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Etiqueta: silbidos

EL CACHETERO OCUPADO

EL CACHETERO OCUPADO

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La noticia me la dio un buen amigo, – militante del Partido Popular -, mostrándome desilusión y malestar por lo que había dicho y hecho su jefe supremo en la COPE, algo que después pude ver a través de Internet, asombrándome ante la declaración de don Mariano y los dos cachetes sin importancia aparente que aplicó a su hijo en la cabeza.

Hasta el pasado miércoles, la gran paradoja, el absurdo absoluto y la inigualable contradicción, estaba en la expresión “prohibido prohibir”; pero desde hace cuarenta y ocho horas, todas las paradojas, absurdos y contradicciones han sido emuladas por el aspirante a continuar en la Moncloa, despreciando la inteligencia colectiva.

El señor Rajoy ha batido un récord galáctico de insulto al decir que no acude al debate con los otros tres aspirantes a gobernarnos, porque su trabajo como presidente del Gobierno se lo impide. Palabras que tendrían reconocimiento, credibilidad y aplauso si las hubiera dicho desde su despacho, pero que merecen desconsideración, incredulidad y silbidos al hacerlas como comentarista deportivo durante el partido de fútbol que jugaba su equipo.

Pero no queda en tal oprobio su actitud, pues a esta ofensa se añaden los dos cachetes que propinó a su hijo, al responder este con la ingenua sinceridad de los niños a una indiscreta pregunta del periodista, collejas de mal gusto consecuentes a la cara de asombro que puso dejándonos a todos asombrados.

ALTERNATIVA COMO ESPECTADOR

ALTERNATIVA COMO ESPECTADOR

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Invitado por tres conocidos y populares amigos salmantinos, acudí ayer con ellos por primera vez a una plaza de toros, ocupando la contrabarrera que teníamos reservada en plaza de toros de Ledesma, para recibir mi bautismo taurino de la sabia mano de estos grandes aficionados.

La impresión de este neófito es que el espectáculo tiene colorido, sabor a polvo en la lucha mantenida por un trágico muñeco contra la fuerza bruta a ritmo de pasodoble, y complacencia de humanidad espesa que jalea con pañuelos blancos al comisario, censurando con silbidos su escasa generosidad hacia los toreros.

Desfile en carroza de chiquillas coronadas con gesto tímido hasta ser liberadas por los damos con ramos de flores entre aplausos; peñas de jóvenes jaleando el espectáculo; y un cantaor silenciando la centenaria plaza ledesmina con tres coplas a los toreros, a modo de saetas procesionales andaluzas.

Oyendo las explicaciones de mis anfitriones sobre la trágica ceremonia que presenciábamos, no puedo negar al valor ritual de la misma, ni la riqueza de vocabulario que la acompaña, ni la entrega del variado público, ni el juego democrático de la petición de oreja, aunque el presidente tenga la última palabra en esta diversión pentacentenaria.

Y en medio del espectáculo, un golpe de glamour con la presencia del modelo de Loewe y Armani rodando por el suelo en una embestida que alarmó a la condesa de Bornos y Grande España, tras aceptar sonriente el brindis de otro torero entre los silbidos y abucheos de buena parte del público, que Esperanza Aguirre no tomó en cuenta, como si las quejas del respetable fueran para sus vecinos de contrabarrera y la cogida de Cayetano un asunto de menor importancia.

¡Ah!, los que tengan buen ojo pueden vernos a los cuatro en la foto de este digital salmantino, como testimonio de verdad, aunque amigos escépticos no acaben de creérselo.

¿FIESTA NACIONAL? NO, GRACIAS

¿FIESTA NACIONAL? NO, GRACIAS

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Perdida mi juvenil afición a las corridas de toros, no acepto que se llame fiesta nacional lo que es tristeza abrumadora ribeteada con sacrifico animal público, cual auto de fe medieval que exige pasodoble, sol, clavel, puro y bullicio como un circo romano donde verdugo y víctima han invertido los papeles, pretendiendo hacer cultura de la barbarie, mostrando el listado de intelectuales que han aplaudido el martirio.

Sabiendo el arte generado por esta inmolación nacional, conociendo la música que ha inspirado, habiendo leído muchas páginas literarias sobre ella y viendo el aplauso otorgado por algunos artistas al duelo trágico, público y desigual entre el hombre y la fuerza bruta, sigo sin comprender que se llame fiesta nacional al rito sangriento de sacrificar burlescamente un animal en la plaza, coreado por seres humanos sobrados, espesos y desocupados.

Tras el ceremonial previo de vestido y maquillaje, con ajuste de machos incluido, oración solitaria en la capilla pidiendo ante cien estampas el desamparo del toro en beneficio de la salvación propia y una vez realizado el paseíllo triunfal por la arena del circo, comienza el espectáculo de masas más antiguo de España.

No puedo compartir la celebración de una fiesta pública de tortura animal, que utiliza un trapo coloreado para engañar sin esfuerzo la brutalidad de la bestia; que emplea una puya piramidal para desangrar y doblegar al animal; que clava en su carne arpones hirientes y desgarradores en el cerviguillo del toro; que atraviesa con un largo acero, doblemente aguzado, puntiagudo y curvo, el dolorido cuerpo del morlaco buscando el corazón; y que utiliza un verduguillo para seccionar su médula espinal.

Por mucho traje de luces, pasodobles, ovaciones, silbidos, pañuelos, colores y cascabeles que se pongan a las mulillas, la fiesta nacional es el más triste espectáculo anticultural que contemplarse pueda, por muchos aspavientos que hagan los interesados en que continúen los pesarosos, atribulados, sangrientos y ancestrales festejos taurinos.

ENDOCASTA POLÍTICA

ENDOCASTA POLÍTICA

Existe un grupo social heterogéneo que progresa de manera impune, expansiva y diferenciada del resto de grupos, por su rango, estabilidad y prepotencia. En él domina la endogamia familiar por fecundación in casta, siendo la pertenencia al mismo un derecho de cuna adquirido sin más mérito que proceder de alguna de las  sagas privilegiadas que se perpetúan en sillones oficiales, sustituyéndose unos individuos a otros, de generación a generación, en el espacio privilegiado de la ubre nacional y europea.

No hablo del histórico encaste derivado de la monarquía hereditaria, por detestable que ello sea, sino de ocultas dinastías políticas que transmiten poderes y privilegios de padres a hijos, haciendo de la vida política una casta endogámica que amenaza con perpetuarse en las Instituciones públicas

Muchos hijos de líderes franquistas asientan hoy sus posaderas en privilegiadas poltronas, con reserva de inmerecido derecho de admisión para hijos, nietos, sobrinos, primos y parientes, algunos de los cuales saborean mieles institucionales, al tiempo que hacen hueco para los sucesores que heredarán sus privilegios.

Pero hay otra línea sucesoria inesperada que navega con el mismo rumbo que la tradicional monárquica y la renovada posfranquista, circulando por el margen izquierdo de la vida política, sin recibir los silbidos y abucheos que ellos prodigaron a los que no se bajaron en su vida de un coche oficial, ni promover el relevo para hacer realidad la igualdad de oportunidades que pregonan en su ideario.

La casta que los herederos amarillos, azules y rojos forman, se protegen al amparo de genes progenitores, rodeándose con el cinturón de seguridad que les otorga el cordón umbilical, tras abandonar las vaginas que los traen al mundo con el sillón bajo el brazo.