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MADUREZ, DIVINO TESORO

MADUREZ, DIVINO TESORO

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Discrepo de los nostálgicos emparentados generacionalmente conmigo, que añoran la juventud huida de las manos como tesoro divino que fue, sin percibir que tienen con ellos el vellocino de oro de la madurez, tras haber pasado el calvario juvenil, donde solo el vigor gratifica la existencia.

Etapa joven inestable, turbulenta, conflictiva, insegura y agitada, que hace del aprendizaje, pesadilla; de los errores, costumbre; de la ignorancia, cretinez; de la aventura, afición; y de la pujanza, soberbia; sin percibir la coetaneidad excluyente de diferencias temporales, permitiendo al azar abrir rendijas en el muro de la edad cuando el infortunio juega al escondite con la antojadiza parca.

La mala digestión de los codiciados ritos iniciáticos provoca vómitos emocionales juveniles que la madurez ha superado. Las contradictorias propuestas de familiares a los deseos personales y complicidades amistosas deslizan el inestable futuro de la juventud por el filo de la navaja que divide la realidad y el deseo.

Madurez estable enfrentada a las turbulencias y desajustes juveniles. Armonía interior frente a vulnerabilidad adolescente. Seguridad profesional frente a la incertidumbre laboral de los principiantes. Consolidación afectiva, frente a inestabilidad emocional de los amores alternativos. Firmes decisiones frente a inestables criterios sin firme asidero. Y predicciones futuribles frente a hipótesis volanderas.

La madurez aporta conciencia interior y percepción exterior, inalcanzable en la juventud por su déficit experiencial, escasa prudencia y menguada sabiduría, propia de quien camina a sobresaltos con andaderas inestables hacia la paciencia, estabilidad, constancia, reflexión, tolerancia, coherencia, pericia, templanza, experiencia y personalidad propia de la madurez.

EL PLACER DE CONVERSAR

EL PLACER DE CONVERSAR

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La conversación tiene poco que ver con la tertulia, aunque ambas estén vitalizadas por personas a través de la palabra, pues la conversación reporta valores y placeres que la tertulia ignora, llegando la conversación donde la tertulia no logra asomarse ni por el ojo de la cerradura.

El juego social de la tertulia brinda al huero tertuliano la oportunidad de oscurecer con palabras su falta de ideas y le da la posibilidad de engañar, algo que no tiene cabida en la conversación porque en ella domina el sentimiento, la verdad, el afecto y la confidencia, como puntos cardinales que la conforman y limitan.

De no ser así, la perversión toma cuerpo en ella, espantando los valores que la justifican y haciendo de la moral, maldad; de la honestidad, vileza; y vicio de la virtud.

En la conversación no cabe hablar por hablar sin contenido alguno, ni alejar de las palabras el alma o pretender hacer de ella lo que no es. Tampoco permite huir de las horas como proponía Ovidio, ni concede espacio a la erudición, ni abre las puertas a la pedantería, ni autoriza la mentira, ni tolera la soberbia.

La conversación exige a los elegidos para ella, nobles aspiraciones, altura de miras, generosidad sentimental, sinceridad en la palabra, vocación de consenso, derrota de la derrota, condena de la prisa, destierro de la superficialidad y acercamiento de espíritus.

Pocos placeres pueden compararse al que reporta conversar con alguien querido poniendo el alma sobre la mesa, colgando las dudas en el perchero, dando lo que no se tiene, compartiendo lo reservado para uno mismo, hermanando las almas y vertiendo las confidencias como preciado tesoro, para robarle a esta chapucera vida un puñadito de felicidad.

ISLAS CON TESOROS

ISLAS CON TESOROS

Un día como hoy de hace 162 años nacía en Edimburgo Robert Louis Stevenson, autor de «La isla del tesoro», novela protagonizada por el joven Jim Hawkins, que hoy tendría otro título y argumento si el autor viviera entre nosotros, porque en el momento actual no hay una sola isla con tesoro, sino muchas que custodian el dinero evadido por depredadores de países empobrecidos.

Islas transformadas en paraísos financieros para multimillonarios insolidarios, sin excesivos escrúpulos de conciencia, que ponen a buen recaudo sus tesoros económicos ante la pasividad de los políticos que miran para otro lado, más ocupados en esquilmar las huchas sudorosas de ciudadanos indefensos.

En islas Caimán, Cook, Malvinas, Marianas, Salomón, Vírgenes, Bahamas, Mauricio y tantas otras, se ocultan tesoros robados con trampas legales y financieras que es preciso recuperar. Islas que aplican regímenes tributarios muy favorables a ciudadanos y empresas que se domicilian en ellas para eludir impuestos en los países donde disfrutan de servicios públicos pagados por otros ciudadanos mucho más débiles que ellos en términos económicos.

Si Stevenson viviera hoy entre nosotros, el argumento de su novela tendría mucho que ver con el bloqueo de esas islas por ciudadanos empobrecidos, para recuperar el dinero robado al país en una oprobiosa evasión de impuestos que evitaría sarnas, piojos, pizarrines, braseros de cisco, sabañones y miserias de otra época a la que están empeñados en llevarnos de nuevo quienes nunca volverán a ella.