Efectivamente, hay solución, pero no pacífica y civilizada. La crisis no se sustanciará por vía del diálogo debido al desprecio financiero, indiferencia mercantil y sordera política que reina en los despachos, sino por caminos ya marcados a lo largo de la historia.
Nuestro problema no es coyuntural ni pasajero, sino estructural derivado de una crisis sistémica que afecta a las más puras esencias democráticas, desvanecidas por un mal ejercicio del poder otorgado por los ciudadanos a políticos de diferente origen, color y catadura.
No debe preocuparnos la crisis sino la causa que ha originado este hundimiento de las economías domésticas más débiles, a costa del enriquecimiento fácil de quienes sobrevuelan por encima de tragedia que ellos mismos han provocado.
Durante años hemos tenido los ciudadanos ocasiones de evitar la mierda que nos están arrojando encima, y no lo hemos hecho. En unos casos por acción contraria, en otros por omisión directa, en la mayoría por despreocupación, en parte por ignorancia y siempre por ingenuidad y exceso de confianza, pero todos somos culpables de lo que nos está sucediendo.
Los políticos por subvertir la democracia; los «cajeros» por someter su voluntad a politiqueros; los periodistas por olvidar su oficio; los despilfarradores por hacer cortijo propio de la patria común; los banqueros por hacer de la especulación, doctrina; la justicia por quitarse la venda; y nosotros por consentirlo todo resignadamente, elección tras elección.
Esta perversión ha facilitado a los servidores del pueblo servirse del pueblo para satisfacer sus ambiciones personales, en vez de proteger a los ciudadanos de la voracidad de los mercados.
Si cuando el presidente del Bundesbank, Hans Tiet Meyer, predijo el hundimiento de las democracias, afirmando que el estado democrático tenía que someterse a los mercados, el pueblo hubiera estado alerta en las urnas negándose al juego de intereses que los políticos practicaban, otra sería la situación que tendríamos ahora porque se hubieran regulado los mercados evitando el actual colapso depredador que nos ahoga.
La sumisión que están demostrando los políticos a las exigencias del poder económico salvará el sistema capitalista que gobierna el mundo, pero será a costa de acabar con los valores democráticos, hundiendo las economías domésticas, desplomando el estado del bienestar y habilitando morgues a cielo abierto en los descampados.
Una reflexión final para navegantes: los mercados no son entes abstractas e impersonales. No. En los Consejos de Administración y en las cúpulas dirigentes hay personas con nombres y apellidos, que coinciden muchas veces con quienes forman parte de las listas electorales. ¿Qué puede hacer, pues, el pueblo para salvarse y liberar la democracia del yugo esclavizador de la politiconomía? Pues seguir los pasos dados por la historia en momentos semejantes, cuando la revolución fue la única posibilidad de salvación para los ciudadanos.