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TURISTAS EN ESPAÑA

TURISTAS EN ESPAÑA

Unknown

En plena canícula juliana, con el tiempo haciendo de las suyas, las playas coloreadas de sombrillas, los chiringuitos sin asientos disponibles y  algunos jóvenes turistas cayendo como moscas ebrias desde los balcones hoteleros, es buen momento para mirarles a los ojos y reconocer a muchos de ellos como mediocres visitantes.

Sin necesidad de echar mano a sesudos estudios estadísticos de sociología turística, podemos afirmar que a nuestras playas llegan mayoritariamente turistas de mediano pelaje social, venidos principalmente del Reino Unido, Francia y Alemania en busca de sol, mar, descanso, cerveza y buenos precios.

Los que más engordan las arcas de hosteleros y comerciantes son los rusos que se dejan 1.500 euros cada uno durante el mes de vacaciones, y los procedentes de países nórdicos que gastan 1.200 euros por cabeza, aunque el número de ellos no alcance a los turistas alemanes que dejan 938 euros por persona al mes, los británicos 766 y 593 los franceses.

Representan una minoría los turistas interesados por nuestra cultura, museos, paisajes, bibliotecas, archivos, hemerotecas y centros culturales, buscando la mayoría de ellos sol, gastronomía y folclores festivos, donde son frecuentes los excesos de quienes Racionero llamó bárbaros del norte.

Los que hayan convivido con los turistas europeos en su propio territorio, saben que su comportamiento en los países de origen nada tiene que ver con las actitudes que muchos presentan en nuestra tierra, más cercana al ocio grosero y a los abusos etílicos, exigiendo además ser atendidos en otro idioma diferente al castellano, cuando a ningún español se le ocurre ir con su lengua materna por Europa.

LADRONES LITERARIOS

LADRONES LITERARIOS

Invito desde aquí a todos los lectores de este blog a participar en una huelga de ojos caídos contra los ladrones literarios que representan una epidemia inmune a toda vacuna intelectual.

Estos ladrolarios han existido siempre sin que nadie les haya puesto freno. Por eso en mi país han proliferado últimamente muchos escritoroides que practican impunemente el detestable oficio de adjudicarse textos escritos por otros.

Son personajillos grisáceos que abarcan todo el espectro social, desde meretrices hasta sabihondos desorientados. Pasando por artistas de bisutería; cantantes de inodoro; empresarios de la nada; periodistas de cuadrilla; profesores infiltrados; políticos multicolores; improvisados telebasureros; oportunistas, caraduras, escribas y fariseos.

Estos mediocres pretenden alcanzar fama literaria atajando por lodazales, sin darse cuenta que la mierda siempre acaba saliendo a flote por mucho que quieran esconderla en su cínica procacidad. El descaro de tales impostores convierte la anécdota en provocación.

Se han disfrazado de escritores para acceder al templo de la sabiduría y ahora están escondidos tras las columnas, porque los verdaderos sacerdotes no les han hecho el sitio que reclamaban para ellos los empresarios mediáticos del “todo a cien” que descatalogan obras de Shakespeare, en beneficio de los basura-sellers. Timan al pueblo, pero no a quienes se han dejado las pestañas dignificando la creación literaria. Entre los pontífices nunca tendrán cabida tales carteristas, porque los chupaeuros no encontrarán en ese mundo ninguna comprensión a su despreciable cleptomanía.

En cambio los saqueadores de ideas tiene su espacio entre los ciudadanos, porque a la sociedad le preocupan más los ladrones de gallinas que los rateros de ideas. Tal vez por eso los magistrados todavía no han encerrado a ninguno de estos mangantes, pues los compasivos jueces consideran bastante pena su frustración, y no quieren añadir más dolor a su falta de talento, aunque les echen una reprimenda en la sentencia por robar lo que pertenece a otros.

Don Manuel, – todo el mundo de pie – siendo ministro de desinformación, nos dijo sobre el Horizonte Español lo que ya nos habían anticipado dos años antes sus amigos Mora y Cárcer. Comprenderéis que con este ejemplo, Lucía Etxebarría no tuvo más remedio que nutrir su Estación de Invierno de referentes y tópicos literarios vendimiados en las colinas de don Antonio, queriéndonos hacer creer que tenían parcelas comunes de pensamiento. ¿Sabiáis que el mismísimo Camiliño estuvo sentado en el banquillo de los acusados con la Cruz de san Andrés en la mano, porque la Audiencia de Barcelona aceptó la querella por plagio presentada por Carmiña? No podía faltar es esta nómina de depredadores el inefable Zaplana, echando mano de la obra de Pujalte con su habitual caradura, para hablarnos del Acierto de España. Luis Alberto de Cuenca que fue Secretario de Estado de Cultura y Director de la Biblioteca Nacional con los populares, reconoció sin pudor que su libro La piratería clásica bebía abiertamente en el clásico de Gosse y tuvo la desfachatez de salpicar a todo el mundo afirmando que se trataba de una práctica habitual.

La desvergüenza con que estos estafadores pretenden justificar su fechoría, produce náuseas, porque desprecian burdamente la inteligencia de los demás. En unos casos, sacan de su corrupta chistera intelectualoide términos que no existen en el diccionario para calificar, por ejemplo, de intertextualidad, lo que es simple y llanamente un vergonzoso plagio, como hizo desde la Atenas de Pericles el señor Racionero, también director popular de nuestra Biblioteca Nacional. Más vulgar fue la periodista rosa, Ana Rosa, calificando de error informático el plagio de su “negro” y mostrando públicamente el Sabor a hiel que le dejó la trampa de su ex-cuñado. ¡Qué tiene bemoles sostenidos los pétalos de la Rosa y las elogiosas palabras de la expresidenta del gobierno en la presentación de semejante bodrio! O el caso del señor Attali, que echó balones fuera culpando de su plagio al editor por olvidarse entrecomillar el texto.

Estos cuatreros literarios son la expresión más gráfica de la impotencia creativa y en nada se parecen a los pacientes copistas medievales que reproducían manuscritos inservibles en el silencio cenobial de los escritorios monacales de Suso y Saint Galen. Tan deshonestos pícaros desconocen el valor de la dignidad porque sólo les interesa el negocio o el fraude en el currículo profesional, como le ocurre, por ejemplo, al hijo de un máximo responsable provincial de la política educativa popular, de cuyo nombre prefiero no acordarme. En este caso, por ejemplo, el padre ha transmitido en los genes a su descendiente este despreciable arte y el vástago ha publicado como autor, un libro de su progenitor. Eso sí, con otro título. El padre, profesor en la ciudad que no se dejó conquistar en una hora, ha saltado a la política; y su becado hijo será profesor universitario en la pequeña Roma, si nadie lo remedia. ¿Cómo lo veis?. Tal vez se trate de un autoplagio generacional inspirado en la Biblia, pues el propio Dios se plagió a sí mismo haciendo el hombre a su imagen y semejanza.