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EL POETA NOS CONGREGA

EL POETA NOS CONGREGA

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El viernes 11 de abril de 1884 el llanto del infante Felipe Camino Galicia alertó a los vecinos de Tábara sobre la fuerza del Viento que dispersaría años después versos errantes en el cielo, cuando el poeta León tocó su viejo y roto violín, siguiendo el rastro que dejó el romero en caminos abiertos por rebeldías y condenas.

Siempre de pueblo en pueblo y de mundo en mundo, continúa hoy León Felipe caminando en el recuerdo, perdido de cielo en cielo y de verso en verso, peregrino sin albergue ni refugio, desatendiendo las voces de los que pasan al borde del camino eterno, donde permanece inmóvil, en tu sitio.

Devolvemos hoy al poeta el bordón del romero que olvidó una tarde de septiembre, sin dar tiempo a que el señor de la heredad firme su amnistía con mejor letra que la del tirano, y el relincho de Rocinante lo entrega hoy con honores del vencedor que trae una rama de olivo en los labios, mientras el hacha amarilla que afilaba el rencor olvida las consignas y descansa agotada en un cofre submarino, para que el poeta pueda regresar a las cepas y al trigo de su tierra, porque murió el blasfemo Iscariote y con él la sinrazón.

Retorna, pues, la voz antigua del fondo de la tierra para devolvernos cuanto se llevó en el chaleco de su vida bohemia, dejándonos sin otra opción que guardar su presencia hermanada entre los versos, para mostrar su rostro a los alcabaleros y centuriones que amortajaron la palabra del profeta, porque ha pasado la era de las sombras, el llanto se ha hecho luz y, al fin, habla el poeta después del sepulturero.

DOMINIO DEL MIEDO

DOMINIO DEL MIEDO

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El poeta de Tábara llegó al andén de la estación término para tomar el tren hacia el gran viaje, llevando poca sabiduría en la mochila porque solo tenía certeza de las experiencias vividas, dejándonos como legado en sus versos que el miedo nos hace inventar los cuentos que nos duermen desde la cuna a la tumba.

Y tenía razón el farmacéutico al advertirnos del riesgo que corremos a sufrir una sobredosis de miedo que nos domine, paralice y debilite, doblegando nuestra voluntad y sometiéndonos a caprichos ajenos que nos impidan seguir nuestro camino, dejándonos sin capacidad de respuesta ante los dictados de la conciencia.

El miedo nos hace conformistas, cobardes y sumisos al misterio, por temor a ser apaleados en la plaza pública por una sociedad conservadora asentada en el diván de la indiferencia, que desprecia la inteligencia con igual desdén que arroja a la papelera un folio en blanco por miedo a emborronarlo con propuestas desalienantes.

El miedo a la verdad nos encadena, aunque sepamos por el evangelio laico que la verdad nos hace libres, pero también tememos a la libertad porque no sabemos qué hacer con ella ante las múltiples direcciones obligatorias que nos imponen quienes gobiernan nuestra temerosa voluntad.

Pero debemos saber que si perdemos el miedo a la reflexión personal alcanzaremos la libertad; si perdemos el miedo a la muerte lograremos conciencia plena de nuestra existencia; y si perdemos el miedo al miedo seremos complacidos con la felicidad de liberarnos de cuentos y cadenas, aunque terminemos la lucha con jirones en la piel del alma, por decidir ser dueños de nuestra propia vida.

NUEVO GRITO DE LOS ESPAÑOLES

NUEVO GRITO DE LOS ESPAÑOLES

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El poeta de Tábara advierte que los españoles hablamos demasiado alto y que hemos dado tres gritos concluyentes a lo largo de la historia. El primero fue “¡Tierra!”, cuando coreamos con Rodrigo de Triana el descubrimiento del nuevo mundo. El segundo grito lo dimos con don Quijote por los campos de La Mancha, pidiendo “¡Justicia!”. Y el tercero fue avisando en 1936 de la tragedia gritando “¡Que viene el lobo!”, sin que fuera creído por los muertos de ambos bandos.

Hoy los españoles añadimos un nuevo grito a los tres bocinazos recogidos por León Felipe, sin esperanza alguna de ser escuchados por los tres poderes del Estado, porque uno de ellos está sometido al dictado teutón, otro vive en el nirvana de sus privilegios y el tercero cierra la ventana cuando el hedor de la corrupción llega a su despacho.

Mientras esto ocurre, el pueblo español grita “¡¡Se puede!!” hasta desgañitarse, frente al Palacio de la Moncloa, junto al Palacio de las Cortes y a la puerta del Convento de las Salesas Reales, escribiendo en las pancartas con sangre dolorida y lágrimas de impotencia que puede dársele lo que en justicia pide.

Efectivamente, se puede modificar la ley sobre desahucios censurada por el Tribunal de Justicia Europeo, dictaminando que no garantiza la protección ciudadana con cláusulas abusivas en hipotecas que vulneran la normativa comunitaria.

Se puede reparar el daño causado a los ahorradores estafados y engañados con las participaciones preferentes, devolviendo a los afectados el dinero que pusieron en manos de los usureros bancarios.

Se puede evitar que los defraudadores oculten su dinero en lejanas cajas bancarias y cuentas opacas, investigando movimientos de dinero y firmando acuerdos internacionales que eliminen del mapa los paraísos fiscales.

Se puede erradicar la impunidad de los corruptos obligándoles a devolver el dinero robado y enviándoles algunas décadas a la cárcel como penitencia por sus pecados en esta tierra, que del castigo infernal se encargará su Dios.

Se puede imponer una justicia igual para todos los ciudadanos sin más que equilibrar la simbólica balanza, ponerle de nuevo la venda en los ojos y despolitizar los tribunales y cortesanos que tiene tan bella dama.

Se puede democratizar el país abriendo listar electorales, limitando la vida política, aboliendo privilegios, reduciendo sueldos, desterrando el amiguismo, impulsando la vocación de servicio y confinando la mediocridad.

Se puede, en fin, rearmar éticamente la sociedad dando ejemplo a los ciudadanos de honradez, sinceridad, sacrificio, renuncia, esfuerzo, generosidad y otros valores morales que dignifican la raza humana.

AMÉN

AMÉN

El valor de esta palabra semítica cierra todas las oraciones, plegarias y devociones de los oradores, para que sus alabanzas, peticiones y súplicas se cumplan, rogando a quien corresponda que “así sea”.

Pues eso, que así sea, ya que no puede ser de otra manera, por mucho que nos mordamos el alma de dolor ante la despedida final de una vida, sin que a la “enemiga fiel” le importe demasiado el eterno deseo humano de sobrevivencia, tan socorrido para distintas religiones.

El poeta de Tábara sabía pocas cosas, y era verdad. Pero tuvo como cierto que el miedo del hombre había inventado todos los cuentos, y que con cuentos enterramos los huesos de los vecinos, como no hace mucho tuvimos que hacer un grupo de amigos con alguien que se nos fue.

Inoportuna es toda muerte, pero más cuando la propia vida apenas ha comenzado a florecer en el capullo que la parca siega sin consideración alguna, ebria de vanidad, y exhibiendo un poder inmerecido que a todos fustiga.

Pero no se lleva la peor parte quien viaja hacia la nada de donde procedemos, sino los desheredados que aquí quedamos ocupando un asiento en la sala de espera de la estación término, a la que llegamos en el mismo instante de nuestro nacimiento.

Traidora, que no anticipa su presencia para sorprendernos como hace siempre, la muerte merece desprecio y censura por su mala educación. No es propio de señoras que se precien, entrar en casa ajena por la ventana y llevarse lo que a otros pertenece, sin pedir autorización a los propietarios de las vidas que hurta impunemente.

Por eso, cuando la parca golpea la piel de un alma desprevenida, no hay redención posible. Sólo dolor apenas consolado unas horas por la compañía de los amigos que lloramos nuestra propia muerte, sabiendo que todos estamos a la puerta del abismo, sin atrevernos a dar el paso definitivo hasta que el destino nos empuje, según dice el cuento, a la felicidad eterna.

¿Por qué entonces tanto dolor, si quien abandona este mundo lo hace por voluntad divina para gozar eternamente de la más inalcanzable felicidad? ¿Por qué tanta lágrima si en tiempo breve volveremos a encontrarnos con los desaparecidos  en inimaginables paraísos, permaneciendo ya juntos varias eternidades? Si alguien tiene respuestas que nos las dé, porque de lo contrario seguiremos dudando de inescrutables designios celestiales y pensando que la historia humana está jalonada de cuentos alojados en la sinrazón de una credulidad increíble.

Tal vez por eso, cuando alguien se nos va llega a nosotros San Manuel Bueno con el hisopo en la mano dispersando agua bendita sobre su propio escepticismo y recitando una plegaria, mientras el ejecutivo se afloja nervioso la corbata; el vagabundo levanta desconsolado la cabeza del escaño; el solitario busca una huella en sentido opuesto; el carcelero olvida las llaves en la celda que vigila; el mendigo anota la hora para calcular el tiempo de espera; el militar, arrepentido, se quita las espuelas; el arzobispo, decepcionado, cede su báculo; el enamorado desespera por la desesperanza que le espera; el intelectual dispersa las palabras del libro sagrado; el moribundo baja resignado la escalera; el maestro, al fin, cierra el catecismo en silencio,  ….y calla.