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EL RIESGO DE DISCREPAR

EL RIESGO DE DISCREPAR

El discrepante que vocea públicamente lo contrario a la opinión escrita en la peana de los patriarcas, corre el riesgo de acabar chamuscado en la hoguera, porque una de las asignaturas pendientes en este país es la incapacidad de los mandamases para aceptar críticas sinceras y honestas opiniones contrarias a las suyas.

Hoy se condena al discrepante, no se respetan voces ajenas, se imponen criterios con amenazas y se condena sin juicio a los opositores, porque no acabamos de aceptar palabras alternativas, impedidos por una prepotencia injustificada y sordera crónica, causas de la pandemia moral que se extiende por las cúpulas políticas, sociales, financieras y laborales.

En ellas se impone el sectarismo y son legión quienes declaran enemigos a los que no piensan como ellos, siendo tal actitud una forma sutil de inquisición que anula todo espacio para el encuentro, impide los acuerdos y cierra puertas al entendimiento.

Discrepar en este país tiene más peligro que caminar con los ojos vendados por un campo de minas, pues a la primera de cambio pintan con sangre de cordero el dintel de la puerta del discrepante, dejando claro que tiene más acogida el granuja adulador, que el crítico honrado.

Hablo del pensamiento divergente que acompaña a quienes ejercen el noble oficio de pensar, analizar la realidad y opinar sobre ella. Hablo de quienes refutan la autoridad, encausan arbitrariedades, contradicen al jefe, desvelan fechorías, impugnan decisiones injustas, condena abusos del amo, desatiende caprichos del director, rectifica al patrón o denuncia la incompetencia del poderoso.

Quienes realizan estas tareas han de estar dispuestos a recibir anatemas, a pagar el costoso tributo de la marginación, a sufrir venganza y a ser borrado de la fotografía por “moverse”, siendo estos críticos empujados hacia el despeñadero social por quienes van por la vida con un guijarro de la mano dispuestos a lapidar al primero que no esté de acuerdo con ellos, liquidando las discrepancias a sartenazos y colgando al disidente el sambenito, preludio de la pira inquisidora.

MALRECUERDOS ARRIESGADOS

MALRECUERDOS ARRIESGADOS

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Si vencemos el olvido teniendo la memoria al día, corremos el riesgo de sufrir más de lo que buenamente podemos soportar cuando los malrecuerdos se acerquen dispuestos a invertir el rumbo de la sangre, llevándonos al insufrible insomnio en noches desalentadas por malolientes evocaciones de experiencias detestables, vividas con acíbar en el paladar.

Para evitar que la sombra de la aflicción nos acompañe, debemos conceder al olvido la oportunidad de llevarse toda la negrura de la vida pasada al país de nunca jamás, tirando luego la llave del cerrojo al agua, como hacen los enamorados al jurarse predilección eterna en el candado que cierran a dos manos en las barandillas de los puentes.

Dejemos, pues, que el olvido haga su tarea, pidiéndole que nos deje solamente los recuerdos benefactores, y aleje malos pensamientos, indulte errores, destierre ofensas y borre discrepancias, permitiéndonos caminar con las buenas remembranzas a hombros hacia el bondadoso país donde habita la tolerancia, el entendimiento, la generosidad, el compromiso, la solidaridad,… y el amor.

Mantengamos actualizada la memoria solo con recordaciones complacientes y evocaciones felices, poniendo en manos del gran sepulturero las amargas vivencias que ponen cepos a nuestra felicidad, minando los recuerdos que deben quedar para siempre sepultados en la tumba del olvido.

Naderías para los descorazonados que agitan en las almenas de la existencia la bandera de la discordia pidiendo guerra, porque la insatisfacción de su vida tienen que justificarla con cismas violentos, desconociendo que la fuerza exhalada por la bondad los arrojará al suelo como hojas muertas de otoño que arrastra el viento a las alcantarillas.

EL RIESGO DE SABER DONDE IR

EL RIESGO DE SABER DONDE IR

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El miedo al fracaso nos impide a veces luchar para conseguir aquello que deseamos, por grande que sea el anhelo de conseguirlo. La comodidad nos incapacita para reaccionar ante lo contrario a nuestras aspiraciones. La desesperanza mutila todo intento de realizar las quimeras que soñamos. Y el cansancio inhabilita la voluntad de alcanzar los proyectos que ambicionamos.

Esa es la realidad: miedo, comodidad, desesperanza y cansancio, son los ingredientes del cóctel que alimenta nuestra frustración, y el alimento que nutre la desgana para caminar en la dirección correcta que nos llevaría al lugar donde veríamos cristalizadas nuestras aspiraciones.

Solo arrojando por la borda el lastre del pesimismo, la desgana, el desánimo y la desconfianza en nosotros mismos, lograremos alcanzar ambiciosas metas que fortalezcan nuestra identidad personal, acercándonos a la realidad sustantiva individual que aspiramos ser, sin contaminaciones externas derivadas de flujos e influencia que determinan nuestros comportamientos.

Ser más nosotros mismos sin injerencias extrañas es ambición legítima, como legítimo es encender nuestra vela en la oscuridad sin apagar la encendida por otros, sino colaborando a dar más luz a todos aquellos que caminan con el cirio apagado siguiendo el rastro de las velas que van delante.

Pero sabed que tener claro el camino a seguir y seguirlo abriendo paso a los demás, tiene el peligro de ser condenado por quienes van en dirección contraria, y el peligro de ser amordazado si los opositores tienen el poder, la fuerza y la voluntad de invertir el rumbo de los rebeldes.

EL RIESGO DE SER AMANTE

EL RIESGO DE SER AMANTE

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El empeño del amante por reconocerse en el amor puede llevarle a no encontrar su imagen reflejada en la pupila del amado, quedando vacilante y a la intemperie en el infortunado destino, maldiciendo su estampa por intentar beber agua enamorada en manantiales secos de amor.

Ello sucede cuando el amante limita su existencia a la persona amada y toda visión personal pasa a través de ese filtro que distorsiona la realidad y amenaza catástrofe, porque ese amor roba y no enriquece por falta de respuesta, predestinando al amante desprevenido a sufrir dolor por su esclavitud ante la mirada desdeñosa del amado.

El amante arriesga, empeña su alma, hipoteca la vida, clausura el futuro, vive en la sombra  y sacrifica la vida por el amado, aunque la mutua pertenencia no traspase el umbral de la esperanza, guardando el consuelo de haberse entregado al amor en el desván de la memoria, como recuerdo nostálgico del tiempo que amó sin ser amado.

En la pérdida, sufre el amante la derrota, pretextando esperanzas frustradas, sentimientos estremecidos y temblores abandonados sobre la fría patena de recuerdos estremecidos y senderos empedrados, donde se han borrado las huellas del amor compartido en lejanos atardeceres por caminos arenosos conservados en la memoria.

Tras el desgarro, recompone el amante los girones del alma con solitario empeño, olvida en el lacrimoso insomnio las promesas de permanencia, abre rendijas en el muro del desengaño, redime su dolor con lágrimas amargas y recupera la identidad perdida durante el tiempo que fue amante.

EL RIESGO DE OPINAR

EL RIESGO DE OPINAR

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A veces se paga un alto precio por decir en voz alta lo que opina todo el mundo impunemente por los rincones. Y hacer público lo que se vocea por los mentideros de la ciudad tiene como recompensa la hoguera.

Tal vez por eso, el conformismo y el miedo a las represalias es la actitud de muchos, siendo los amigos quienes recomiendan medir muy bien las palabras cuando se va a opinar en sentido contrario a la dirección marcada por unos pocos o a defender sinceramente una posición distinta a la que figura en la peana de los patriarcas.

La asignatura pendiente en este país no tiene relación con el sexto mandamiento bíblico, sino con la incapacidad para aceptar una opinión contraria, por muy honesta que sea. Hoy se escucha poco al discrepante, no se respetan voces ajenas, se imponen criterios con amenazas y se condena sin juicio a los opositores, porque no acabamos de identificarnos mental y afectivamente con el adversario, impedidos por una prepotencia injustificada y sordera crónica, causas de nuestros males en el universo que compartimos.

Pensamos ingenuamente que con tener reconocida la libertad de expresión en la Constitución hemos conseguido el respeto que exige dicho precepto, sin darnos cuenta que se trata de papel mojado mientras no superemos la triste herencia legada por la dictadura tras cuarenta años de mordaza, falta de ejercicio crítico y ausencia de respeto a las opiniones opuestas.

Son legión quienes declaran enemigos a los que no piensan como ellos. Y lo que es peor, hacen también enemigos suyos a los que se relacionan con él. Es una forma muy sutil de inquisición social, porque no hay condena directa pero abunda el desprecio, desaparece el saludo, se esquivan las miradas, no llegan invitaciones, enmudece el teléfono, se filtra la difamación, aumentan las descalificaciones y se difunden falsos bulos. Y en este tiempo de abandono ya no hay espacio para el encuentro, las puertas se cierran, surgen amenazas que niegan serlo y se olvidan las promesas.

Opinar en este país tiene más peligro que caminar con los ojos vendados por un campo minado, pues a la primera de cambio te pintan con sangre de cordero el dintel de la puerta. Me refiero a la opinión discrepante, claro, no al halago remunerado, que tan bien se recompensa,  porque entre nosotros tiene más acogida social y política el granuja adulador, que el crítico honrado.

Hablo del pensamiento divergente que acompaña a los que ejercen el noble oficio de pensar, analizar la realidad y opinar sobre ella. Hablo de quien refuta a la autoridad, encausa las arbitrariedades, contradice al jefe, desvela fechorías, impugna decisiones administrativas, condena abusos del amo, desatiende caprichos del director, rectifica al patrón o denuncia la incompetencia de los poderosos.

Quienes realizan estas tareas han de estar dispuestos a recibir anatemas, a pagar el costoso tributo de la marginación, a sufrir venganzas y a ser borrado de la fotografía sociopolítica y  de la memoria de los amigos. Así son las cosas y no sabemos si cambiarán porque nunca viviremos el futuro. Aparentemente no hay argumentos que vaticinen lo contrario, porque la realidad sólo habla de empujones a los críticos hasta llevarlos al borde del acantilado.

Entre nosotros hay algunos que van por el mundo con un guijarro de la mano dispuestos a lapidar al primero que no esté de acuerdo con lo que ellos piensan. Y quienes tienen la sartén por el mango, responden a las discrepancias con sartenazos. Así ocurre. Apenas unos segundos después de la rebeldía, cuelgan al divergente el sambenito, preludio de la pira inquisidora.