RECUERDO A UN HOMBRE BUENO
Cumpliría hoy ciento treinta y nueve años el inmortal niño que nació en una casa alquilada del sevillano patio interior del Palacio de las Dueñas, junto a un claro huerto donde maduraba un limonero, llegando con el tiempo a ser hombre bueno, en el mejor sentido de la palabra.
Formado en la Institución Libre de Enseñanza, enamorado de la vida, forjado en el compromiso social, maridado con el sabio Juan de Mairena, recostado en los campos de Castilla y perdido por tierras de Alvargonzález con sus eternas soledades sobre los hombros, fue don Antonio poeta del pueblo querido por los amantes del verso sincero, sencillo, profundo, sentido y libre de ataduras retóricas inoportunas, porque brota de la machadiana médula espiritual.
Soria-Leonor, como primer encuentro amoroso; Segovia-Guiomar-Pilar amor maduro; y en medio Baeza y su entrañable amigo Palacio de soriana tierra donde la primavera tardaba, haciéndose dulce y bella con su llegada alumbradora de olmos y acacias a la sombra del Moncayo, entre zarzas florecidas y margaritas blanqueando la fina hierba, junto a lirios y azuladas tardes que bordeaban el alto Espino donde estaba su tierra.
Luego, ascenso al balcón municipal segoviano alzando con sus manos bandera tricolor ondeando en mástil de efímeras horas libertarias tejidas por anhelos republicanos con el más puro lino de esperanza, cuando las primeras hojas de los chopos sustituían las últimas flores de los almendros, verdeciendo la primavera republicana que llegaba a todos los corazones.
Y, finalmente, Madrid, Teatro Popular, Misiones Pedagógicas, Defensa de la Cultura, Alianza Intelectual Antifascista, hasta llegar a Rocafort y Barcelona, en medio de un exilio bloqueado en la frontera por cuerpos desterrados, hasta llegar bajo la lluvia con su madre y sin equipaje a Colliure.
Despedida y muerte desterrada un miércoles de ceniza, con el mal de España en el alma y dolorido el corazón frente a un mar enrojecido de sangre por la barbarie de una guerra incivil que lo enterró en tierra extraña donde su cuerpo descansa, hito de peregrinos donde muchos hemos ido con un poema de la mano hasta la tumba del hombre bueno, creyente de una realidad espiritual opuesta al mundo sensible.