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DESPOTISMO ILETRADO

DESPOTISMO ILETRADO

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Un día como hoy de 1788, moría en Madrid el monarca borbónico Carlos III de España, recordado como el mejor alcalde de la capital del reino y fundador del Despotismo Ilustrado, que aprovechó su poder absoluto para realizar importantes cambios a favor del pueblo, sin quebrar el orden social, político y económico, algo que nos obliga hoy a reflexionar sobre el despotismo iletrado que tenemos encima.

La situación política actual recuerda poco al Despotismo Ilustrado porque carece del lustre intelectual de la Ilustración Francesa, ya que en la cúspide hay pocos ilustrados y muchos iletrados, que mantienen actitudes despóticas, abusando de la autoridad, el poder y la fuerza que le otorgan las urnas, tomando el todo por la parte y sin oír al pueblo.

La política seguida por algunas monarquías absolutistas del siglo XVIII, estaba inspirada en el deseo de fomentar la cultura del pueblo, la prosperidad de los ciudadanos y el bienestar de los súbditos, algo que ahora no ocurre sino todo lo contrario, para desgracia de los sufridos votantes.

Aquel paternalismo de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo” ejercido por benevolentes déspotas del absolutismo dieciochesco, se ha tornado en “nada para el pueblo, pero con el voto del pueblo”, en manos de sus herederos regentes en una democracia que tiene mucho de “demo” y poco de “cracia”, por obra y gracia de los déspotas postmodernos que pervierten el sistema democrático.

MARIDAJE INTOLERANTE

MARIDAJE INTOLERANTE

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El maridaje Iglesia y Estado que llevó a Felipe II al altar político-religioso del brazo de Clemente VII, Pablo III, Julio III, Marcelo II y Pablo IV, comenzó a tomar tintes alarmantes con la promulgación de un decreto por el que se prohibía la importación de libros extranjeros y se ordenaba que todos los textos impresos en los territorios gobernados por el rey ¿prudente?, debían llevar la licencia del Consejo de Castilla y la censura eclesiástica correspondiente.

Con ello se pretendía dirigir la mente y los conocimientos de los súbditos en la dirección que más interesaba a la monarquía y al papado, con graves perjuicios para los ciudadanos cultos, los intelectuales y los librepensadores, publicando el Índice de los libros prohibidos por la Iglesia y amenazando de excomunión y tortura a quienes no atendieran lo ordenado.

Antes de contraer matrimonio por poderes en el mes de enero de 1560 con la hija de Enrique II, Isabel de Valois, de catorce años de edad, don Felipe despidió el año 1559 presidiendo un Auto de Fe en la plaza mayor de Valladolid donde fueron condenadas bajo la acusación de luteranismo treinta y dos personas, de las cuales trece de ellas fueron ajusticiadas a garrote y otras dos quemadas vivas: Don Carlos de Sesso y Juan Sánchez, criado del predicador de la corte Agustín de Cazalla, también muerto a garrote, cuya madre fue desenterrada y quemada.

Pero esto no fue bastante para los exterminadores: derribaron su casa para que no fuera ocupada por más espíritus malignos protestantes, cubrieron los restos con sal para ahuyentar libertades y levantaron un paredón de piedra cerrando el paso a la cultura, con un letrero contando el grave delito cometido y la mínima pena impuesta.

JUAN CARLOS I, EL AFORTUNADO

JUAN CARLOS I, EL AFORTUNADO

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La costumbre de poner un apodo popular a los monarcas, me anima a llamar “El Afortunado” al rey Juan Carlos, por todos los favores que ha recibido de las dos fortunas posibles: la que atesora en sus cuentas corrientes y la que ha tenido en la vida.

La suerte ha estado tan ocupada durante los últimos cincuenta años en favorecer a Juan Carlos de Borbón, que no ha tenido tiempo para dedicarse a los millones de vasallos abandonados por la diosa protectora del monarca, librándole sin explicación alguna de maleficios que condenarían a eternas galeras de dolor al resto de los mortales.

Recordemos que una bala perdida procedente de su pistola, acabó sin pretenderlo con la vida de su hermano Alfonso, y nadie se dio por enterado. Tengamos presente que sin ser heredero a la corona se hizo con el trono de España, por obra y gracia del Caudillo, ante el silencio general. Sepamos que lo único rojo que tenía cuando ocupó el palacio de la Zarzuela eran los números de su cuenta corriente, pero en pocos años su fortuna no cabe en el Fortuna que le regalaron, sin que los súbditos sepan sus cuentas. Sus íntimos amigos Prado y Conde ingresaron en prisión, y su yerno está a la puerta, librándose él de dormir con el pijama de rayas, sin que su posible complicidad en los delitos cometidos haya sido investigada. Las ciertas presuntas infidelidades conyugales no han advertido a los vasallos sobre las deslealtades patrióticas con los súbditos. Fueron múltiples las fracturas óseas y operaciones quirúrgicas que ha sufrido, sin quedan incapacitado por alguna de ellas. Ha sido el mayor beneficiario de la dictadura, sin ser esto tenido en cuenta por la historia. Y la autocensura en los medios de comunicación los ha condenado al silencio, cuando el rey merecía una indeseable portada. Efectivamente, el rey es un hombre de suerte, que merece ser llamado «El Afortunado».

Algunos republicanos se declararon juancarlistas cuando fue proclamado heredero del franquismo. Muchos antimonárquicos le aplaudieron con ganas el día de su coronación. Y la gran mayoría de ciudadanos se hicieron fans del monarca la noche del 23 de febrero de 1981, cuando los sublevados militares amigos personales suyo, le subieron al camarín político sobre la peana de salvador democrático.

Es posible que ahora los republicanos recuperen el rumbo perdido en los pasillos de la Zarzuela y enarbolen la bandera tricolor desde el balcón real, pero me temo que la mayoría se hará felipista, entre otras cosas para confundirse con el felipismo, que dejó aparcada la república cuando vio en el horizonte la Moncloa

DISCREPANCIAS DEL PUEBLO

DISCREPANCIAS DEL PUEBLO

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La separación entre quienes dirigen al pueblo siendo del pueblo aunque no se consideren del pueblo, y la mayoría absoluta de ciudadanos que forman el pueblo, se agudiza cada día más porque los jefes políticos, sociales y económicos manejan un diccionario diferente al utilizado por los votantes, dando lugar a una esquizofrenia social causada por discrepancias insalvables entre unos y otros, con balance favorable para los ciudadanos.

Efectivamente, en contra de la cúpula empresarial, financiera y política, se ha evidenciado que la razón estaba de parte de los sureños, cuando los del norte social elogiaban a Díaz Ferrán como modelo de empresario.

Según estamos comprobando, las acciones preferentes no eran la panacea para inversores, sino un escandaloso fraude masivo a los ciudadanos, cuyas últimas consecuencias están todavía por descubrir.

Parece cada día más claro que el señor Urdangarín era un trilero estafador con guante real a medida de toda la Casa, y no un ejemplo de joven empresario y altruista emprendedor que trabajaba por amor a los súbditos.

Nadie se atreve a negar hoy día que Bárcenas fue un ladrón engominado, propuesto por sus íntimos compañeros de partido a la peana, siendo el mejor candidato a premio Nobel de cinismo, estafa, soborno y chulería.

Decir que Rato, Blesa y todos sus cómplices de fechorías financieras y abusos económicos eran paradigmas de banqueros honrados, como pregonaron sus patrocinadores, fue un pecado más grave que el “original”.

Hablar del “amiguito del alma” y de quien se lo llevó junto al duque de su isla, en términos de ejemplarizantes políticos, insulta la inteligencia ciudadana, ofende al sentido común y mancilla la honestidad popular.

CARTA APÓCRIFA MONARCAL

CARTA APÓCRIFA MONARCAL

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Queridos súbditos:

Ahora que estoy malito y cojeando, quiero deciros que no me desentiendo de vuestros problemas como han dicho malas lenguas, aunque mi vida personal no me facilita poner atención en dificultades ajenas ni en la crisis que estáis pasando, ya que los problemas familiares me ponen en el disparador y sigo con la tradicional agitación sanguínea primaveral propia de los Borbones.

A mis setenta y cuatro años ya no está uno para bromas familiares de revoltosos nietos y distraídos yernos, cuando se han tenido en el punto de mira felinos, osos, perdices, paquidermos y algún hermano despistado que se cruzó en el camino del plomo, sin previo aviso.

Debéis saber que no he tenido una vida fácil, como le ha pasado a todos los que nacieron y vivieron, como yo, en el exilio, sin poder regresar a la patria hasta que se le antojó al militar tijeretar el futuro de mi padre para entregarme a mí lo que pertenecía a él.

Casé con una inmigrante vegetariana y antitaurina, incapaz de conducir de noche en moto por las calles de Madrid, con casco de camuflaje y rumbo fijo, aunque quienes afirmaban desconocer mi paradero, sabían perfectamente donde me encontraba. La griega me concedió tres legítimos hijos y ningún «griego», pero mantengo la esperanza que no se me presente a la puerta de casa algún bastardo cantando zarzuela, como le ocurrió a mi abuelo.

Aunque la mayor de mis hijas no destaca por su inteligencia, ha tenido mala suerte la pobrecita con un marido que alimentaba el entusiasmo a través de una sonda nasal y tenía desequilibrios físicos de origen desconocido que la llevaron al divorcio, provocando que mi nieto se autolesionara con un disparo, ante sus narices.

Mi otra hija es la más tonta de los tres. Algo que ha sido aprovechado por su marido para engañarla ocultándole sus andanzas financieras. También se han beneficiado de la tontuna los asesores de sus empresas, ocultándole lo que firmaba. Incluso he podido engañarla yo mismo negando la verdad que supe desde el principio, para conseguir, con tanto engaño, engañar al juez.

El hijo pequeño, guapo él, ha decidido heredar de mí cuanto le beneficia, renunciando a sacrificios y servidumbre de la realeza. Por eso se me ha casado con una plebeya divorciada, que vive, como todos, a costa mía, bueno, no, a costa vuestra.

Tuve a mi madre en silla de ruedas, me falta un trozo de pulmón, tengo una bola de metal en la cadera y he sido operado varias veces. Pero mantengo intacto el aparato genito-urinario para hacer los honores al apellido que heredé de mis antepasados.

Es para mí un orgullo poder pediros ayuda y comprensión en mi desgracia porque necesito vuestro apoyo en estos momentos, ya que el ejemplar recorte del 7 % que acabo de imponer en la Casa me obliga al sacrificio, exige austeridad y empobrece mi vida, obligándome a privar de la hoja de lechuga al grillo que canta en mi ventana.

Vuestro rey, Juan Carlos I, que tanto os necesita.

¿CUÁL ES EL ERROR COMETIDO?

¿CUÁL ES EL ERROR COMETIDO?

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La excepcionalidad de algo que debería ser normal en la vida política, ha provocado el aplauso de quienes han consolado su decepción monárquica con inexistentes disculpas de un rey, pues no ha pedido perdón ni ha explicitado los errores cometidos.

Al declarar el monarca que siente lo sucedido sin aclarar qué ha pasado y confesando al mismo tiempo la comisión de un error ocultando cuál ha sido la equivocación, anula el valor que pudiera tener el propósito de enmienda prometido al pueblo.

La obviedad de algo no consuela la razón al tratarse de una verdad evidente, pues el error es una cualidad del ser humano. Todos erramos, incluidos reyes, papas y dogmáticos fundamentalistas. Por eso, el reconocimiento genérico de haber consumado una falta carece de validez, si no va acompañado de la explicitación del delito cometido.

Lo que deseamos saber los súbditos es el desmán que el rey considera haber perpetrado, no la aceptación abstracta de un error, porque eso ya lo sabemos, sin que nos lo diga con voz aparentemente arrepentida, aconsejándole pensar antes de actuar y no disparar sin haber apuntado antes, por mucha afición que se tenga a la caza.

¿Se ha equivocado el rey por recrearse matando animales durante toda su vida o por privar de la vida en este caso a una especie protegida?

¿Se ha equivocado el rey por irse a la caza de un paquidermo en lejano país o por aceptar la invitación de un empresario con negocios en España?

¿Se ha equivocado el rey por ocultar a los vasallos sus andanzas y cacerías o por tropezar con un escalón y caerse al suelo a las cuatro de la mañana?

¿Se ha equivocado el rey por decir que los jóvenes parados le quitan el sueño o por transgredir el “comportamiento ejemplar” que pide a los demás?

¿Se ha equivocado el rey por aceptar el premio a la caza del oso pardo o por operarse en un hospital privado inalcanzable a los fieles tributarios?

Mientras el rey no confiese el error que considera haber cometido, seguiremos sin saber cuál es la falta que ha prometido no volver a cometer. Pero me temo que eso nunca lo sabremos porque la renovada adhesión monárquica de políticos, tertulianos y columnistas, nos impedirá conocer la respuesta.