de mármol de Carrara y compartir ventanilla y cama con Mata Hari.

INTERROGANTES DE MADRUGADA

INTERROGANTES DE MADRUGADA

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La templanza del alba otoñal es buena compañera de reflexiones que abre a los interrogantes las puertas al amanecer, cuando el resplandor del nuevo día alumbra pensamientos y sentimientos que la noche oculta en la almohada del ensueño, mientras el insomnio hace sus travesuras.

¿Por qué creemos lo que creemos con el vano argumento de haberlo recibido por tradición familiar, catequesis escolar o contagio social, sin pruebas de ello ni convicción racional sobre ideas opuestas al común sentido, hasta dar la vida por ellas aunque la experiencia muestre lo contrario a nuestra credulidad?

¿Por qué la reflexión sobre las causas y efectos de algunos hechos fundamentales pasa desapercibida ante nosotros, aunque sean determinantes para nuestra vida, y condicionen el futuro que nos espera?

¿Por qué la eternidad empequeñece la existencia, obstaculiza la razón, niega la paz interior, olvida nuestra procedencia y es patrimonio escatológico, si para nosotros nada hay más allá de la efímera vida?

¿Por qué las emociones anulan la razón, obligándonos a desear vidas futuras a golpes diastólicos de corazones, sin argumentos racionales para renunciar a la búsqueda en el ámbar y en el agua del origen de la vida?

Se trata, amigos, de tomar partido por la duda, jugar racionalmente con el tanteo, negar la credulidad del carbonero, penetrar en el misterio y apostar por la incertidumbre, evitando creencias que nos eviten pensar, sentir, razonar y decidir a partir de la propia experiencia vital de cada cual.

FELICITACIONES INMERECIDAS

FELICITACIONES INMERECIDAS

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Se extiende la costumbre de felicitar a quien no hace otra cosa que cumplir con sus obligaciones, realizando el trabajo según corresponde, llegándose en algunos casos a ponderar obviedades en el ejercicio profesional, como tuve que oír ayer a un amigo deshaciéndose en elogios con otro colega porque cumplía escrupulosamente su horario de trabajo, como si tal cumplimiento mereciera reconocimiento.

Cada cual debe realizar con el más alto grado de profesionalidad y honradez las responsabilidades que le son propias, sin estimarse como excepcional aquello que corresponde a la tarea de cada cual en el ámbito de la normalidad exigible a un trabajador, sea este de la condición que sea o de la empresa que sea, pero especialmente si la empresa es el Estado que pagamos todos.

No cabe el halago gratuito por el buen ejercicio de las funciones que cada cual tenemos asignadas, menos aún si este inmerecido aplauso viene acompañado de medallas, placas, estatuas, portadas de periódicos, entrevistas, crónicas y fotografías para inmortalizar el recuerdo y perpetuar una buena imagen del felicitado entre el vecindario, algo muy frecuente entre la clase política, hasta que el tiempo abre la ventana del olvido y una corriente de menosprecio devuelve las cosas al lugar del que nunca debieron salir.

Procede el honor y la distinción ante hechos de singular importancia, realizados por personas que logran objetivos extraordinarios, capaces de transformar lo excepcional en cotidiano, como le sucede a tantos prohombres de la historia que han pasado por la vida dejando un rastro de servicio indiscutible a su raza.

Por el contrario, cabe, eso sí, la censura a quienes muestran una evidente negligencia en el cumplimiento de sus obligaciones, falta de previsión o exhiben una ostensible incapacidad para el trabajo que deben desarrollar. Cabe, igualmente, la crítica ante errores que certifiquen ineptitud o mala realización de los deberes asignados, pero no tiene espacio la alabanza gratuita por la tarea política rutinaria.

La palmada en la espalda es para quien la merece realmente, si queremos que esa palmada continúe significando lo que verdaderamente representa, sin pervertirla con inmerecidos reconocimientos a quienes no han acreditado méritos para recibirlos.

EVIDENCIAS Y PRUEBAS

EVIDENCIAS Y PRUEBAS

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Todos los mortales, salvo los jueces, sentenciamos sin temor a equivocarnos que un líquido blanco embotellado dentro de una vasija, es leche fija. No necesitamos más pruebas, ni controles, análisis o reconocimientos, para tener certeza absoluta sobre el contenido del recipiente.

Los jueces, no. Bueno, sí; pero para dictar sentencias condenatorias necesitan pruebas delictivas que el sentido común de los ciudadanos pasamos por alto, porque nos rendimos a la evidencia de unas circunstancias concluyentes para profanos y lerdos en Derecho, aunque sepamos los derechos constitucionales que asisten a todos los ciudadanos, incluso a los delincuentes.

Es decir, que los jueces no pueden condenar a nadie si carecen de las pruebas que acrediten el delito. Esto es así por mucho que nos empeñemos en defender que las infracciones evidentes no necesitan señales y que un juez puede obviar las trampas legales para sancionar fechorías percibidas hasta por el más tonto del vecindario, aunque por esa ventana se escapen muchos delincuentes de guante blanco, ciertos políticos astutos y abundantes cínicos sin escrúpulos.

Esto es algo que sorprende a los ciudadanos, a los animales domésticos, a las plantas silvestres, al empedrado de las calzadas romanas y a las truchas de los ríos, pero también a los propios jueces que ven con frustración conculcados sus propios deseos por la ley que tienen obligación de respetar, aunque algunas veces este respeto les cueste sangre, sudor y lágrimas al redactar sentencias absolutorias a consumados corruptos, defraudadores, evasores, corruptores y tramposos que se les escapan de las manos por rendijas legales abiertas en las leyes que deben aplicar.