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Etiqueta: Tailandia

DESAPARECIDOS

DESAPARECIDOS

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Millones de seres humanos han desaparecido en guerras, dictaduras y dictablandas, sin que los gobiernos se hayan preocupado demasiado en dar con su paradero, sea cual fuere el rincón del mundo donde permanecen ocultos sus huesos en la tierra, tras servir de alimento a los gusanos.

Sabemos que muchos de ellos convivieron en sótanos, cárceles y galerías nocturnas antes de ser asesinados, entrecruzando miradas opacas de dolor, profundos suspiros resignados al exterminio y respiraciones entrecortadas, mientras en la superficie la ciudad dormía ajena a su tragedia.

Tras la matanza quedaron todos desnudos y amontonados en el suelo sobre sus excrementos, sin rostros en las fotografías ni mortaja de alivio, con insultante impunidad para los matarifes y, en algunos casos, con los dioses por testigo.

Urge que la reja del arado se sorprenda arañando túmulos amorfos de peronés, tibias y costillas, ante la mirada sorprendida de los forenses al contemplar la procesión interminable de cadáveres mutilados, sin manos unos, algunos sin piernas, otros ciegos, muchos con el cráneo perforado y todos linchados.

En nombre de quién, o de qué, se cometieron los crímenes que se llevaron a tantas personas por delante, junto a sus amigos, y a los amigos de sus amigos. A todos. Porque se llevaron a millones de seres humanos, que hoy están desaparecidos en Argentina, Brasil, Uganda, Chile, Indonesia, Argelia, Sri Lanka, Tailandia, Turquía,…y las cunetas españolas, porque nuestro país es el segundo en el número de desaparecidos, por detrás de Camboya.

Los desaparecidos son los cotidianos murientes de interminables agonías. Seres numerados, sin nombres ni apellidos. Mártires ignorados de la intolerancia. Desconocidos ciudadanos, nominados en todas las latitudes con una apocalíptica palabra: desaparecidos.

TURISMO SEXUAL

TURISMO SEXUAL

Unknown

Anunciaba Lamarck en 1809 que los cambios medioambientales provocaban nuevas necesidades en los seres humanos, lo cual hace pensar que el incremento de soltería, divorcios y separaciones matrimoniales crea necesidades naturales que hoy los españoles satisfacen al descubierto, con luz y taquígrafos, y no como sucedía en mi juventud que los mismos hechos ocurrían a cencerro tapado.

El mismo naturalista francés afirmaba que el uso continuado de un órgano favorecía su crecimiento, de ahí la expresión “la función crea el órgano”, ocasionando el desuso prolongado del mismo su disminución, pudiendo llegar a la desaparición del miembro.

Muchos españoles, amantes de la patria y sabedores del riesgo que corre la supervivencia del país por falta de aparatos reproductores si estos no se usan, se han lanzado a la feliz tarea de expansionar y flexibilizar, cuanto más mejor, los cimbreles y cavernas, provocando un aumento de turismo sexual, que evita sonrojos y cuernos en los dinteles sociales y domésticos.

Mi convicción personal en la gratificante sorpresa del encuentro amoroso, el placer generado en el encantador juego de la seducción mutua y la íntima confluencia con la persona amada, me han tenido siempre alejado del frío intercambio de dinero por sexo, en todas sus modalidades, versiones y circunstancias.

Con este equipaje en mi ánimo vital, tengo que abandonar la ironía y ponerme el sombrero rojo para denunciar el incremento del turismo sexual, que ya no se conforma con satisfacer tan elemental, placentero y necesario instinto, con personas que voluntariamente venden su carne en escaparates.

Hoy se va más lejos y el consumo sexual ha exigido poner en el mercado un millón de púberes de ambos sexos que venden su cuerpo, y son explotados en zonas turísticas de Brasil, Tailandia, Estados Unidos, India o las paradisiacas playas caribeñas donde se subastan niñas vírgenes al mejor postor.

Prostitución infantil repartida en burdeles y calles del norte y sur del mundo, de la que se enriquecen traficantes, mediadores, agencias de viajes, chulos, paidófilos, pervertidos, estraperlistas y negreros que ya no distinguen el color de la piel que venden en los lupanares.