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GENERACIÓN

GENERACIÓN

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En el tren de la vida que camina hacia la estación término, ocupamos el vagón de cabeza las personas que llegamos al mundo en el furgón de cola, cuando la hambruna, escasez, miseria y pobreza derivadas de la incivil guerra, era el plato nuestro de cada día, sin que ello sea hoy motivo de sonrojo, sino de humilde presunción.

No hay tinte vanidoso en el orgullo de pertenecer a una generación ya jubilada y sustituida por el colectivo de ciudadanos que forma la nueva savia bruta que circula por los vasos leñosos de una sociedad vertiginosa, que camina con rumbo marcado por los hacedores de vidas ajenas.

Orgullo de ser miembro de una gran familia generacional que trabajó con austeridad, sacrificio y generosidad en la construcción de su propia vida, en medio de un camino empedrado y lleno de trampas, donde una caída significaba el quebranto de la esperanza.

Combate diario tuvimos, no agotado en nuestra propia salvación, ya que prolongamos la lucha más allá de la autorredención, haciendo por nuestros hijos el trabajo que a ellos correspondía, en un intento de evitarles lo que debíamos promover, dándoles la protección, estabilidad y caprichos que a nosotros nos faltaron.

Tantas dificultades, renuncias, privaciones y sacrificios, nos hicieron jurar ante Dios que nuestros hijos no pasarían por semejante calvario, y no estoy seguro del acierto, pues con tal decisión eliminamos en ellos los valores  que a nosotros nos permitieron salir del pozo en que nos abandonó la posguerra.

FILÁNTROPOS

FILÁNTROPOS

Filántropo

Orgullo de ser español es lo que siento en este momento, como no lo había sentido en ninguno de los muchos años que he pasado allende nuestras fronteras, donde lo español que pasaba por la puerta de mi casa o a través de la pantalla de televisión me hacía incorporar del asiento, cargado de morriña territorial, afectiva, cultural, lingüística y gastronómica.

Pero nunca pensé que sentiría tanto orgullo de ser español como ahora siento leyendo el auto del juez Ruz, al comprobar que España es un país lleno de filántropos, es decir, de personas distinguidas por el amor ciego a sus semejantes y por las obras que realizan en bien de la comunidad a la que pertenecen.

Filántropos que donan millones de euros a las organizaciones políticas, sin recibir nada a cambio, sabiendo que se trata de cofradías al servicio de los ciudadanos, con gran sacrificio personal de sus miembros, que son paradigma de trabajo, renuncia, esfuerzo y generosidad, con quebranto propio, a favor de sus vecinos

Orgulloso estoy de ver en mi tierra lo que no he observado en ningún país de Europa, lugares donde nadie entrega dinero a los partidos políticos gratuitamente, como lo hacen aquí generosamente muchos honrados y generosos empresarios solo por altruismo y solidaridad, para que las organizaciones políticas cumpla las funciones caritativas y humanitarias que les corresponden.

Lo lamentable del auto dictado por el juez es que no se premie a los dirigentes de los partidos, por dar a sus administradores, gerentes y tesoreros las órdenes de socorrerse a sí mismos y a los militantes necesitados de ayuda económica, renunciando los jefes a percibirlas por la rígida honestidad que acredita sus ejemplares comportamientos.

Líderes tan dedicados a su profética misión, que ignoran cuanto sucede a la puerta de sus despachos, en los pasillos, salas de reuniones, conserjerías, escaleras y vestíbulos, ni saben lo que autorizan, firman y ordenan a los organizadores de cursos de formación, a los tesoreros y empresarios que tiran el tabique que les separa de las secretarias.

ORGULLO Y ERROR GENERACIONAL

ORGULLO Y ERROR GENERACIONAL

Que nadie vea tinte vanidoso en el orgullo que tengo de pertenecer a mi generación, hoy jubilada por el colectivo de ciudadanos que forma la nueva savia bruta que circula por los vasos leñosos de una sociedad en decadencia.

Orgullo de ser miembro de una gran familia que trabajó con austeridad, sacrificio y generosidad en la construcción de su propia vida, siendo pobres, pero honrados, en medio de un camino empedrado y lleno de trampas, donde una caída significaba el quebranto de la esperanza.

Combate diario tuvimos, no agotado en nuestra propia salvación, ya que prolongamos la lucha más allá de la autorredención, haciendo por nuestros hijos el trabajo que a ellos correspondía, en un intento de evitarles lo que debíamos promover y dándoles la protección, el dinero, los caprichos y lujos que a nosotros nos faltaron.

Tantas dificultades, renuncias, privaciones y sacrificios padecidos, nos hicieron jurar a Dios que nuestros hijos no pasarían por semejante calvario, y ese fue el gran error de mi generación, pues con esa decisión eliminamos en ellos los valores  que a nosotros nos permitieron salir del pozo en que nos abandonó la posguerra. Principios de vida entre los que se cuentan:

  1. La felicidad no se compra en una taquilla.
  2. El dinero no se obtiene vareando las ramas de un negrillo.
  3. Los vecinos son barandillas de apoyo, no peldaños que pisar.
  4. La amistad genera mayores beneficios que las rentas.
  5. El éxito profesional depende del esfuerzo.
  6. Las cuentas corrientes y las poltronas no son valores eternos.
  7. Las urnas dan poder, pero no sentido común ni sabiduría.
  8. Los banqueros no son profesionales de la virtud.
  9. El endeudamiento vanidoso conduce a la ruina.
  10. El dinero fácil pone el camino difícil.