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RESISTENCIA DE LA MEMORIA

RESISTENCIA DE LA MEMORIA

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He tenido el honroso placer de presidir el jurado del Primer Certamen Internacional de Poesía “San Cayetano”, patrocinado por el Colegio Castellano-Leonés de Gestores Administrativos, junto a Isabel Bernardo, Juan Carlos López Pinto y Alfredo Pérez Alencart, decidiendo por unanimidad que los mil euros del premio y la placa correspondiente fueran para la poetisa cubana Yenifer Castro Viguera, por su poemario “Resistencia de la memoria”.

Llegar al acuerdo unánime de esta ganadora ha sido fácil, porque a sus estrofas vivificadas con alma cubana, se ha unido la común sensibilidad poética de quienes tenían que poner nombre real a la plica que acompañaba los versos enviados desde la isla hermanada por una lengua común.

La poesía de Yenifer es intimista y personal, trenzada con cercano alejamiento, versos libres, estrofas de calado imaginativo, culto léxico, espiral emotivo, nexo temático y original imaginería poética, de quien pretende retener el abrazo del hombre que arrastró las estrellas en un cielo de sábanas, sin saber que otro nombre estaba escrito antes de que ella naciera.

Asciende la memoria de esta joven poetisa por sus talones, quemándose en ella el alma sustantiva del evocado fingidor, náufrago, polizón de la vida que va por derecho carril hacia ella agotando señales, donde la quimera de humo desborda el tiempo de su edad desnuda, obligándola al mutismo de los días sin las manos del amante ni espacio de paz, pues no tuvo sosiego hasta que llegó a las aguas turbulentas de la poesía.

ALFONSINA STORNI

ALFONSINA STORNI

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Los documentos acreditan que Alfonsina Storni se suicidó el 25 de octubre de 1938 en Mar del Plata, arrojándose desde la escollera del Club Argentino de Mujeres; pero las versiones románticas sostienen que la poetisa se internó lentamente en el agua marina con una túnica blanca, para ahogar su desconsolada vida en las olas que rompían en Bristol junto a la Rambla.

Actriz, maestra, feminista, madre de hijo sin padre y poetisa, la vida de Alfonsina fue un rosario interminable de vaivenes para una mente demasiado frágil que anticipó el suicidio sin posibilidad de redención, negándose a recibir tratamientos y alivios de la ciencia, cuando el cáncer de mama venció a la mastectomía.

Escribió una última carta a su hijo Alejandro aparentando negar la voluntad de morir, pero en realidad cayó rendida por la locura celular, pidiéndole a su nodriza en vísperas de la partida que bajara la lámpara y la dejara dormir en paz, advirtiéndole que si llamaba él le dijera que no volvería jamás porque se iba para siempre:

“Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
 Ponme una lámpara a la cabecera,
 una constelación, la que te guste,
 todas son buenas; bájala un poquito.

 Déjame sola: oyes romper los brotes,
 te acuna un pie celeste desde arriba 
y un pájaro te traza unos compases

 para que olvides. Gracias… Ah, un encargo,
 si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…”