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Día: 5 de febrero de 2013

DISCIPLINA DE PARTIDO

DISCIPLINA DE PARTIDO

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La disciplina se refiere a la doctrina o instrucción de una persona, especialmente en lo moral, que afecta sobre todo a la milicia y los estados eclesiásticos secular y regular, incorporándose en los últimos años una nueva acepción de disciplina relacionada con la política interna de los partidos, algo que traducido al Román Paladino significa: ver, oír, callar y esperar el turno.

Las encuestas del CIS reflejan que gran parte de ciudadanos mantenemos opinión negativa y desconfianza hacia los políticos, en unos casos por la corrupción directa que practican algunos de ellos; en otros, por la complicidad de muchos con los sinvergüenzas; y en el tercer caso, por el silencio que guardan la mayoría de militantes ante la mierda que pasa por delante de ellos, apelando a una detestable disciplina de partido y falsa solidaridad con los depredadores.

Los honrados ciudadanos entendemos por disciplina de partido la obediencia a la doctrina ideológica y a sus dirigentes en materias que afecten al buen funcionamiento de la organización, como es el estricto cumplimiento del ideario que sostiene el partido, la asunción de responsabilidades internas, la realización de actividades complementarias, la ejecución de tareas no complacientes, la sustitución de compañeros cuando éstos no pueden cumplir sus obligaciones o la realización de sacrificios personales por el partido, entre otras.

Pero no puede aceptarse la confusión partidista entre disciplina y complicidad; disciplina y sacrificio de conciencia; disciplina y silencio; disciplina y cierre de filas protectoras de corruptelas; disciplina y mentiras prefabricadas; disciplina y bunkerización antiética; disciplina y malversación ideológica; disciplina y brochazos a la estética social; disciplina y cinismo institucionalizado.

La verdadera disciplina de partido no mutila el ideario del mismo, sino que lo engrandece. La auténtica disciplina de partido no daña la imagen de la organización, sino que la refuerza. La legítima disciplina de partido no resquebraja los cimientos de su estructura, sino que los fortalece. La genuina disciplina de partido no conculca derechos de los militantes, sino que los guarnece.

Por eso, no se comprende lo que sucede en el interior de los partidos dominados por una ley del silencio inquisitorial; apadrinados por falsa solidaridad; y sometidos a una abyecta complicidad, que sólo beneficia a los sinvergüenzas encubiertos y protegidos por los miembros de la organización. Nada de esto se comprende, salvo que todos ellos estén salpicados por la mierda.