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MAGOS DE LEYENDA

MAGOS DE LEYENDA

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En vista del revuelo que se ha organizado entre los tradicionalistas al ver Reyas Magas por un lado y por el otro a tres sustitutas de los Reyes Magos, conviene saber que estos son cambios normales que siguen la estela de las transformaciones sufridas por los reyes «pata negra» a lo largo de la historia, en función de intereses de diferente tipo.

El hermanamiento de historia y tradición ha forjado la leyenda de los Reyes Magos, puesto que Melchor, Gaspar y Baltasar solo aparecen en el capítulo 2 de san Mateo: “Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos se presentaron en Jerusalén”, sin fijar el número de ellos.

Hasta el siglo III fueron dos, tres, cuatro, seis, doce o sesenta los reyes, fijando el Padre de la iglesia Oriental, Orígenes, en el primer cuarto de ese siglo que fueran tres los monarcas que visitaron al Niño, algo que remató Tertuliano diciendo que procedías de Oriente, para solventar la mala fama que tenía los reyes persas.

La primera vez que aparecen escritos los nombres de estos mágicos reyes fue en un mosaico bizantino, donde aparecieron las siluetas de los reyes Melchor, Gaspar y Baltasar, luciendo ropas y túnicas persas, porque los artistas desconocían las órdenes del cartaginés Padre de la Iglesia.

Continuó fraguando la mitología de los Reyes Magos, el señor Petrus de Natabilus en el siglo XV, atreviéndose a fijar la edad de los monarcas en 60 años para Melchor, 40 para Gaspar y 20 para Baltasar, que fue blanco hasta el siglo XVI, donde tomó color por necesidades estratégicas de la Iglesia.

Finalmente, los Reyes Magos comenzaron a traer juguetes a los niños y “presentes” a los adultos presentes, a mediados del siglo XIX, siendo hoy una gran fiesta para los jugueteros, joyeros, libreros, mediamarkaros, relojeros, etc. porque la Epifanía del Señor que celebra la Iglesia es otra cosa bien distinta, relacionada con la Calzada de Emaús.

EL EXPRESO DE ORIENTE

EL EXPRESO DE ORIENTE

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Un día como ayer de 1883 inició su primer viaje el Expreso de Oriente uniendo París y Constantinopla con vagones de lujo donde se acomodaron aristócratas, políticos, millonarios y altos empresarios europeos, reuniéndose todos ellos dos veces por semana en el andén de la Gare de l’Est antes de emprender viaje hasta la ciudad de Estambul, a través de Alemania, Austria, Hungría y Rumanía.

Así lo hizo hasta que la primera Gran Guerra interrumpió su paso durante cinco años, alcanzando luego su mayor auge en los años treinta, siendo enviado de nuevo al dique seco por la segunda barbarie mundial que dinamitó los raíles del monstruo de acero que cabalgaba por Europa, comenzando de nuevo sus servicios el Orient Express al finalizar la matanza, concluyendo su cabalgadura en 2009 cuando los vuelos baratos y la alta velocidad ferroviaria cerraron definitivamente sus taquillas.

Este rey de trenes y tren de reyes fue el resultado del gran empeño puesto por el liejense Georges Nagelmackers, fundador de la Compagnie Internationale del Wagons Lits, primera empresa que introdujo camas y restaurantes en los trenes, consiguiendo unir Europa occidental con el sudoeste asiático, en lujosos vagones que disfrutaron los privilegiados burgueses de la época.

No se trataba de viajar de una ciudad a otra, sino de hacer negocios a bordo, compartir departamentos con amantes, conspirar políticamente, urdir tramas empresariales, comer exquisitos platos con cubertería de plata, libar los mejores vinos en cristalería de Sèvres, brindar con Moët Chandon, bañarse con agua espumosa, expulsar los desechos en váteres de mármol de Carrara y compartir ventanilla y cama con Mata Hari.

INFANTILES INFANTES

INFANTILES INFANTES

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Al titular con el nombre de infantes el artículo de hoy, no me refiero a los hijos de reyes sin condición principesca, ni a los soldados de infantería, sino a los pequeñuelos que corretean por la casa y descomponen lo que tocan, al tiempo que dibujan sonrisas en las caras de sus padres, conmueven el corazón de quienes contemplan su sueño y se emocionan con sus relatos.

Hablo de esos alocados enanos en flor, pendientes de hacerse fruto en pocos años, que llevan vidas paralelas a las de los adultos, con sus alegrías propias, sus tristezas, sus proyectos y sus preocupaciones, tan distantes de quienes tenemos la obligación de tomar decisiones sobre tales pequeñuelos, siempre necesitados de protección, manos cálidas, caricias oportunas y tutelas duraderas.

Pero la fatalidad del inevitable del crecimiento, exigirá a los actuales niños romper la dependencia externa para alcanzar la mayoría, en esa etapa inestable, liviana, irresponsable y feliz de la vida, cuando la muerte pasa desapercibida, la vulnerabilidad no existe y la buenaventura se antoja capricho eterno, ignorando la inabarcable indefensión que les acecha.

Tienen, a cambio, el duelo de la obediencia y la resignación inconsciente del sometimiento a doctrinas impuestas por la tradición de quienes le precedieron, sin darle posibilidad de optar por alternativas que desconocen, cumplir su voluntad y ejercer la libertad de opción, estando obligados a escribir en soledad las páginas en blanco de la vida adulta que les espera.

VERLOS CRECER

VERLOS CRECER

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Comienzan trayendo esperanzas a nuestros corazones enamorados, cuando apenas son proyectos en la corona del predictor a la espera de hacerse realidad en la cuna familiar, tras verlos nacer con dichosos ojos enlagrimados que parpadean campanas de gloria para celebrar su venida a la paz doméstica, perturbada por sus primeros llantos angelicales.

Luego se les ve estirar el cuerpo a golpes de carreras, toboganes y juegos en los parques infantiles en medio del griterío, y llegar a casa embadurnados camino de la bañera, antes de escribir la carta a los magos de Oriente y saltar sobre la cama en la madrugada de Reyes con los ojos asombrados del prodigioso milagro evangélico.

Van de la mano a la escuela, dejando el tedio de las tardes domingueras y la pereza madrugadora de los lunes, renaciendo en ellos la sonrisa con el saludo de “la seño”, complaciéndonos años después al verlos abandonar las cartillas escolares en la incierta adolescencia que remueva su cuerpo, alertando una incipiente juventud que se antoja turbulenta sin remedio.

Comienza luego a tornarse melancólica nuestra mirada con sus primeras agitaciones amorosas al borde de los libros universitarios, y nuevas lágrimas de felicidad abren el espacio a los títulos académicos, preludio del encuentro definitivo con nuevos hijos que se añaden a la espiga familiar tras gozosos esponsales.

Finalmente, sólo queda verlos crecer hacia la madurez de la vida manteniéndonos ocultos entre bambalinas, porque el mundo ya les pertenece, por mucho que alarguemos el cordón umbilical y persistamos en el empeño de ampararlos bajo el techo del amor eterno, protector de errores que a ellos corresponde enmendar, con nuestra mano tendida y el arnés en bandolera.

Ahora toca recoger la cosecha sembrada con atención diaria, generosidad desprendida y sacrificio ermitaño, alimentando el alma con pan candeal de amor bienaventurado, como sucedió ayer a mis pupilas acuosas de felicidad, viéndolos crecer juntos y luchar por un empeño común, alzándola él en la sombra para que ella recibiera honores académicos, tras largos años de trabajo silencioso y noches tardías de insomnio en vísperas de la unanimidad otorgada con alabanzas y laureles.

RELEVO DE PODERÍO

RELEVO DE PODERÍO

feliEl actual sufrimiento de los dos países que conforman la península ibérica, contrasta con el poderío que compartieron a partir del 16 de abril de 1581, hace hoy 432 años, cuando el todopoderoso Felipe II de Habsburgo fue proclamado rey de Portugal en las Cortes de Tomar, tras su juramento.

Mucho ha llovido desde que se unieron los imperios coloniales de España y Portugal bajo el mismo monarca, tras la anexión del país vecino bajo el mando único de Su Católica Majestad Prudente como Señor de Oriente y Occidente, creándose el mayor imperio conocido en el planeta.

Las naciones europeas miraban perplejas y temerosas el ilimitado poder económico, militar y político de éste mandamás, que con cincuenta y cuatro años tenía al mundo bajo la suela de su zapato, desde Nápoles a las Indias, pasando por Cerdeña, Sicilia y Flandes.

Protagonista de leyendas blancas, rosas y negras, fue arquetipo de virtudes para los católicos y personaje fanático, despótico, imperialista y genocida para anglosajones y protestantes.

Hoy el poder está en manos de una señora teutona, fanática defensora de los recortes y la austeridad; despótica en sus gestos, órdenes y actitudes; imperialista financiera que impone su doctrina a golpe de talón bancario a los obedientes mandamases, originando suicidios, ruina, pobreza, paro y lágrimas en millones de ciudadanos, obligados a pagar una deuda que no contrajeron.

RETORNO A LA INFANCIA

RETORNO A LA INFANCIA

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Ayer he renovado el imposible deseo de volver a la infancia y en ella permanecer soñando el resto de días que me faltan para alcanzar el eterno descanso que a todos nos espera, sin posibilidad de redención ni milagro que alivie el empeño de la vida en dejarnos abandonados al pairo del olvido.

Viendo la cara de los niños observando a Sus Majestades venidos de Oriente, con los ojos deslumbrados por el brillo de sus pupilas, pensaba en las virtudes que guarda la primera edad que todos abandonamos, cayendo en manos de la irreversible madurez que, por inmadura, nos impide madurar en el amor y la solidaridad.

Volver a la infancia nos permitiría someter la razón a la sinrazón de la esperanza, imposible para los adultos, llevándonos a pedir cosas imposibles y conseguirlas. A mantener la capacidad de asombro ante las pequeñas cosas de cada día. A ser crédulos de imposibles quimeras; veraces, sin la picardía que guarda la adolescencia; y bondadosos, sin la maldad reservada a los mayores.

Necesitamos la sencillez, ingenuidad e indulgencia de los niños, para abandonar penas y rencores acumulados, llevándonos el olvido a la reconciliación inmediata tras una riña con nuestra yunta doméstica o laboral.

Humildes como ellos, para saber que solos y sin ayuda de demás no llegaremos a parte alguna ni conseguiremos lo que buscamos. Crédulos para dormir el sueño de la vida dejándonos mecer por cuentos que nada tienen que ver con la realidad. Y confiados, como ellos, en el vecino mayor que nos visite, para declararle con desvergüenza y sin preocupación nuestros sentimientos.

No se trata de aniñarse, ni de achicarse, sino de ir en pos de aquello que se desea sin medir el peligro que se corre para conseguirlo.

¿No será el regreso a la infancia perdida el camino a seguir para recuperar la esperanza?