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Etiqueta: Valparaíso

ISLA NEGRA

ISLA NEGRA

Tal día como hoy de hace 39 años, moría a las 22:30 horas en la clínica Santa María de Santiago de Chile, Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, el más grande poeta del siglo XX, – según García Márquez -, a causa del «mal de Chile», aunque el pretexto fue un cáncer de próstata, siendo llevados sus restos a la casa que tenía frente al mar en Isla Negra, cuando ya el dictador Pinochet había quemado todos sus versos.

Nunca estuve en Isla Negra, ni dejé mi huella en el piso de madera crujiente, ni recorrí sus estrechos pasillos. Tampoco dejé mensajes en sus muros ni cartas en su buzón. Ni siquiera apuntalé las empalizadas para impedir el paso a los rapiñadores enviados por el general Pinochet para esquilmar los gritos del Canto General.

Pero entre sus mascarones de proa encontré palabras libertadoras. En los mapas descubrí  la ruta a la solidaridad. Bebí en sus botellas nostalgias fraternales. Me sumergí en mares agitados contra la injusticia. Y pasé horas conversando con Pablo en el interior de una caracola.

 Frente al mar compartimos camarones, vino y disfraces. Alzamos nuestras copas por Federico, Luis, María Teresa, Rafael, Maruja, Salvador, Fraud, Natalia y todos los compañeros de la Residencia de Estudiantes, sin pensar que el viento ultramarino alimentaria la desesperanza en la imposible redención porque la dictadura perforó con su lanza el costado de Neruda, mientras La Chascona y La Sebastiana lloraban reclinadas sobre una ladera frente a la bahía de Valparaíso.

CHILE, 11 DE SEPTIEMBRE

CHILE, 11 DE SEPTIEMBRE

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Hoy, 11 de septiembre, cuando todas las portadas de periódicos, emisoras de radio y antenas de televisión difunden el recuerdo de los aviones suicidas que derribaron las torres gemelas, yo prefiero mirar al sur y evocar la barbarie que desataron a tiro limpio Pinochet y sus pinochotes en el chileno Palacio de la Moneda, con ayuda del norte, el mismo 11 de septiembre, pero de 1973.

A las 7:40 de la mañana de aquel nefasto día, llegaba Pinochet al Comando de Telecomunicaciones del Ejército en el Ministerio de Defensa, donde le esperaba Patricio Carvajal, jefe del Estado Mayor y coordinador del asalto a la sede de la presidencia republicana, donde el legítimo mandatario socialista Salvador Allende acabaría pegándose un tiro en la frente, para robarle ese placer a los rebeldes.

Hace hoy 38 años que las espuelas militares se clavaron en el alma de los chilenos, sin que aún sepamos el número de muertos y desaparecidos habidos durante los diecisiete años de dictadura, ni tengamos noticias claras de los atropellos, robos y torturas infringidas a inocentes ciudadanos por los autores de la salvajada, que hoy pasean indolentes por las calles de Santiago y Valparaíso, sin haber pagado un céntimo por sus matanzas.

Fueron horas de enfrentamientos armados entre los chilenos leales al régimen y los sublevados, hasta que los cañonazos y las bombas sobre el Palacio de la Moneda, ahogaron toda esperanza y el fusil AK-47 dijo su última palabra, antes que los sediciosos se juramentaran en la Escuela Militar.

De forma tan brutal se aniquiló la voluntad del pueblo que había llevado por primera vez a un veterano socialista a la presidencia del país, convirtiéndose en un enemigo demasiado cercano, duro y pesado para el capitalismo norteño, al pretender saldar de un plumazo la deuda social.

Aniversario de un sangriento golpe de Estado sufrido por un país que todavía espera alguna explicación de la CIA, la redención de sus muertos y el empeño de la justicia. Aniversario eclipsado por la propaganda occidental, ocupada el regenerar el espíritu americano con el apoyo de todos los países del norte.