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FONDOS DE CAMALEONES

FONDOS DE CAMALEONES

BOE-A-2013-7855

Los camaleones políticos constituyen una familia escamosa y repelente, formada por veintidós especies sin parentesco, caracterizadas por su habilidad para cambiar de color la realidad según las circunstancias, mientras atrapan a los votantes con su larga, pegajosa y demagógica lengua, ingiriendo papeletas de las urnas para alimentar el poder y proteger sus privilegios con una dura capa de queratina, sobre la que rebotan las necesidades del pueblo, mientras ellos se reparten el dinero de los demás.

La diferencia entre los fondos de reptiles y los fondos de camaleones, es que los primeros se prorratean a cencerro tapado y los segundos se vocean con desvergüenza en el Boletín Oficial, irritando a los paganos que ven indignados como se llevan el dinero quienes destruyen su bienestar.

No sé quiénes dijeron que no había fondos en la caja del Estado para atender servicios básicos, es decir, que la hucha común que a los ciudadanos pertenece estaba escasa, pretendiendo tales voceros engañarnos una vez más, diciéndonos lo que no es, con pretensión de llevarnos al huerto con la sonrisa en los labios.

Por el BOE del 17 de julio hemos sabido que pagamos al PP la cantidad de 6.142.028,67 eurazos anuales, al PSOE, 3.504.479,04 y así sucesivamente a 22 partidos políticos, para sus gastos de funcionamiento, porque no les llega con las cuotas de los afiliados, que es de donde tendrían que sustentarse todos ellos.

Además, añade el BOE otros 315.374,82 € para PP, 179.944,53 € para PSOE y cantidades variadas para los otros veinte partidos, para que se los gasten en seguridad, por si algún indignado, desahuciado, timado preferencial, parado, dependiente o ciudadano devaluado, se le ocurre tomarse la justicia por su mano, ante el aplauso de los espectadores.

A estas cantidades debemos añadir las entregadas por los contribuyentes a las organizaciones sindicales y a la propia “patronal” – que tampoco llega a fin de mes la pobrecita – mientras los paganos se mueren en espera de ser llamados al hospital, los adolescentes se hacinan en las clases, muchos universitarios se ven obligados a colgar los estudios, la I+D+I está en la papelera, cada jubilado sostiene a otra familia y los corruptos sonríen desde el escaparate protegidos por algunos mercenarios de la pluma y el micrófono.

IMPERIALISMO FINANCIERO

IMPERIALISMO FINANCIERO

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Por más milongas que nos cuenten los ministros, y por más veces que los portavoces políticos repitan que sucede lo contrario de lo que pasa, la tozuda realidad demuestra que los gobiernos no gobiernan, la democracia es una adormidera y las votaciones electorales un guiño tuerto a la voluntad popular.

Esto revelan las encuestas y reflejan las urnas, como quedó testificado en las últimas elecciones generales, donde más de diez millones de votos, representantes de la tercera parte del censo, optó por no votar a los partidos, evidenciado la falta de confianza en las organizaciones políticas y en la falsa democracia que los voceros tratan de meternos con calzador desde las tribunas.

La poca capacidad de los gobiernos para gobernar y la inoperancia del sistema democrático están en entredicho, porque ambas están sometidos al poder financiero, desde que éste inició su andadura con pisada fuerte y firme el ademán hace dos décadas, cuando los mercados financieros cogieron las riendas del poder, sometiendo votos, urnas y democracias a su interesada voluntad supranacional.

Pero no hemos sido engañados, ni debemos acusar a nadie de traición, ni podemos quejarnos de lo que ahora padecemos, porque fuimos claramente advertidos a tiempo y nadie hizo algo para evitarlo. A comienzos de 1996, el banquero alemán Hans Tietmeyer que presidía el Bundesbank advertía a las democracias europeas que los mercados financieros desempeñarían el papel de gendarmes, correspondiendo a los políticos someterse a ellos como verdaderos gobernantes en las aparentes democracias.

Y concluyendo el año 1997 fue cuando el presidente del Fondo Monetario Internacional, Michel Camdessus, tomó aire para gritar al mundo: “El Estado no debe dar órdenes a los bancos”, que era tanto como decir que los bancos darían órdenes a los gobiernos.