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CHARLATANERÍA

CHARLATANERÍA

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Disfrutaba en mi infancia con los charlatanes de feria que nos embobaban a los oyentes, pudiendo llegar a vendernos pellizas en agosto porque su capacidad embaucadora hacía inútil toda resistencia a caer en sus manos, aunque al acercarnos al tenderete que montaban fuéramos convencidos de no comprar nada, y menos una navaja multifunción que incluía en su precio dos maquinillas de afeitar, tres peines, cuatro bolígrafos, un tubo de chicle Bazoka y dos bolsas de caramelos Saci.

Pero este itinerante oficio, caracterizado por un continuo nomadeo de feria en feria, se ha tornado sedentario en las tribunas políticas y ya no venden utensilios, aparatos, menaje, lupas o imanes, como el gitano Melquiades en Macondo, sino botes vacíos, falsas promesas, humo descolorido, mentiras embotelladas y conejos de chistera que los embaucadores muestran a los corifeos.

Es propio de los actuales charlatanes hablar por hablar, sin saber de qué hablan a los oyentes que enmudecen con su palabrería y compran navajas de madera para cortar la corrupción, guantes de látex picados que les infectan las manos con inmoral estiércol, llaves falsas de inexistentes cofres salvadores y papeletas electorales que compran los abducidos por diferentes tribunas partidistas de multicolores escaños.

La charlatanería se expande como mancha de aceite en papel de estraza, contaminando con desesperanza y frustración corazones vírgenes y crédulos apostantes por un juego político donde siempre ganan los mismos con el aplauso de los perdedores, que siguen esperando la verdadera redención que amenaza con no llegar nunca a los desfavorecidos, como le ha sucedido ayer a un enfermo terminal que se pagó un taxi para regresar de Valencia a su casa alicantina, porque las ambulancias amenazaron con dejarlo en la frontera provincial.

PROPUESTA ARZOBISPAL

PROPUESTA ARZOBISPAL

Unknown

Mirando para Grecia, retomamos hoy la propuesta hecha por el utielano arzobispo de Valencia, don Antonio Cañizares, de vender bienes de la Iglesia y destinar presupuesto diocesano para ayudar a los pobres, pidiendo a los feligreses que entreguen diezmos para los desfavorecidos con el fin de fortalecer la caridad de clérigos y seglares, en el ámbito eclesiástico, rogándoles al mismo tiempo implicación para superar el paro, promoviendo iniciativas que generen empleo, porque los desfavorecidos son “la opción preferencial de la Iglesia”, según sus palabras.

Dicho esto, conviene advertir al monseñor que la sociedad caritativa, misericordiosa y compasiva, tiene que dar paso al Estado Laico de Bienestar, con obligación de promoverlo quienes fueron elegidos para ello, sin destruirlo con pretextos ofensivos al sentido común y argumentos lacerantes para la sensibilidad de quienes nada tienen que ver con el Estado de Corrupción, la Política Dilapidadora y el Politiqueo de Favores que domina las Instituciones públicas y las Cajas Rotas por el despilfarro.

Bien está la intención del cardenal, pero más nos gustaría verlo en la trinchera social detrás de las pancartas, defendiendo la vida de los enfermos sentenciados a muerte, con la misma fuerza que luchó la jerarquía eclesiástica en las calles contra el aborto y en defensa de la vida fetal, porque si merece condena acabar con la vida de un ser que está por nacer, igual o mayor condena merece la muerte del padre o madre de ese hijo que se espera, por carecer de cuidados, comida que lo sustente, médicos que lo atiendan y fármacos que los curen.

Es buena la propuesta del cardenal pidiendo a su grey que ofrezcan o compartan pisos con madres solteras, con embarazadas que no quieran abortar o con mujeres que sufran malos tratos, pero mejor sería denunciar, condenar y luchar contra los salvajes desahucios especulativos que ponen a esas mujeres en la calle, sin compasión alguna.

Finalmente, más que pedir a los feligreses entregar diezmos personales para los pobres, convendría que Cañizares impusiera duras penitencias, excomulgara y negara bendiciones a los políticos corruptos, mentirosos y pluriasalariados que gozan de poder y privilegios, inalcanzables para el resto de los mortales, aunque no sea condecorado con la medalla de oro de la Comunidad valenciana, como lo ha sido Rouco en la de Madrid.