BAJO EL DISFRAZ
El disfraz es un artificio que se usa para desfigurar algún objeto con el fin de que no sea reconocido, pero también son utilizados los disfraces en fiestas, saraos y carnavales para ocultar la identidad de las personas, facilitando el divertimento público, compartiendo la broma, confundiendo el sexo o desfigurando el rostro con monstruosas caretas.
A estas dos acepciones, añadimos una tercera que utiliza la Academia para definir el disfraz como simulación para dar a entender algo distinto de lo que se siente, con intención de advertir sobre las personas que se ocultan tras disfraces profesionales, obligadas a aparentar sentimientos diferentes a los que sienten cuando cuelgan el disfraz en el perchero.
Tal es el caso de quienes adornan el uniforme con puñetas judiciales, lucen en las mangas entorchados militares, exhiben mitras episcopales o cubren la cabeza con gorras policiales, todos ellos forzados protocolariamente a vestirse con ropa que les obliga a ser lo que pueden no ser realmente en zapatillas, bajo el disfraz.
Debajo del ropaje que impone disciplina al soldado, severidad al juez, santificación al prelado y obediencia al gendarme, se ocultan personas que sufren, sienten, ríen y lloran, como el resto de los mortales, cuando se bajan del escenario social tras cumplir sus funciones por razón de ley, orden o mandato, no siempre acorde con su conciencia.
Así, ocurre que muchos jueces firman con dolorosa resignación ciertas sentencias contrarias a su sentimiento personal cuando se despojan de la toga. Sufren los militares desuniformados por las muertes provocadas al apretar el botón exterminador con el uniforme puesto. Se avergüenzan los gendarmes ante el espejo doméstico por la represión ejercida contra los que piden trabajo, pan y justicia. Y lloran los prelados sus pecados tras las oraciones nocturnas arrodillados a los pies de la cama.