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LA RELIGIÓN CUMPLE SUS FUNCIONES

LA RELIGIÓN CUMPLE SUS FUNCIONES

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No todas las ideologías cumplen tan fielmente sus funciones como lo hacen las doctrinas religiosas, especialmente el cristianismo que domina el mundo occidental a pesar de los borrones que tienen las páginas de su historia, jalonada de escándalos, represiones, condenas, sangrientas guerras y luchas intestinas.

Tanto creyentes como descreídos estamos obligados a reconocer que la religión ha cumplido históricamente las misiones para las que fue impuesta, aunque a muchos no satisfagan sus propuestas por carecer de fundamento racional explicativo de las tesis que ha impuesto durante siglos en las cabezas de los creyentes.

La religión explica el origen del Universo y de la vida, que la ciencia no acaba todavía de tener claro, afirmando que Dios lo creó todo en una semana, soplando en el barro para dar vida a la raza humana masculina y crear a la mujer de una costilla de varón.

La religión reconforta en el dolor, alivia el sufrimiento moral, consuela la angustia vital y libera del miedo a la muerte, prometiendo una eterna vida feliz más allá de este valle de lágrimas, junto al Padre celestial, toda su cohorte y los familiares antes llegados al cielo.

La religión une a los seres humanos con unos vínculos morales derivados de la ley natural, que conforma a las personas como miembros de una comunidad existencial con objetivos comunes determinados en mandamientos y preceptos éticos, por encima de las leyes.

La religión satisface deseos humanos inalcanzables por otros medios, como es el caso de la inmortalidad, ofreciendo feliz vida eterna más allá de nuestros fugaces pasos por esta tierra donde realizamos las funciones básicas de todos los animales y satisfacemos sus instintos.

Pero nos falta por saber si existiría alguna religión en caso de que fuéramos inmortales, y la angustia de la muerte no preocupara tanto a los mortales.

EL VALLE DEL COLOR

EL VALLE DEL COLOR

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En el cerro del Santo, junto a la ermita de San Martín que muestra algunos restos de su historia, cobra vida el flujo de agua que fluye cantarina entre las piedras hasta silenciarse complacida en el valle humilde y silencioso al que presta su nombre el río Corneja, ya adulto, antes de abrazarse con el Tormes, entre Navamorales y Horcajada.

Valle que presta al pintor Luciano sus inimitables y mágicos colores, nutridos de anímicos misterios inescrutables, para dar vida en sus lienzos a la sinfonía policromada que hace posible el milagro con pinceles dóciles al silbo del artista, recreando lo invisible a los ojos, en medio del ritmo inaudible de rumores espirituales que vivifica el maestro Díaz-Castilla.

Abulense valle del color, hermanado con el ermitaño peñalbense del silencio berciano que vela el tiempo en el oratorio de San Genadio, donde la luz se funde en las blancas peñas, rebotando hasta el cielo infinito para iluminar el acogedor paraíso del Corneja, donde el alba se distingue del amanecer, insinuando perfiles descubiertos al rayar el día.

Luciano Díaz-Castilla iluminó ayer con su cabellera blanca la Sala de la Palabra dejando hablar su alma con la sabiduría experiencial de quien ha paseado sesenta años sus obras, -hijas del misterioso valle-, por todas las plazas urbanas con argumento para afirmar que nuestra Plaza Grande es el centro dorado del Universo.

Sabed, pues, que los colores tienen su origen y paradero en el valle del Corneja, donde habita la paz y la voz policromada vivifica el arte, la luz y la belleza, dando oportunidad a las estrofas para salvarnos con esperanzadores versos redentores de la miseria moral que ennegrece la existencia, como ayer hicieron los poetas de Pentadrama nublando con pinceles de Luciano la tosca vulgaridad que nos envuelve.

¿ ACABAREMOS APLASTADOS ?

¿ ACABAREMOS APLASTADOS ?

Unknown

Los científicos han demostrado la continua expansión del Universo, desde que explotó una pequeña bola hipermegaenergética, caliente y densa, que no ha dejado de engordar según la ciencia alumbradora de tan inexplicable criatura, incomprendida por la mente humana, que no acaba de aprehenderla.

Lo cierto es que el huevo cósmico original es cada vez más grande, alejándose las galaxias unas de otras a velocidad tanto mayor cuanto más lejos están, como dice la ley del estadounidense Hubble, que midió pacientemente el corrimiento rojo de las galaxias.

El problema es que no sabemos si la expansión del Universo es eterna o si se producirá un Big Crunch, – opuesto al Big-Bang -, es decir, una gran impulsión, de sentido contrario a la explosión inicial, que nos llevará al aplastamiento de unos contra otros, aunque nada sepamos de ello porque no estamos fuera del Universo para saberlo, y desde dentro no podemos verlo.

Pero debemos estar tranquilos porque de momento vence la fuerza expansiva a la atracción gravitatoria que provocaría la implosión, algo que no está previsto que suceda en los próximos millones de años, porque no hay suficiente masa en el Universo para que esto suceda en el tiempo que nos resta de ver el sol, gozar con la familia, disfrutar de los amigos, recrearnos con la belleza, solazarnos con los libros y saborear un vaso de vino en buena compañía.

SOMOS VEINTICUATRO ÁTOMOS

SOMOS VEINTICUATRO ÁTOMOS

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átomos

Al margen de las creencias personales y de la fe de cada cual, nuestro cuerpo está constituido íntimamente por partículas muy pequeñas formadas hace miles de millones de años, a las que hemos llamado átomos, algunos de los cuales llevan vagando por el Universo desde el famoso Bing Bang.

En cambio, desconocemos la ubicación y propiedades físico-químicas de la sustancia espiritual e inmortal que algunas religiones y culturas han dado en llamar “alma”, como principio esencial que protagoniza el dinamismo inconsciente, vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida.

Por otro lado, la intangible sabiduría humana se encuentra ubicada en un órgano corporal de unos quince centímetros de altura, veinte centímetros de largo y otros tantos de ancho, que pesa kilo y medio y tiene una superficie cortical de dos mil centímetros cuadrados, al que damos el nombre de cerebro.

Siendo las células fronteras de la vida y el escalón más bajo de esta, la bioquímica nos dice que los cientos de miles de millones de células que forman el cuerpo no son más que minúsculos ladrillos vivificadores que edifican la corpórea realidad humana utilizando solamente veinticuatro átomos, – y solo veinticuatro átomos imperecederos -, de los 110 conocidos hasta ahora.

Ellos son la materia que quedará en las cenizas del horno crematorio cuando nos incineren o en el lecho de las tumbas en el enterramiento, porque la igualdad de composición íntima de nuestro cuerpo nos identifica e iguala, socializando la realidad que somos, sin distinción de raza, patrimonio, sexo, color de piel, poder o ansia de eternidad.