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LA DELGADA LÍNEA DE LA SUERTE

LA DELGADA LÍNEA DE LA SUERTE

Estrecha, muy estrecha, es la delgada línea de la suerte que separa el éxito deslumbrante del fracaso más estrepitoso. Y grandes, muy grandes pueden llegar a ser las consecuencias del mínimo infortunio.

Es tan delgada la línea de la fortuna que puede compararse su estrechez con el filo de una navaja, y tan extenso el malogrado desenlace que la desgracia acompaña fatalmente el destino de los desafortunados.

Un simple centímetro indulta la vida o condena a muerte a un torero si la cornada del morlaco se empeña en seguir la trayectoria de la femoral o el latido del corazón, como le sucedió al Yiyo.

El releje imperceptible de una diezmilésima condiciona el éxito o el fracaso de un opositor, aunque nadie crea en la existencia de un puntómetro de semejante precisión para valorar los conocimientos humanos.

La fortuna de un iniestazo o la delgadez insistente de los postes en impedir por centímetros el gol, lleva a la euforia y al éxito a jugadores y aficionados o al llanto y la decepción colectiva de protagonistas y seguidores.

El medio centímetro que separa la bola de golf del hoyo al lanzar un putt en un trofeo grande de golf, impide que el jugador pase a la historia, como le sucedió a Sergio García en el British Open.

La bola de madera de boj que gira en el bombo de lotería llevando inscrito el número del vecino afortunado, roza con la superficie de la esfera no seleccionada por el mecanismo encargado de repartir suerte.

Centésimas de segundo separan el éxito o el fracaso en una competición deportiva, sin que nadie entienda que tan sutil diferencia incorpore a la historia al primero y relegue al segundo al olvido.

La vida de mi amigo Luis estuvo pendiente de un hilo el día que rozó su nariz un grueso mazo de hierro abandonado involuntariamente por un obrero que realizaba reformas en un piso elevado del centro de la ciudad.

TENTADERO

TENTADERO

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Confieso mi antipatía hacia la llamada fiesta nacional, incrementada por comentarios recibidos de buenos amigos conocedores de la oscura trastienda e irregularidades que se mueven entre bastidores, pero admitiendo que ayer se movió algo indefinible en mi ánimo hacia el espectáculo taurino.

Fui invitado a pasar la tarde en la finca la Calderilla donde pastan los toros del Puerto de San Lorenzo, propiedad de Lorenzo Fraile, junto a mi amigo Paco el notario, para asistir a un tentadero de vaquillas y sorprenderme de lo que José Juan y Lorenzín hacen rutinariamente.

Había que examinar las cualidades de unas becerras para ver si eran capaces de dar toros bravos como Dios manda o quedaban para chuletas a la brasa. Examen duro para ellas, con evaluación y calificación de las actitudes que mostraron ante puya, capote y muleta, que el torero francés Jean Baptiste le mostró en distintas posiciones y lugares del ruedo.

Silencio ceremonial en la pequeña plaza de tientas. Torerillos a la espera de robar unos muletazos. Gritos de estímulo a la embestida del animal. Y distraída mirada del veterano propietario que ha puesto en manos de sus dos hijos la hacienda y sabiduría que hizo grande la ganadería.

Trastienda de la fiesta que me ha dejado poso de esperanza en nuevo encuentro con faenas camperas, para aliviar la ignorancia que atesoro sobre cuanto allí sucedió, sin atreverme a preguntar para no interrumpir un protocolo tan ceremonial.

Pero tuve tiempo de constatar los conocimientos y satisfacción de José Juan al salvar vaquillas para maridarlas con sementales o su firmeza en condenarlas a muerte inmediata, y la valentía de Lorenzín a caballo enfrentándose a un toro de la manada que se le encaró a campo abierto.

Al final, merienda fraternal, compartiendo mesa propietarios, amigos, invitados, toreros y torerillos que participaron en el tentadero, donde el vino corrió abundante para acompañar queso, chorizo, salchichón, croquetas, huevos y ensalada, entre bromas, risas y comentarios sobre una hermosa tarde campera en las postrimerías del invierno.