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Etiqueta: Resurrección

RECUERDO DE UN ENCUENTRO

RECUERDO DE UN ENCUENTRO

He traído de Galicia recuerdos imborrables que guardo en la mochila de la memoria, junto a entrañables abrazos, compañías inolvidables y eternos amigos. Pero también he traído tristes sonrisas que quiero compartir con vosotros, porque las vivencias de los tiempos del cólera son eso, recuerdos de dolor que se ha llevado el olvido, dejándonos sólo el humor que provocaron.

Eran tiempos de hambruna y estraperlo. Tiempos de orfandad y soledad compartida en hermandad solidaria. Tiempos de mutilaciones familiares y roturas del almas infantiles, apenas reparadas en colpicios de miseria y disciplinas zafreñas por tierras extremeñas.

Misa diaria y rosario. Misa diaria en ayunas. Misa diaria tras una cena frugal y ligero sueño compartido. Misa  iluminativa en la que mi querido Domingo veía luces y oía campanas durante la ceremonia religiosa, premonitorias del inevitable desmayo, sin que la ciencia explicara tales desvanecimientos, ni la fe justificara sus beatíficas visiones oníricas.

En parihuela era llevado a una sala fría y distante, casi abandonada, donde con desgana era envuelto en mantas pardas hasta que la vida retornaba a los ojos y un caldo hacía el milagro de la resurrección.

No había diagnóstico clínico para tal desmayo, ni tratamiento médico, ni justificación religiosa al prodigioso brebaje, ni explicación pública del vahído. El problema estaba en el escaso plato que llegaba a la mesa desde un menguado puchero, porque la enfermedad de Domingo era, simplemente, hambre.

REENCUENTRO

REENCUENTRO

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Unos se tumban en divanes de consultas psiquiátricas para  eliminar fobias del subconsciente.  Otros visitan gabinetes psicológicos para aliviar neurosis. No faltan los que pierden el tiempo buscando santeros que les ayuden a superar depresiones. Y los pecadores hacen cola en los confesonarios para limpiar su conciencia y ahuyentar malos pensamientos, aunque algunas veces sean buenos, reconfortantes y placenteros.

Yo, en cambio, cargo las pilas de la esperanza, refuerzo la energía vital y consolido la autoestima, emborrachándome de abrazos una vez al año, como hice ayer en el recinto del colpicio donde compartí la orfandad y la desgracia en mis años de mi juventud.

Amistad robustecida en fraternal encuentro, donde sólo tiene cabida el afecto y la nostalgia de un tiempo pasado que nunca fue mejor, superado por la hermandad sencilla de unos corazones ebrios de compañerismo, estancados por voluntad propia en solidaridad compartida, ajena a toda competencia y subordinación.

Allí estuvimos todos, en uno solo, sin reservas en la entrega, sin dudas en las concesiones, sin ocultar sentimientos, sin precaución en las palabras y sin desconfianza en los gestos. Simplemente emociones, fotos, recuerdos, promesas de permanencia y alguna pupila humedecida en el abrazo de despedida.

Hoy repito, mudo, los nombres, uno a uno, de los compañeros que enturbiaron sus ojos con mi pena y caminaron leguas con mi carga sobre su espalda. Hoy vienen todos a mi recuerdo con una rama de olivo en los labios anunciándome el privilegio de la amistad.

Vuelven todos recordándome las primeras experiencias furtivas, las interminables filas a la puerta de cada hora, la rebeldía balanceándose en el tablón de anuncios, cuando los “partes” no tenían otra función que anunciar el perpetuo amotinamiento de la razón contra las normas, y su derrota. Y los veo apoyados cada noche en la ventana de la esperanza luciendo un puñado de aire libre en la solapa azul.

Algún día explicaré cómo fue posible la resurrección, a pesar del empeño que ponía el recuento en saber exactamente cuántos faltaban en la lista. Pero eso será después, hoy toca bajar el calendario y comenzar a tachar los días que faltan hasta llegar a las 365 cruces necesarias para alcanzar el próximo encuentro.

RESURRECCIÓN

RESURRECCIÓN

RESURRECCIÓN

Vamos a ir directamente al grano: La resurrección del Hijo del Hombre pertenece en exclusiva al espacio de la fe religiosa y justifica ésta, porque como dijo Pablo de Tarso sin la resurrección los católicos no irían a parte alguna.

Pero la realidad es que nunca llegará a probarse la resurrección como hecho histórico, encontrándose el automilagro en la capacidad para creer – o crear – lo que no se ha visto, quedando la Iglesia como fedataria de un hecho inexistente, como tantos otros, y la fe dando solución al enigma con la sartén por el mango, arrimándole sartenazos al incrédulo.

De igual manera, tampoco se ha podido demostrar que Jesucristo no muriera en el Gólgota, que curara sus heridas en casa de Magdalena y terminara emigrando a la India, donde casó con mujer nativa, muriendo de viejo rodeado de hijos y nietos.

Llama la atención que los cuatro cronistas oficiales reconocidos por la Iglesia Católica Apostólica y Romana no se pongan de acuerdo en los hechos acontecidos en el día que hoy se conmemora, como puede comprobarse leyendo los relatos descritos por cada uno de ellos, donde el único punto de encuentro entre los cuatro es la presencia de María Magdalena y la propia resurrección del muerto.

Por otro lado, es curioso que el resucitado no se presentara a sus seguidores con el mismo aspecto físico ni la misma cara que los discípulos le habían visto durante los años que estuvieron con él. En caso contrario no puede entenderse que dos de estos amigos no le reconocieran cuando conversó con ellos camino de Emaús. Ni que su enamorada Magdalena le confundiera con un hortelano cuando se presentó ante ella. Ni que a los discípulos tuviera que mostrarles sus manos y costado para que le reconocieran, con ayuda del Espíritu Santo, claro. Ni que Tomás se viera obligado a meter la mano en la herida. Ni que los pescadores del Tiberiades sólo le reconocieran al sacar las redes llenas de peces siguiendo las instrucciones del “aparecido”, y no cuando se acercó a ellos.

Es la fe responsable de que las montañas se muevan o los pollinos vuelen y de hacer creer a los fieles lo que no han visto, como es el caso de la resurrección, fundamento, justificación y sostén de la doctrina católica.

Quiero terminar esta serie que comencé el Viernes de Dolores con las siguientes palabras de Buda, por si algún lector de este cuaderno quiere hacer uso de ellas:

“No creáis en nada simplemente porque lo diga la tradición, ni siquiera aunque muchas generaciones de personas nacidas en muchos lugares hayan creído en ello durante muchos siglos. No creáis en nada por el simple hecho de que muchos lo crean o finjan que lo creen. No creáis en nada sólo porque así lo hayan creído los sabios en otras épocas. No creáis en lo que vuestra propia imaginación os propone cayendo en la trampa de pensar que Dios os inspira. No creáis en lo que dicen las sagradas escrituras sólo porque ellas lo digan. No creáis a los sacerdotes ni a ningún otro ser humano. Creed únicamente en lo que vosotros mismos habéis experimentado, verificado y aceptado después de someterlo al dictamen  de la razón y a la voz de la conciencia”