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NOSTÁLGICA HOGUERA

NOSTÁLGICA HOGUERA

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Con tizón rescatado del cerro de cenizas que la hoguera de San Juan ha dejado en la plazuela de mis juegos infantiles, escribo el recuerdo de aquellos años de hambre, represión, rosario y estraperlo, cuando la libertad se antojaba imposible en sórdidos años de posguerra, sin que los niños percibiéramos la oscuridad en la vivíamos ni los adultos nos explicaran la realidad de aquel tiempo de silencio, leche en polvo, orfandad y mutilados en incivil guerra fratricida.

Recorríamos las casas del barrio pidiendo a los vecinos sillas viejas, armarios desvencijados y otros muebles inservibles para hacer con ellos doméstica torre ardiente en fuego nocturno, mientras los petardos, bengalas y cohetes atemorizaban a los perros, al tiempo que los adolescentes explotábamos “bombas” a los pies de las niñas, como alarde de dominio trasnochado para demostrar con ese atropello nuestra preferencia hacia la vecina que nos alteraba la sangre en solitarias y cálidas alcobas estivales.

Celebrábamos la llegada del solsticio de verano al hemisferio norte, saltando nueve veces sobre los rescoldos de hogueras para ganar protección contra el infortunio amoroso y tener la suerte de encontrarnos al día siguiente con la sonrisa de la falda pretendida, en la tienda de ultramarinos donde nos comisionaban quienes podían hacerlo.

Con el rostro iluminado por el fuego, pedíamos inútilmente que el Sol mantuviera su fuerza, sabiendo que su debilidad iría en aumento a partir de aquella noche hasta alcanzar su límite con la llegada del solsticio de invierno, según explicaciones del maestro, pero manteniendo la esperanza en el fuego purificador como ardiente clavo al que agarrarnos en momentos de dificultad, junto a quienes habían anhelado el milagro de la catarsis depuradora, desde que Adán y Eva inspiraran las primeras páginas bíblicas a los narradores de cuentos, conjurando hechizos y maldades con cantos peticionarios al fuego purificador.

NOITE DA QUEIMA

NOITE DA QUEIMA

Me encuentro en la ciudad donde nadie es forastero golfeando durante unos días, dispuesto a celebrar esta noche la llegada del solsticio de verano al hemisferio norte, saltando nueve veces sobre la hoguera para ganar protección contra el infortunio y tener la
suerte de no encontrarme la desgracia en el camino durante el año que falta hasta la próxima hoguera.

 

 

 

 

 

Con el rostro iluminado por el fuego, pediré inútilmente que el sol no pierda fuerza, consciente que su debilidad irá en aumento a partir de hoy hasta alcanzar su límite con la
llegada del solsticio de invierno. Pero mantendré la esperanza en el fuego purificador como ardiente clavo al que agarrarme en estos momentos de dificultad, junto a los miles que anhelan el milagro de la catarsis depuradora.

En la playa nocturna chispeante de ritos precristianos intentaré comunicarme con el más allá para espantar los malos espíritus que habitan entre nosotros aprovechando que “en San Xoán meigas e bruxas fuxirán”. Pero no lo conseguiré porque su vida es larga y negros sus efectos.

 

 

 

 

Compartiré cachelos y sardinas asadas en fraternal compañía junto a desconocidos y juntos brindaremos con poción mágica hecha a bases de aguardiente, frutas, café y azúcar, tras dejarla arder en una marmita mientras conjuramos hechizos y maldades con cantos y
oraciones, pidiendo a las fuerzas del aire, la tierra, el mar y el fuego que el espíritu de solidaridad se una a la fiesta en todos los rincones del mundo.