DE POLITÓLOGOS UNIVERSITARIOS A POLÍTICOS PARLAMENTARIOS
La politología estudia la teoría política, siendo los politólogos quienes practican esa ciencia analizando profesionalmente la política, sacando conclusiones de los hechos políticos y realizando estudios sobre el tema, arriesgándose en muchos casos a bajar a la arena y participar del juego, sin percibir que pueden caer en los mismos errores que han censurado desde los despachos universitarios y tribunas públicas.
Ser politólogo no es interferente con ser político, como hemos podido ver con los jóvenes politólogos universitarios que en pocos meses se han transformado en parlamentarios, con la responsabilidad histórica de no defraudar las expectativas puestas en ellos como redentores de lo detestable practicado por la llamada «casta» política.
Su apariencia de jóvenes moralmente limpios, honrados, generosos y comprometidos, ha convencido a millones de ciudadanos desencantados con los mandamases tradicionales que han gobernado durante décadas, esperando ahora que las emergente promesas de regeneración democrática se hagan realidad, porque de lo contrario la decepción frustrará toda esperanza en la recuperación de los valores cívicos fundamentales.
Los nuevos políticos de izquierda procedentes de tribunas universitarias se han transformado en congresistas sin piercing, pero tienen que evitar la seducción de la poltrona que transformó la “Gauche divine” de los años sesenta en “gauche de vino” con chaqueta de pana, para terminar siendo “gauche de whisky” escocés de malta y piña colada en la bodeguilla, antes de comenzar a dar vueltas en las puertas giratorias.
Para evitar esto, no puede volver a repetirse entre los «poderosos» miembros “círculares” el error de “papelitos” sin importancia, pero de obligado cumplimiento legal. Ni la ocultación de ingresos económicos sin la preceptiva limpieza impositiva, que terminó en declaración complementaria, atribuyéndose la culpa en ambos casos a conspiraciones y conjunciones astrales, criticadas por ellos a los demás partidos.
A pocos ciudadanos les gusta la prepotencia desmedida, las posturas tabernarias, los parlamentos indios, el insulto, la crítica global a la transición o el desprecio a la veterana izquierda, porque son «pequeñas cosas» que abren las puertas a mayores desencantos, tras confiar en la fuerza de una juventud sana, responsable, seria, respetuosa, honesta, autocrítica, trabajadora y competente, que parece dispuesta a practicar una política distinta en esta democracia española, todavía por madurar.