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Etiqueta: Terranova

ORFANDAD DE LA RADIO

ORFANDAD DE LA RADIO

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Todos los sonidos que percibimos a través del aparato de radio nos llegan desamparados, con la orfandad propia de quienes no tienen padre que proteja su desvalimiento en la historia, porque son varios los progenitores que se atribuyen la paternidad de este singular invento que nos entretiene, informa y acompaña en lugares inaccesibles para la imagen.

Probablemente fue Tesla el primero que dio con la clave de las emisiones de radio en la década de los cuarenta del siglo XIX, consiguiendo que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos dictaminara la legitimidad de su patente, reconociéndole el mérito de su invención, pero sin comunicarlo a la opinión pública. Tal circunstancia fue aprovechada por el italiano Marconi, quien patentó la radio en el Reino Unido años después, siendo rechazadas ambas patentes por Rusia que atribuyó el invento a publicaciones anteriores de su compatriota Alexander Popov.

Sea como fuere, la radio vive entre nosotros porque Guillermo Marconi la comercializó, mereciendo por ello los honores y felicidad que le negó la vida por mantener relaciones sexuales con su hermana pequeña, teniendo varios hijos con dificultades mentales, al añadirse un cromosoma al par 21 del cariotipo celular de los descendientes.

Realizó Marconi comunicaciones inalámbricas entre las ciudades de Dover y Boulougne, situadas en sendas orillas del Canal de la Mancha, antes de cruzar el Atlántico y asentarse en Terranova para recibir un día como hoy de 1901 la primera señal de radio transatlántica enviada desde Inglaterra, en forma de letra “m” en código morse, tras recorrer 3.360 km a través del océano.

AMELIA EARHART

AMELIA EARHART

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El 20 de mayo de 1932, la norteamericana Earhart se puso el casco en las pistas de Harbor Grace para tomar los mandos del Lockheed Vega 5B de color rojo, con el que cruzaría el océano Atlántico en vuelo solitario desde Terranova a Irlanda en 15 horas, pasando a la historia de la Humanidad como la primera mujer que realizó tal proeza.

Ese fue el resultado de un empeño, pero no le resultó fácil cumplir su objetivo, pues para ello tuvo que vencer la fatiga, el riesgo de un tanque averiado, la rotura del fuselaje que produjo llamas cerca del motor y la formación de hielo en las alas que precipitó el avión en caída imparable desde 3.000 pies, llegando a rozar las olas del océano.

Tales fueron los problemas, que desistió de aterrizar en París como había previsto, posando el pájaro volador en el pastizal de Gallegher, una granja cerca de Derry, descrito por ella con estas palabras: “Tras haber asustado a la mayoría de las vacas del pueblo, aterricé en el patio trastero de un granjero”.

Luego vinieron los premios y otras hazañas menores, hasta su misteriosa desaparición en el océano Pacífico, intentando rodear la Tierra, porque nada se supo cierto, estableciéndose como hipótesis que el aeroplano cayó a 70 millas de la isla Howland. El presidente Roosevelt ordenó su búsqueda con 9 barcos y 66 aviones, en una operación que costó de 4 millones de dólares, sin éxito alguno, construyéndose un faro en 1938 en la isla para honrar su memoria.

En carta a su marido George Putnam, le dijo: “Debes saber que soy consciente de los peligros, pero quiero hacerlo porque lo deseo. Las mujeres debemos intentar hacer cosas como lo han hecho los hombres”.