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Etiqueta: salamanca

BOTELLÓN

BOTELLÓN

Encontré ayer a un antiguo alumno que iba acompañado de tres amigos foráneos camino de un botellón, con tiempo para decirme que vinieron a estudiar a Salamanca porque en la ciudad había mucha “marcha”. Bien. A mí me hubiera gustado oírles decir que se afincaron en esta urbe porque lleva ochocientos años iluminando al mundo con la sabiduría de sus aulas universitarias, pero no fue así.

Los/as jóvenes han tomado la costumbre de reunirse al aire libre para fomentar relaciones, oír música y charlar de sus cosas, acompañados de licores espiritosos que mezclan con bebidas carbónicas para reponer los fluidos corporales que pierden con tanto bacalao, hip-hop y reage, mezclado con cantos en honor a la querida patria asturiana, tan socorridos en las fiestas en honor al dios Baco.

También en mi juventud comprábamos bebidas; hacíamos acopio de vinilos para el pick-up; y los más ligones trataban de convencer a ciertas féminas para que nos acompañaran a los guateques que organizábamos en casa de fulano o en el local de mengano. Esto nos permitía bailar una conga de jalisco entreverada con twist y yenka, mientras acariciábamos nerviosos la primera cintura, sin dejarnos muchas pesetas en el empeño. A la hora oportuna se tocaba retreta y con un Celtas corto en la mano abandonábamos el local, porque entonces “maría” sólo era un nombre sagrado imposible de cultivar en macetas ocupadas por domésticos geranios.

Para que se me entienda, el botellón es algo así como un guateque salvaje que se celebra en la calle durante toda la noche, al que puede añadirse cualquiera sin previo aviso. Comprenderéis entonces que si se cuelan descerebrados “cojos manteca” en la fiesta, las consecuencias son muy negativas para vecinos, participantes y policías, porque estos vándalos han sustituido su masa cerebral por virutas de alcornoque apelmazadas con etanol y sólo responden a barrotes, bozales y grilletes.

No obstante, debe hacernos pensar la rebeldía colectiva de los jóvenes contra el abuso económico de los “garrafones” en bares de copas, y sobre su determinación para boicotear solidariamente al gremio de la “hostialería”, como dice mi amigo Ángel.

El resultado del botellón, cuya finalidad parece tan encomiable, tiene poco que ver con la realidad, por diversas causas. Sí, veréis. Las ciudades no disponen de recintos capaces de albergar en condiciones dignas los cientos de chicos/as que se reúnen en torno a un vaso etílico de plástico. A esto se añade una personalidad inmadura que les impide controlar sus acciones porque en el grupo se diluyen las razonables opiniones personales que mantienen aisladamente cada uno de sus miembros por separado.

El botellón permite al adolescente salir del ámbito gobernado por los adultos; tomar un territorio; y afianzarse en el grupo. Además, beber es un rito iniciático para el/la joven, pero su inmadurez le lleva a un consumo neurótico de alcohol, bien para desinhibirse y mejorar su relación con el sexo opuesto o por presión del grupo. ¿Solución?

No confío en fórmulas represivas, aunque mantengo que los actos vandálicos no pueden salirle gratis a los salvajes. Creo más en la denostada “educación para la ciudadanía” que en las porras municipales. El sarampión democrático no ha pasado todavía y es hora de recordar a la minoría de vándalos que sus derechos terminan donde comienzan los de quienes le rodean.

CHORICETES

CHORICETES

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Que Salamanca es tierra de buen chorizo y mejor jamón lo saben quienes vienen a vernos para cargar la mochila con tripas de cerdo rellenas de carne cruda picada, adobada con pimentón y curada al humo, que hacen las delicias de familiares y amigos, cuando les invitan en su casa a merendar.

Pero este enfundado alimento no llama nuestra atención, dedicada hoy a los choricetes, un nuevo fiambre elaborado con carne humana que urge embutir entre barrotes, ya que tales embuchados no son comestibles por faltarles una curación y solera, imposible de obtener en templados microclimas.

No intentéis cortar unas rodajas de estos choricetes porque están blanditos de moral y son incomestibles. Que no han madurado éticamente, vamos, y por eso acabarán en la basura. Carne de segunda clase, barata, que sólo puede conservarse sin problemas en una celda a la temperatura ambiente.

Estos choricetes carecen de prudencia, talento y discreción, porque van sobrados de chulería, cinismo y desvergüenza. Trileros políticos que han comenzado a proliferar como champiñones otoñales, uniéndose como gremio medieval en la ACHU (Asociación de Choricetes Unidos) con el fin de defender su rateromomio de intromisiones ciudadanas, que no judiciales, porque la ley  decidirá algún día reunir todas las manzanas podridas en un solo cesto, levantando su índice para indicarles el camino más corto hacia el reposo duradero, que muchos desearían perpetuo.

¿Será cierto que hay choricetes por localizar en ese santuario de corrupción donde se cambian contratos, convenios y concesiones por bolsas de dinero y regalos de diferentes colores, formas, precios y tamaños? Es seguro que los choricetes conocidos no son los únicos ni los últimos que conoceremos. En despachos amurallados de muchas ciudades puede haber cómplices que con su silencio permiten que la bola de nieve engorde hasta echar abajo el caseto donde se brinda con cava, vino y horchata por la amistad y el intercambio.

¡Qué afán tienen los choricetes en dar la nota! ¡Qué manía de exhibir la prepotencia hasta en la puerta de los juzgados! No es discreción lo que les falta, sino cerebro. No andan escasos de prudencia, sino de sustancia gris. No adolecen de criterio, sino de neuronas. Les ciega tanto la soberbia que van tropezándose por la calle con sus propios errores y cayendo torpemente en las trampas que ponen a los demás.

¡Tomad y callad, coño!, les dicen los beneficiarios de sus favores. Pero ellos no lo hacen. Tienen necesidad patológica de poner en evidencia sus chorizadas, y eso ya no hay quien lo borre. Muestran en público los regalos recibidos, y esto es algo que no tiene remedio.  Caen en trampas judiciales y eso les condena, porque lo evidente no necesita demostración alguna. Algunos niegan cínicamente las chorizadas y esto nadie lo olvida. Pero otros mienten al pueblo que les da su confianza en las urnas y estamos a la espera de respuesta.

FIESTAS, CASETAS Y TOROS EN SALAMANCA

FIESTAS, CASETAS Y TOROS EN SALAMANCA

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Estamos en plenos festejos tradicionales en la ciudad que habito, celebrando no se sabe muy bien qué, pero supongo que será algo relacionado con la Virgen patrona de la ciudad, aunque los espectáculos mundanos superen holgadamente a las celebraciones litúrgicas.

Sin ánimo de aguar la fiesta a nadie, porque no es esa mi intención ni lo conseguiría, quiero dejar constancia escrita de mi incapacidad mental para comprender que, año tras año, – pero menos este año  -, el Ayuntamiento dilapide miles de euros del dinero común en pagar festejos, teniendo, por ejemplo, calles sin luz y por asfaltar. Y no es que yo niegue la diversión ciudadana, no; pero que cada uno se la pague, como hago con los conciertos de Sabina, desde que compartí un bocadillo con él en Zurich, allá por 1986. Considero que los concejos no deben fomentar con nuestros impuestos las arcas de la hostelería, sino la cultura y bienestar de todos los ciudadanos.

Por otro lado, y debido al desgaste neuronal por la edad, no alcanzo a comprender el placer de mis vecinos  por tomarse de pie, entre empujones, envueltos en polvo y aromatizados con los gases expelidos por los vehículos a motor, una cervecita en improvisadas e insalubres casetas, servida en vasos de plástico.

Por último, tampoco acierto a comprender el interés de mis paisanos en ocupar rocosos tendidos graníticos en recintos circulares al aire libre, para ver como unos maniquíes vestidos con trajes iluminados arriesgan su vida con un trapo de franela en la mano, mientras van horadando la piel de un animal hasta apuntillarlo, entre el regocijo general. Juego mortal aplaudido por una multitud sobrada, espesa y desocupada, que corea el duelo solitario entre un muñeco trágico y la brutalidad de una bestia brava, encastada y encornada.