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CONFIDENCIAS DE MADRUGADA

CONFIDENCIAS DE MADRUGADA

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Quisiera describir las placenteras sensaciones que me acompañan cuando escribo páginas en silencio, recogido en la amparadora soledad del escritorio, mientras todo descansa, la prisa duerme junto a los libros que me acompañan, el ajetreo no ha pedido cita y la luz del amanecer espera impaciente su turno para iluminar con su resplandor la jornada.

Pretendo expresar lo que siento en momentos como este, frente a la pantalla del ordenador, a la tenue luz de una vela de Adviento que vela mi ensueño y proyecta la sombra de una rosa sobre la estantería, pero no es posible porque el diccionario se niega a ofrecerme las palabras que necesito para ello.

Desearía explicar el bienestar que me acompaña, nirvana espiritual que libera el sufrimiento siempre acechante, oasis de cada día donde me recreo jugando con las palabras para arquitecturizar madrugadores párrafos estremecidos, bálsamo humectante de la impenetrable aridez de la vida.

Paciente distracción literaria frente al ordenador y en estado de alerta a la espera de que pase por delante de la pantalla la inspiración de una idea y el orden del vocabulario me alcance, porque las frases no se mantienen unidas armónicamente por sí solas, sino a golpes de esfuerzo, intentonas baldías y selección dudosa de términos entre un ramillete de vocablos con iguales méritos para figurar en lo que pretendo escribir, evitando que la monotonía, el descuido, la vulgaridad y el aburrimiento, se acomoden entre los renglones.

EL PLACER DE APRENDER

EL PLACER DE APRENDER

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Entre las complacencias que nos brinda la vida, ocupa lugar preferente el gusto por aprender, la fruición por desentrañar lo desconocido, el placer de interpretar la realidad, la satisfacción por comprender el mundo y el deleite al descifrar el misterio, siendo el aprendizaje un estímulo para dar con las claves que conducen al bienestar interno.

Puede aprenderse lo desconocido en el seno de la hermética organización escolar o en la sabia y libertaria escuela de la vida que nos enseña a vivirla de forma placentera, aunque algunas veces tengamos que esforzar la vista espiritual para leer la letra pequeña que figura en el reverso de sus páginas negras.

Si de mí dependiera, pondría en el frontispicio de todos los centros escolares el lema: “Aprended más de lo que sabéis, para ser más felices de lo que sois”, porque el conocimiento conduce inevitablemente al placer, abriendo las puertas a la verdadera felicidad que no puede adquirirse en taquilla alguna.

La gozosa esperanza de saber algo nuevo alienta nuestro ánimo hacia el aprendizaje, porque son pocos los placeres comparables al inagotable conocimiento de lo ignorado, sabiendo que nunca llegaremos a saberlo todo individualmente, pero con la seguridad de que entre todos llegaremos a conocer lo que personalmente ignoramos.

La búsqueda de la sabiduría es una tarea fascinante y divertida que nos obliga a leer con ojos del alma y sin premura; a oír los sonidos del espíritu en la quietud del silencio; a conversar con el viento profeta de bonanza; a oler el aroma de las cosas hermosas; y acariciar con suave tacto las novedades que cada día nos ofrece al despertar.

Pero la experiencia vital del aprendizaje exige estar muy despiertos para saborear los hechos y degustar momentos que enriquecen nuestra cultura, sabiendo que no podremos transmitirlos en la clave genética que heredarán nuestros descendientes, porque todos los conocimientos que atesoramos a lo largo de la vida, se irán con nosotros el día que emprendamos el gran viaje que a todos nos espera.

BELLEZA

BELLEZA

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La belleza comparte con el amor la vocación de eternidad, sintiendo ambos el pálpito emergente de la sorpresa, complaciéndose en el esplendor de la sensualidad, virtualizando triviales experiencias cotidianas y hermanándose en la lindeza de lo contemplado, porque amar no es otra cosa que ver algo hermoso y querer compartirlo con la persona amada.

El deleitoso placer de la belleza camina desprevenido a saltos por la vida, presentando su tarjeta de visita inesperadamente, disfrazada de anónimos gestos fraternales, pinceladas en el lienzo inmaculado, descorbatados arpegios espontáneos, siluetas en la arcilla virginal o sorprendentes guiños de la naturaleza.

La belleza es preludio de redención para quien la descubre en la sonrisa infantil, la pupila emocionada, el golpe de silencio sobre la patena salobre del océano, el armiño de las cumbre nevadas, la esperanza de las praderas verdecidas o el pétalo preludio de la fruta que se abre al beso de la primavera.

En cambio, la vulgaridad mental, el desprecio espiritual, la tosquedad de los números, el abuso mercantil, la procacidad de la vida y el mirar sin ver, ponen tupidos velos a la belleza que despunta en los atardeceres, cuando enrojece el crepúsculo en el horizonte del mar, el polen fecunda las corolas o el vuelo de las aves se torna apareamiento.

Acompañad a la belleza, amigos, acompañadla en su peregrinar por la indiferencia de la vida para evitar su lamento desconsolado cuando suspira abandonada en la soledad estéril del mercadeo, enlagrimada al no poder observarse a sí misma reflejada en las pupilas que se contemplan.

EL PLACER DE CONVERSAR

EL PLACER DE CONVERSAR

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La conversación tiene poco que ver con la tertulia, aunque ambas estén vitalizadas por personas a través de la palabra, pues la conversación reporta valores y placeres que la tertulia ignora, llegando la conversación donde la tertulia no logra asomarse ni por el ojo de la cerradura.

El juego social de la tertulia brinda al huero tertuliano la oportunidad de oscurecer con palabras su falta de ideas y le da la posibilidad de engañar, algo que no tiene cabida en la conversación porque en ella domina el sentimiento, la verdad, el afecto y la confidencia, como puntos cardinales que la conforman y limitan.

De no ser así, la perversión toma cuerpo en ella, espantando los valores que la justifican y haciendo de la moral, maldad; de la honestidad, vileza; y vicio de la virtud.

En la conversación no cabe hablar por hablar sin contenido alguno, ni alejar de las palabras el alma o pretender hacer de ella lo que no es. Tampoco permite huir de las horas como proponía Ovidio, ni concede espacio a la erudición, ni abre las puertas a la pedantería, ni autoriza la mentira, ni tolera la soberbia.

La conversación exige a los elegidos para ella, nobles aspiraciones, altura de miras, generosidad sentimental, sinceridad en la palabra, vocación de consenso, derrota de la derrota, condena de la prisa, destierro de la superficialidad y acercamiento de espíritus.

Pocos placeres pueden compararse al que reporta conversar con alguien querido poniendo el alma sobre la mesa, colgando las dudas en el perchero, dando lo que no se tiene, compartiendo lo reservado para uno mismo, hermanando las almas y vertiendo las confidencias como preciado tesoro, para robarle a esta chapucera vida un puñadito de felicidad.