DESPILFARRO INTELECTUAL
He asistido a la jubilación de un buen amigo catedrático de la Universidad salmantina, y a la despedida de una joven investigadora que marchaba a Berlín para hacer realidad su sueño de perder las pestañas en un laboratorio, buscando solución para esa enfermedad innombrable que a todos entumece con su presencia.
Si grave es tirar por la borda los conocimientos y experiencia de quienes han regido la sociedad, más penoso es el despilfarro económico e intelectual que representa la huida de jóvenes talentos al extranjero después de haber invertido recursos humanos y materiales en su formación, sin obtener de ellos el rendimiento que merece la inversión realizada.
Unos y otros, jóvenes investigadores emigrados y adultos experimentados jubilados, son el paradigma de una sociedad que camina a tientas hacia un futuro menos esperanzador del que cabría esperar si aprovecháramos mejor los recursos humanos que despreciamos como si fueran objetos inservibles.
Injustificado despilfarro intelectual impuesto por derrochadores que bostezan en el Senado, juegan al Candy en el Congreso, dilapidan el erario en medalagonismos, lideran la corrupción y gozan de sueldos, complementos y dietas, inalcanzables para el resto de los mortales que pagamos sus privilegios y sufrimos sus caprichos.