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Mes: febrero 2013

RECORTAZO AL TASAZO

RECORTAZO AL TASAZO

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El Ministerio de Justicia acaba de anunciar una reducción del 80 % en las tasas judiciales que arbitrariamente nos había impuesto, según ha comunicado por carta el fiscal Gallardón a la Defensora del Pueblo. Noticia que celebramos con amargura porque viene oscurecida con negra sombra de decepción, pues exigimos la abolición de la presurosa Ley 10/2012.

No obstante, debemos satisfacernos con la rebaja del ministro aunque no comprendamos lo sucedido, porque si las cantidades impuestas en dicha ley eran las justas, no debían reducirse; y si no lo eran, jamás debieron imponerse.

La decisión del ministro alivia parcialmente temores, evita lamentables injusticias y protege parcialmente la indefensión, pero tiene el sabor amargo del más radical totalitarismo en el seno de una seudocracia que lleva años esperando convertirse en democracia. Lo sucedido hace pensar en una perversión del sistema consistente en introducir cada cuatro años a los ciudadanos en las urnas, reteniéndolos en esa jaula el tiempo preciso para promulgar leyes de caza, cargar las escopetas y disparar contra ellos.

La actitud del ministro es paradigmática de lo que no debe hacerse en democracia, por mucho que Gallardón se considere investido de divinos poderes, similares a los del papa cuando habla excátedra.

Alguien tendría que decirle a este fiscal revenido a concejal, senador, diputado, presidente de comunidad, alcalde, ministro y déspota, que los ciudadanos no somos perdices en el coto privado de sus caprichos vesánicos. Ni cobayas de experimentación para sus ratos de ocio. Ni muñecos de chocolate con los que alimentar su prepotencia. Ni siervos resignados para satisfacer su vanidad. Ni juguetes distractores de su incompetencia.

Alguien tiene que decirle a don Alberto que antes de disparar, conviene apuntar. Que antes de tomar decisiones que afecten a otros, hay que consultar a los afectados. Que para recibir aplausos conviene evitar provocaciones. Que la prepotencia y el despotismo son propios de regímenes absolutistas. Y que la prudencia, el respeto, la cordura y el sentido común deben guiar las actuaciones de los  mandamases.

DESOBEDIENCIA CIVIL

DESOBEDIENCIA CIVIL

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La desobediencia civil, consecuencia de la objeción de conciencia, es el rechazo de las personas a cumplir determinadas leyes y órdenes, por considerarlas contrarias a sus convicciones personales forjadas en principios éticos o religiosos. Fundamentos disconformes con exigencias impuestas por leyes y mandatos externos, que determinan la desobediencia civil del objetante, sin cometer delito por someter ordenanzas humanas a dictados naturales de la conciencia.

Eso ha hecho el bombero que ayer se ha negado a cizallar las cadenas de acceso a la vivienda de una anciana de 85 años que iba a ser desahuciada, ante la cara de asombro de los policías y agentes judiciales que reclamaron su presencia, y el aplauso de los ciudadanos solidarios que se oponían al desahucio. Nuevo brote verde de rebeldía e insumisión a órdenes que pretenden malversar la conciencia personal de cada cual,  preludio de próximas desobediencias si las autoridades se empecinan en seguir por el camino que han tomado.

La Constitución recoge en su artículo 30 este derecho ciudadano, pero sólo en el ámbito del servicio militar, olvidando que la conciencia personal va más allá de negarse a disparar balas contra otro ser humano, porque existen otras formas de matar o mutilar al vecino, sin necesidad de pegarle un tiro en el pecho o volatilizarlo de un bombazo.

¿Puede obligarse a un cirujano a dejar abandonado en la puerta del quirófano a un enfermo sin “papeles”? ¿Debe condenarse a un soldado por negarse a cumplir órdenes de matanza opuestas a su conciencia? ¿Merece castigo un bombero por cumplir su código deontológico, desobedeciendo mandatos que considera inmorales?  ¿Puede inhabilitarse a un policía por negarse a golpear ciudadanos que piden pan, trabajo y justicia o apartarle del servicio por disparar al aire pelotas de goma en vez de hacerlo a los ojos de quienes defienden los intereses del propio policía que los mutila? ¿Puede obligarse a un juez a dictar sentencia de desahucio contra un desposeído, basándose en una ley añeja que colisiona con su ética personal y su desacuerdo legal?

La objeción de conciencia provoca una dolorosa confrontación entre dos normas desiguales en su ámbito de influencia, pero con igual mérito, validez e influencia sobre las personas: la norma legal impuesta por la sociedad; y el código ético personal que determina los comportamientos individuales.

Existe un choque frontal entre el derecho objetivo y la norma subjetiva. El primero con más tinte de racionalidad que el segundo, aunque éste aventaje en convicción y compromiso al primero, amparándose en la Declaración de los Derechos Humanos y en  decretos naturales contrarios a ordenanzas legales, sean éstas las que fueren.

Los que pretenden someter la objeción de conciencia a las leyes comunes, alegando los valores democráticos que las dictan, olvidan que los ciudadanos no estamos sometidos a la disciplinas contrarias a nuestro código moral de conducta, ni obligados a claudicar ante el patrioterismo de poltrona y chequera, pretendido por demagogos que llenan sus bocas con palabras que contradicen los comportamientos y actitudes que manifiestan.

Los demócratas hemos de acabar con esa lacra de patrioterismo y democratismo, con que pretenden adoctrinarnos y domesticarnos para evitar la rebelión y acrecentar la sumisión, a base de amenazas, pelotazos, garrotazos y leyes que benefician a los mantenedores del sistema.

Quienes dan las órdenes no siempre tienen razón, y es obligación ciudadana oponerse a ellas cuando el daño que generan a los vecinos lo aprovechan unos cuantos pescadores en este río revuelto cargando las redes de beneficios personales que aliviarían poblaciones enteras, como es de todos conocido, sin necesidad de dar nombres de los depredadores, porque están en boca de todos.

PEINETAS POPULARES

PEINETAS POPULARES

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Cuando hablo de peinetas no me refiero al ornamento femenino para el cabello que tiene forma convexa y púas, usado por las mujeres como adorno o para asegurar el peinado, encajándolo en el moño. La peineta que traigo hoy a la bitácora hace referencia al gesto que hacen algunas personas levantando el dedo del corazón de forma obscena, como falo eréctil, manteniendo la mano cerrada y con el revés hacia fuera.

Peinetas hacen los futboleros a futbolistas y viceversa; con peinetas obsequian desde el volante los conductureros a los conductores; peinetas indignadas dedican los manifestantes a los policieros; y obscenas peinetas vuelan en las discusiones, reprimendas, broncas y desacuerdos como rúbrica final de la contienda.

Entre las peinetas más degradantes y despreciables testificadas en esta tierra de María Santísima, destacan las protagonizadas por el borbón Juan Carlos, el hombre-hombre Aznar, el salvadoreño Trillo y el charcutero Bárcenas. El primero dedicó su peineta a un grupo de personas que le abucheaban en Euskadi; el alcaldeso se la brindó a un grupo de universitarios que le piropeaban; el obrero supernumerario la ofreció al público mientras abrazaba a su amiguito; y el presunto trilero onubense, obsequió ayer con una peineta a los periodistas que le daban la bienvenida en el aeropuerto madrileño a su regreso de las agotadoras jornadas que pasó esquiando en Canadá.

Desde la época romana, la peineta representa el falo erecto, siendo considerado impúdico por San Isidoro el dedo del corazón, que fue llamado “digitum infamis” o “impudicum” por el poeta Décimo Junio Juvenal, destacando hoy tal levantamiento por su mal gusto, falta de respeto y la poca estética, como reflejo de incultura, prepotencia y cobardía.

Con tal erección digital se pretende insultar al oponente llamándole «sodomita afeminado» o “maricón”, expresando al mismo tiempo el deseo de que al receptor “le den por el culo”, otorgándole así una dimensión anal sin reparos, como insulto homófobo que pretende ofender con grosero gesto al destinatario del ultraje.

IGNOMINIA LABORAL

IGNOMINIA LABORAL

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El salario de miseria con que el Estado compensaba el trabajo de quienes se dedicaban a la sagrada tarea del educar a los niños en las escuelas, alumbró entre la población infortunadas frases hacia ese desdichado colectivo, como la utilizada por los ciudadanos desaventurados que proclamaban “pasar más hambre que un maestro de escuela”.

El vecindario sabía las penurias económicas de los maestros, pero ignoraba las condiciones de trabajo de las maestras, obligadas por ignominiosos conciertos a cumplir unos mandatos de esclavitud personal y profesional que hoy nos espantan, si querían acceder al puesto de trabajo en una escuela. Puede leerse con estupor el contrato de trabajo que hace apenas 90 años estaban obligadas a firmar las maestras que aspiraban a dar clase durante ocho meses en alguna de las escuelas del reino, recibiendo por su trabajo 70 pesetas mensuales.

A imposiciones “menores”, tales como vetarles fumar y tomar bebidas alcohólicas, debían cumplir obligaciones “propias de la condición femenina”, como barrer el aula a diario, fregarla una vez por semana, dejar pulida la pizarra cada día y encender el fuego a las 7 de la mañana, junto a otras opresiones que afectaban directamente a la dignidad personal de la maestra, sin que ésta tuviera oportunidad de manifestar queja alguna.

Entre tales humillaciones, figuraba la prohibición de teñirse el pelo, usar polvos faciales, maquillarse y pintarse los labios, órdenes que eran antesala de vejaciones relacionadas con la indumentaria a lucir, como impedirles usar vestidos de colores brillantes o lucir faldas que estuvieran a más de 5 centímetros por encima de los tobillos, estando obligadas a llevar dos enaguas. En este compromiso de esclavitud, se prohibía a la maestra casarse, pasear o viajar con hombres, no pasearse por heladerías y estar encerrada en su casa desde las 8 de la tarde hasta las 6 de la mañana.

Esperamos que el retroceso histórico en materia educativa provocado por los injustos recortes presupuestarios, no lleve a estos límites el trabajo de nuestras heroicas maestras y que la marea verde sea apoyada por los ciudadanos para evitar hundirnos en un pozo del que tardarían las futuras generaciones tres vidas en salir.

REPÚBLICA FEDERAL

REPÚBLICA FEDERAL

Son muchas las voces que se han levantado ante el gallinero autonómico que ha provocado don Artur Mas, encabezando una marcha hacia no se sabe dónde y con su perpetua sonrisa en la boca. Sonrisa que hace pensar en una deformación genética o mueca surgida ante la locura transitoria generada por la sobredosis de independentismo que le inocularon en la última Diada.

Para que no haya dudas ni pretextos de árboles argumentales que no dejan ver el bosque de la verdad, vaya por delante mi convicción firme, decidida e incuestionable por transformar el Estado español en una República Federal, semejante a la que rige en Alemania, Suiza, Estados Unidos o Argentina, reorganizando previamente el actual Estado de las autonomías.

Digo reorganizando sin intención molestar a nadie, ni ser acusado de lo que no soy, por pedir explicaciones sobre los argumentos no políticos, es decir, las razones objetivas que justificaron la creación de ¡¡cinco autonomías uniprovinciales!!, amén de Ceuta y Melilla, salvando de la quema a los madrileños por esos seis millones y medio de ciudadanos que ocupan su territorio, duplicando a Galicia y multiplicando por catorce a quienes pisan la huerta murciana.

Quienes hemos tenido la oportunidad de vivir durante años en otros países alejados de la patria chica, estamos convencidos que el futuro de los terrícolas es ser ciudadanos de un mundo sin fronteras, apátridas sin reivindicaciones lugareñas aunque mantengamos nostalgia por la tierra que nos vio nacer.

No está el futuro en la división territorial, en la fragmentación y en la secesión, sino en la abolición de alambradas que nos separen. Y no se necesita una gran solidaridad para dar a quienes les falta, aquello que a los demás les sobra.

Las diferencias lingüísticas, culturales, tradicionales, paisajísticas, climáticas y orográficas, entre algunos territorios españoles son evidentes, pero este reconocimiento no excluye el entendimiento, la solidaridad y la gestión compartida, sin necesidad de llegar a la anacrónica independencia territorial, respetando identidades naturales en el marco de una confederación, con amplio margen de autonomía a los territorios federados, como tuve ocasión de disfrutar en Suiza durante varios años.

DEFRAUDADORES, A LA PALESTRA

DEFRAUDADORES, A LA PALESTRA

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Necesitamos ver en pasquines las fotos de todos los patrioteros que ondean banderas vitoreando a España, mientras esquilman las arcas públicas. Queremos ver los carteles electorales subtitulados con los nombres de los evasores fiscales que pretenden representarnos. Es preciso saber qué puesto ocupa cada cual en el ranking de fraude a la Hacienda pública. Deseamos conocer los nombres de millonarios defraudadores que se aprovechan de los servicios públicos que pagamos los demás.

Todo eso quisiéramos saber, pero nuestro deseo jamás se verá cumplido, porque quien debe hacerlo guarda las fotos de los tramposos en los tres pisos que tiene en Madrid, mientras cobra del erario público 1.823,86 € mensuales por dietas y alojamiento en la capital del reino. Uno más.

Es el riesgo que se corre al poner un zorro a guardar gallinas, un fabricante de bombas racimo al frente del Ministerio de la Guerra, una religiosa a gestionar el empleo, un sociólogo a organizar la enseñanza, un responsable de la crisis de Lehman Brothers y las “subprime” al frente de la economía, una licenciada en Políticas de dudosa salud moral a gestionar la sanidad pública; una licenciada en medicina a poner parches Sor Virginia en las infraestructuras; o un sonriente cambileño a soltar carcajadas y gracietas con el dinero común.

DESCRÉDITO POLÍTICO

DESCRÉDITO POLÍTICO

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Es tan grande la desconfianza del pueblo en los políticos, que son pocos los ciudadanos que conceden el mínimo crédito a sus palabras, hartos ya de mentiras, incumplimientos, demagogia, trampas y fraudes electorales. La reputación social y la autoridad moral de los dirigentes políticos está más desprestigiada que las promesas de borrachos y trileros, aunque mantengan el inmerecido poder de las urnas.

No son los desahucios, ni los suicidios, ni los abusos, ni las estafas, ni los incumplimientos, lo más grave que está pasando en el país, siendo todo ello muy grave. Tampoco lo es la impunidad de los corruptos, ni la institucionalización de la mentira, ni la basura que se esconde en las alfombras reales, ni el putrefacto olor que despiden los despachos oficiales. Lo más grave que está sucediendo es la pérdida de conciencia sobre lo que está pasando por la rutinización de hechos corruptivos y la desconfianza generalizada en las instituciones, en la clase política y, más allá de todo esto, en la degenerada democracia que imponen pseudócratas de pacotilla.

Los casos de corrupción en las postrimerías del felipismo enviaron a su líder a las tinieblas porque 9.716.006 ciudadanos confiaron en que la alternativa Popular al gobierno de González salvaría al país del lodazal en que fue hundido por los fondos reservados, los GAL, los rubios, los juanesguerras, los roldanes, y otros sinvergüenzas de similar calaña, que tanto daño hicieron al socialismo y al país.

Pero hoy las cosas han cambiado a peor porque muchos ciudadanos ya no confían en los partidos, ni en esta democracia, ni en las elecciones, ni en la monarquía, ni en los políticos, como refleja el hecho de que en las últimas elecciones, la abstención, el voto en blanco y el nulo fue del 30,97 %, siendo 10.561.756 los ciudadanos que optaron por la protesta con su inhibición, muy cercanos a los 10.830.693 votos que dieron la mayoría absoluta al Partido Popular.

Es presumible que en las próximas elecciones gane por mayoría absoluta la indignación, el descontento y la desconfianza, sin que los políticos estén haciendo nada por evitarlo.