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NO LOS MOVERAN PORQUE SON MAYORÍA

NO LOS MOVERAN PORQUE SON MAYORÍA

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Millones de ciudadanos unen sus manos a la cadena interminable de solidaridad que se inicia en el kilómetro cero, y lo hacen compartiendo la misma confusión de todos los eslabones porque es difícil comprender los pétalos rosados de apoyo que están recibiendo los revolucionarios, de quienes no han movido un dedo para satisfacer sus peticiones, pudiendo haberlo hecho.

Por otro lado, los comunicadores que planean a lomos de la gaviota sobre los manifestantes, arrojan soflamas acusándoles de pretender enviarnos a todos al siglo XIX con sus reclamaciones, despertando en muchos vecinos el deseo de volver a él, a cambio de obtener las demandas que solicitan. Reivindicaciones que están haciendo con una madurez, sentido común y poder de convocatoria que para ellos quisieran los profesionales de la protesta y los organizadores de las manifestaciones del primero de mayo.

Pero ni hunos ni hotros, como diría Unamuno, conseguirán moverlos de su sitio ni romper la cadena, porque forman una mayoría absoluta dispuesta a poner en solfa la partitocracia, silenciadora de la voluntad ciudadana y manipuladora de listas electorales en ejercicio de una ley electoral trasnochada que les autoriza a seleccionar entre sus incondicionales, los que han de conformar las listas cerradas de candidatos destinados a dirigir los designios de todos los ciudadanos.

Nunca unos resultados electorales podrían haber sido más previsibles como en esta ocasión en la que un acuerdo anticipado podría haber enviado a la órbita terrestre a politiqueros, banqueros, corruptos, especuladores y encausados que sonríen desde su trono de barro, mientras cinco millones de ciudadanos buscan en los contenedores un trabajo y la mayoría sobrevive a base de tranquilizantes.

No alterará su pulso la decisión de la Junta Electoral Central porque son mayoría quienes la rechazan, convencidos que un decreto no puede sobreponerse a derechos constitucionales básicos, en un país empeñado por mantener el capricho político de una excepcional jornada de reflexión, inexistente en otros países.

Son mayoría los que esperan aquello que no van a recibir de los actuales dirigentes, a pesar de las falsas promesas de redención que les llegan desde todas las gargantas políticas, en mítines insoportables para el sentido común.

Son mayoría los que apuestan por la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Igualdad que elimina de la carrera a quienes sacan ventaja al pelotón atajando por caminos que benefician solamente al puñado de favorecidos con tan detestable mercadeo.

Son mayoría los que exigen una sanidad pública de calidad, una justicia verdaderamente ciega y una enseñanza gratuita, que haga callar a quienes se lamentan de que pueda llegar a la Universidad hasta el hijo del portero.

Son mayoría los que reclaman libertad de opinión, manifestación, pensamiento y acción, sin más límite que el impuesto por la libertad de los demás y no el establecido discrecionalmente por inseguros mediocres.

Son mayoría los que están hartos de las mentiras políticas, de la hipocresía legalizada, del engaño como norma, del pasteleo reglado, de la farsa institucional y del teatro político.

Son mayoría los que quieren ver en los banquillos a quienes les han sumido en la miseria, y no paseándose impunemente por las alfombras a la caza de rescates financieros, ordenando gastos en las cuentas, pidiendo reducciones impositivas y contribuyendo al bienestar común con migajas fiscales de su patrimonio.

Son mayoría los que detestan el terrorismo y las guerras, del color que sean, donde los muertos laterales, colaterales, infralaterales y supralaterales no cesan, llevando machaconamente la contraria a quienes afirman la necesidad de los misiles, cuando bastaría con invertir en cultura e industrialización las cantidades que se dedican a la industria armamentística para hacer un mundo más igualitario y feliz.

Son mayoría los que rechazan ver en listas electorales a políticos imputados en procesos judiciales, protegidos bajo las siglas de partidos que les amparan, porque esto les obliga a pensar que los aparentes protectores buscan autoprotección a sus fechorías, cambalaches y corruptelas.

Son mayoría los que tienen velada la retina de ver durante décadas las mismas caras en las pancartas, repetidas broncas en el Parlamento, continuo nepotismo en las instituciones, inmerecidos sueldos millonarios, pluriempleos injustificados y total impunidad para quienes merecen castigo.

Son, en fin, mayoría los que permanecerán solidariamente con los pacíficos ciudadanos que toman el sol a la puerta de la esperanza bajo los plásticos de la frustración, confiando que la sensatez del jefe de guardia no ordene un desalojo de consecuencias imprevisibles.

 

ESCUELA

ESCUELA

ESCUELA

Carente el ser humano de la sabiduría del asno, tropieza más de dos veces en la misma piedra perdiendo el equilibrio los minutos justos para olvidarse del tropezón anterior, aunque presuma de aprender de sus propias experiencias, sin darse cuenta del engaño.

Hablo sólo de lo que conozco, de lo que he vivido y de cuanto he aprendido en la escuela de la vida, evitando repetir lo que otros han dicho y rechazando hacer mías experiencias ajenas, por ilustrativas que éstas sean.

Es así como he aprendido que admitir los errores propios satisface sentimientos, alimenta la salud mental y mejora la confianza en uno mismo, al tiempo que confirma la necedad de quienes se empeñan en mantenerlos. Pero también me ha enseñado la vida que disculpar las confusiones de otros y perdonar a quienes nos meten el dedo en el ojo no siempre regenera los comportamientos del agresor.

He aprendido que caminar por la vida enarbolando la bandera de la verdad junto a un rótulo enjaretado en la solapa condenando el cinismo, reconforta el ánimo, aleja el insomnio y estimula la moral de quien hace honor a tales distintivos. Pero también sé que tal actitud reduce notoriamente el número de amigos; que el destierro social está garantizado; y que los esfuerzos de promoción profesional y personal se multiplican por el cierre de despachos políticos, expulsión de redacciones de periódicos, eliminación en comisiones de selección y demoras injustificadas en oficinas administrativas.

He aprendido que respetar a todos los semejantes es una obligación que debe alejarnos del insulto y la ofensa personal, por muy distantes que estén de nosotros las creencias y hábitos del vecino. Pero he confirmado también que están eximidas de este respeto las decisiones tomadas por dirigentes cuando éstas sean desacertadas o nocivas para los intereses de quienes las sufren. Tampoco merecen consideración alguna las opiniones vertidas sin argumentos que las justifiquen; ni las actitudes y gestos detestables, aunque se disfracen con trajes de gala; ni algunas sentencias judiciales por mucho que se amparen en togas; ni los asertos de ignorantes que protegen sus memeces tras las cuentas corrientes; ni las pontificaciones celestiales de clérigos que viven en su paraíso sin mancharse los zapatos rojos en el fango de la miseria.

He aprendido a distinguir entre la multitud al tramposo, obstinado en engañar a cuantos le rodean; al corrupto, capaz de robarle la medicina a un enfermo; al prepotente que estira el cuello sin saber que en cualquier momento van a cortárselo; al cínico que insulta nuestra inteligencia con burdas mentiras; y al politiquero que se disfraza de político a la puerta de los colegios electorales.

He aprendido a golpes de sangre que nada hay más importante que ser uno mismo en la parcela que a cada cual corresponde, por mucho que los murmuradores se empeñen en llevarnos por rutas que despreciamos. Permanecer en el espacio que corresponde a cada uno en cada momento nos ayuda a ser algo más felices. Y despojarnos de las orejeras nos permitirá ver el paisaje a los lados del sendero.

He aprendido, finalmente, que sólo pierde el tiempo quien que no lo aprovecha, por eso el ocio estéril es la bancarrota de la vida.