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VIAJAR

VIAJAR

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Un colega danés que coincidió conmigo en Bruselas, me preguntó irónicamente un día si con cincuenta años todavía viajaba, queriendo decirme que a esa edad ya tendría que estar cansado de viajar, y no le faltaba razón a este amigo. Confieso que me cuesta viajar a lo desconocido, después de haber rodado de un sitio para otro durante muchos años, hasta el punto que algunas veces al despertarme por la mañana tenía que pensar dónde me encontraba.

A medida que aumenta la edad, disminuye en mí la apetencia viajera por descubrir paisajes nuevos, pero se mantiene intacto el deseo de repisar queridas tierras, abrazar amistades duraderas, revivir entrañables recuerdos, entonar viejas canciones, desempolvar vivencias imborrables y colorear fotografías en sepia, llevándole la contraria a Ralph Waldo Emerson para quien viajar era el paraíso de los tontos, porque vagar por el mundo hace a los hombres discretos, como decía Cervantes, negando que los viajes sean la parte frívola de las personas serias, en opinión de la señora Swetchine.

Una patología viajera consiste en viajar por viajar, siendo un error confundir  desplazarse con viajar. En el primer caso se trata de un traslado similar al de la maleta donde se transportan los enseres. Viajar es conocer, curiosear, patear, empaparse, preguntar, digerir, aprender, dialogar, anotar y descubrir, negando así la topofobia unamuniana, que hace huir a los viajeros de su lugar de origen aunque vayan rumbo a la nada.

Evocando páginas dormidas, recuperado nostalgias perdidas, recreando el alma, reforzando amistades y recibiendo cálido aliento, he llegado un año más a Galicia para emborracharme de mar, pelotear La Zapateira, embriagarme de aroma salubre, visitar A miña casa, saborear zamburiñas, cegarme con atardeceres, pisar la lonja y recordar en Bastiagueiro los primeros pasos de un amor que ya dura cuarenta y siete años.

SOSPECHA

SOSPECHA

Versodiario 6 :

Nadie veraz tolera la mentira,                                                                                                            ni el honrado corrupción,                                                                                                                  sin tomar la decisión                                                                                                                          de llevarlos a la pira.

SOSPECHA

No voy a ocultar por más tiempo mi sospecha de que todos los ciudadanos que han hecho de la política, oficio, – es decir, todos los políticos que llevan más de cuatro años organizando nuestra vidas -, tienen mierda debajo de la alfombra, porque de lo contrario no justificarían ni encubrirían los morcilleos de sus compañeros.

El sentido común impide dar crédito a la comprensión mostrada por los líderes políticos hacia quienes están inmersos en procesos judiciales, denunciados en medios de comunicación con pruebas evidentes, o mantenidos con dudas colectivas sobre su honradez. Tales actitudes obligan a sospechar una segunda verdad.

El paseo de la mano por zonas enfangadas permite decir al corrupto que como no lo saquen del lodo irán todos al fango, amenazando con tirar de una manta, de la que nunca tira porque lo impiden las recompensas personales que se reciben.

Quién puede creer que un político honrado, trabajador por el bienestar ajeno, con vocación de servicio a la comunidad, sin ambición malsana ni miseria que esconder, permita tanta mentira y porquería como se esconde en un mundo que debía estar presidido por la abnegación, el sacrificio y la renuncia en beneficio de quienes han depositado en él su confianza y le han otorgado el poder para decidir sobre su vida.

Esta reflexión general sobre el asunto viene provocada por la negativa de los parlamentarios a viajar – gratis, por supuesto – en clase turista. Que tiene cojones la cosa, porque la irritación no permite hablar de otra manera cuando se conoce bien lo que allí sucede.

No sólo denigra la política quien corrompe el sistema. También el abuso de beneficios, la falta de solidaridad y el mantenimiento de privilegios en tiempos de hambre, es motivo sobrado para quitarle la silla a quienes pretenden mantener prebendas inmerecidas. Porque no son los favores que disfrutan lo más grave, sino la escasa tarea que realizan su mayor delito.

Piense el que esto lee, que quien lo escribe ha pasado nueve años en Bruselas dando clase a hijos de vicepresidentes, ministros, parlamentarios y funcionarios comunitarios.

Que alguien explique a la población el trabajo que realizan los parlamentarios europeos, los privilegios que tienen, los reales sueldos que cobran, las dietas que reciben y el dominio que tienen de los idiomas europeos.

(Perdón por la sugerencia y que a ningún político europeo se le ocurra dar respuesta a esas cuestiones porque los ciudadanos se revelarían contra la mayor canonjía política a la que pueden aspirar los que a ello se dedican)