MALTRATO DE PALABRAS
Nacen las palabras cuando la boca pronuncia sonidos inteligibles o las manos garabatean caprichosas formas legibles sobre el papel en blanco, semejantes a brotes libres con vida propia o formando parte de una frase unificada con claro significado, intencionado propósito y pretendida fortuna.
La ingenuidad de las palabras, facilita que los falsarios se oculten en su sombra, los escribidores las disloquen, los tertulianos las malgasten, los explotadores amenacen, los publicistas engañen, los políticos se escondan tras ellas, los represores maltraten, mientan los periocistas y los demagogos las confundan con sinónimos.
Al carecer de precio, nadie paga por maltratar las palabras, alterar su significado, invertir el orden de las letras que las forman, mutilarlas para limitar su fuerza, vestirlas de retórica para esconder la desnudez de su verdad, encriptarlas para ocultar su mensaje o comerciar con ellas en parlamentos.
Los usurpadores de palabras disparan con ellas al pecho de los ingenuos perforándoles el corazón con falsas promesas. Los amantes ocasionales perjuran con ellas fidelidades. Los pecadores fingen propósitos de enmienda. Los clérigos bendicen la pobreza. Y el gran incautador justifica la expoliación.
Hay un gran comercio de palabras. Se venden, se prestan, se cambian y hasta se dan, con honor, palabras. Palabras para la pena, para las urnas, para la muerte y para la vida. Palabras altas y bajas; duras y tiernas; agrias y dulces; gruesas y finas. Palabras en manos de palabreros que embaucan, hipnotizan, deslumbran, hieren y ciegan.
Son las palabras meretrices en gargantas de proxenetas del lenguaje y alcahuetes del diccionario, que abusan de ellas y las patean, las maltratan impunemente en público, las humillan en los platós televisivos, las pervierten en los periódicos y las deforman en las tribunas, convirtiéndolas en sonidos guturales carentes de significado.