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Etiqueta: patología

CONSUELO Y ESPERANZA

CONSUELO Y ESPERANZA

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En todos los rincones del mundo hay personas dispuestas a luchar por la justicia, poniendo la verdad por delante y llevando la honradez en bandolera, siendo esta certeza un consuelo para la frustración colectiva que sufrimos cuando vemos doblarse la vara de la justicia no por el peso de la misericordia, sino del poder, la dádiva o la codicia.

Esta es nuestra gran esperanza y el arma moral que nos permitirá alcanzar la paz que todos deseamos. Una paz que nada tiene que ver con los armisticios de guerra donde los pueblos pactan la suspensión de hostilidades y los ejércitos se retiran de los campos de batalla, para comenzar en los despachos otras guerras frías que llevan a exterminios similares a los de siempre, sin disparar un solo tiro.

Debe consolarnos que cada día se hace más pequeña la tierra y acabaremos siendo todos vecinos en una gran urbe donde el mestizaje acabará con el racismo y la xenofobia pasará a los libros de texto como patología social prehistórica, porque todas las personas tenemos los mismos sentimientos, el mismo color de sangre, las mismas lágrimas, idéntico corazón, iguales sueños y almas compartidas en diferentes cuerpos.

Para entendernos no necesitamos tener el mismo lenguaje verbal sino ambiciones morales comunes y comprensibles en todas las latitudes, haciendo de los sentimientos el idioma universal que nos permita comunicarnos y comprender que la bondad nos une a todos con la misma fuerza que nos hiere la injusticia social que detestamos.

VIAJAR

VIAJAR

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Un colega danés que coincidió conmigo en Bruselas, me preguntó irónicamente un día si con cincuenta años todavía viajaba, queriendo decirme que a esa edad ya tendría que estar cansado de viajar, y no le faltaba razón a este amigo. Confieso que me cuesta viajar a lo desconocido, después de haber rodado de un sitio para otro durante muchos años, hasta el punto que algunas veces al despertarme por la mañana tenía que pensar dónde me encontraba.

A medida que aumenta la edad, disminuye en mí la apetencia viajera por descubrir paisajes nuevos, pero se mantiene intacto el deseo de repisar queridas tierras, abrazar amistades duraderas, revivir entrañables recuerdos, entonar viejas canciones, desempolvar vivencias imborrables y colorear fotografías en sepia, llevándole la contraria a Ralph Waldo Emerson para quien viajar era el paraíso de los tontos, porque vagar por el mundo hace a los hombres discretos, como decía Cervantes, negando que los viajes sean la parte frívola de las personas serias, en opinión de la señora Swetchine.

Una patología viajera consiste en viajar por viajar, siendo un error confundir  desplazarse con viajar. En el primer caso se trata de un traslado similar al de la maleta donde se transportan los enseres. Viajar es conocer, curiosear, patear, empaparse, preguntar, digerir, aprender, dialogar, anotar y descubrir, negando así la topofobia unamuniana, que hace huir a los viajeros de su lugar de origen aunque vayan rumbo a la nada.

Evocando páginas dormidas, recuperado nostalgias perdidas, recreando el alma, reforzando amistades y recibiendo cálido aliento, he llegado un año más a Galicia para emborracharme de mar, pelotear La Zapateira, embriagarme de aroma salubre, visitar A miña casa, saborear zamburiñas, cegarme con atardeceres, pisar la lonja y recordar en Bastiagueiro los primeros pasos de un amor que ya dura cuarenta y siete años.

NUEVA PATOLOGÍA POLÍTICA

NUEVA PATOLOGÍA POLÍTICA

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Existe una dolencia que afecta a los más altos profesionales de la política llamada polinoia, definida por alteraciones paranoicas que llevan a los sujetos a promover ideas políticas delirantes, pues la realidad se quiebra en la mente de estos polifermos, provocando en ellos falsas creencias, imposibles de rebatir con argumentos lógicos. Dolencia mental debida a la recepción distorsionada de impulsos nerviosos sociales de interés general en beneficio de pretensiones obsesivas, que conduce a un progresivo deterioro de la función neuronal, con fuertes alteraciones en el pensamiento que oscurecen el sentido común.

Los policientes sufren una desorientación que les impide saber en cada momento dónde están, quiénes son y qué deben hacer. Todo ello asociado a una pérdida parcial de memoria que les hace olvidar los fracasos. Las causas de esta dolencia no están muy claras, aunque las últimas investigaciones apuntan a una intoxicación masiva de los axones por sobredosis de poder que produce un daño cerebral irreversible provocando delirios que pueden llegar a ser demenciales debido a las papelinas electorales, pues tales trastornos disociativos nunca llevan a la dimisión de quienes los padecen.

Los afectados no distinguen la realidad de la ficción y confunden su identidad hasta llegar a creerse que son lo que en realidad no son. Esto les lleva a tener delirios de grandeza al considerarse ungidos por Dios con el óleo de la sabiduría infinita y la omnipotencia absoluta por ser los únicos humanos que mantienen relaciones personales con la deidad que les capacita para realizar prodigios extraordinarios, inalcanzables para el resto de pecadores. Eso piensan ellos, pero la realidad es distinta.

Los polinoides se nutren de ovaciones internas y palmadas incondicionales que les alejan aún más de la realidad. Manifiestan una aparente tolerancia, pero no toleran que se les lleve la contraria o se les anime a dejar el puesto, mostrando una incapacidad natural para la autocrítica, junto a su innata frialdad emocional y egocentrismo creciente.

Si añadimos que los políticos afectados por esta patología sufren ilusiones ópticas y acústicas, comprenderéis que no vean ni oigan lo que sucede a su alrededor, malinterpretando así la realidad y construyendo explicaciones delirantes que sólo ellos comprenden.

Y lo más grave de todo, querido lector, es que los polifermos no son conscientes de su polinoia. Aunque tampoco serviría de mucho que se enterasen, al tratarse de una enfermedad crónica e inhabilitante, sin tratamiento terapéutico posible, porque los neurolépticos y antipsicóticos no mejoran los síntomas. La ventaja es que no se necesitan neuroimágenes para detectarla porque los síntomas son evidentes.

Lo curioso es que los afectados mantienen su juicio sobre las cuestiones que no se relacionan con el objeto de su delirio. Fuera de él no hay fantasías y mantienen un razonamiento normal mientras su mente no roce la obsesión que les perturba. Por tanto, hay que advertir a quienes estén cerca de ellos que no deben mentarle el tema de su vesania ni contradecirles, por incuestionables que sean los errores que cometan.

Su querencia bravía al espejismo enajenador les impide atender al terapéutico capote del humor que podría salvarles, y se enroscan viciosamente en su alucinación como los reptiles. Pero nosotros, sabedores del beneficio de la risa, debemos tomarnos a broma las acciones de los polifermos, cultivando el sentido del humor y riéndonos de nosotros mismos para mantener una visión objetiva del mundo y evitar contagios paranoides de las personas esquizotípicas que quieren expoliar nuestro sano juicio con falsos juegos malabares.