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PRINCESA LEHONOR

PRINCESA LEHONOR

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Enhorabuena a la princesa de Asturias, porque Leonor tiene su figura desde hace meses en el museo de cera, aunque el artista no se haya esmerado lo suficiente en realizarla, dándole mayor parecido a la niña del exorcista que a la futura reina de España, que lo será tras recibir formación militar en las tres academias como manda la tradición,  para ser la jefa suprema de las fuerzas armadas.

El currículum vitae de Leonor de Todos los Santos Borbón Ortiz pone en evidencia a sus detractores y contradice a todos los republicanos que cuestionan su privilegiada mente y capacidad de trabajo, así como los eruditos conocimientos que atesora y la acreditada experiencia demostrada que le hace merecedora de los títulos de princesa de Asturias, de Gerona y Viana, duquesa de Montblanc, condesa de Cervera y señora de Balaguer, debiendo ser tratada como Alteza Real y dignidad de infanta de España.

Pero le falta algo que su madre Letizia hará, como hizo con ella misma segregándose de todas las vulgares leticias que andan sueltas por el mundo, hablando con el cardenal Rouco para enmendarle la plana a todas las leonores medievales que fueron infantas y reinas consortes de Castilla, rebautizando a la niña como Lehonor para darle más honores de los que tan merecidamente ya se le han otorgado.

A falta de referéndum que lo acredite, dicen los cortesanos que son más los españoles que han festejado la continuidad de la monarquía, que el notorio grupo de republicanos que esperan un desgarro monárquico para cambiar al «gran moderador real» por un sencillo jefe del Estado elegido democráticamente, sin participación de genes heredados de épocas medievales.

Es decir, que la reina de mis hijos atenderá al nombre de Lehonor porque son muy singulares en esa casa. Tanto, que fue la única familia española que renunció a saber el sexo del ser humano que estaba por venir cuando nació la pequeña. Algo que fue conocido solamente por el ginecólogo que siguió el embarazo, como depositario del secreto mejor guardado, según lo contaron aunque ningún vasallo lo creyó.

ADORMIDERA

ADORMIDERA

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Lo que tenía que pasar, pasó. El efecto adormecedor del balompié ha hecho su tarea, bien manejada siempre en dictaduras y democracias, consiguiendo  entumecer al mismo pueblo que veinticuatro horas antes había incendiado las redes sociales con protestas por el rescate bancario que va a pagar, sin que nadie le haya consultado sobre la utilización de su dinero.

La causa del adormecimiento colectivo es una planta de la familia de las deporteveráceas, que tiene hojas alabeadas para deformar la visión de la realidad; color rojo, rojo, pero rojo de la roja, no de hoces y martillos; flores con pétalos donde colgar la frustración; y frutos capsulares indehiscentes para esconder en ellos la indignación entontecida.

La planta de la que hablo es originaria de occidente, se cultiva en jardines televisivos y por escisiones con tijeras recortantes en las cápsulas rojas de su fruto se extraen los goles causantes de la sedación universal, aunque esta vez el corte no haya sido profundo, impidiendo rescatar totalmente al pueblo de la postración en la que se encuentra por abuso del Gobierno sobre el patrimonio común.

Han fallado los balompédicos atletas, y el desconsuelo de la marea roja empatando con la squadra azzurra, ha empañado con decepción la victoria que usureros, desahuciados, politiqueros, empresarios, parados y trabajadores, habían anticipado con excesivo optimismo, mientras pastaban juntos en el césped , llevados por la necesidad de un rescate moral.

Habría bastado un regate acertado, un cabezazo en su sitio, una portería más grande o  un puntapié afortunado, para que el balón rompiera la red donde nos ha pescado el Gobierno, porque no damos la medida que exige la justicia social para la pesca de la especie desprotegida a la pertenecemos todos los ciudadanos, menos el privilegiado grupo de engañabobos que nos esquilma, depredadores que nos devoran y politiqueros que nos engañan.

La sangre roja social viene estos días tiznada con maniobras de distracción y amarillismo, el otro color de la enseña nacional, porque no sólo de disgustos y realidades vive el hombre, sino de sueños que benefician a los jugadores con multimillonarias «primas» que pagamos los «primos».