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MENTIRAS ASESINAS

MENTIRAS ASESINAS

Las guerras se promueven mintiendo al pueblo y se ganan matando al enemigo de los poderosos, sean éstos mercaderes de la miseria, explotadores de territorios, líderes ideológicos o avaros del poder.

Claras maniobras publicitarias para justificar lo injustificable y operaciones de marketing al servicio de intereses  espurios muy concretos que sólo benefician a quienes se quedan en los despachos, mientras envían a los vecinos al matadero.

Recordad que el presidente Johnson ordenó la invasión de Vietnam en 1964 alegando que los vietnamitas habían atacado dos buques americanos en la bahía de Tonkin. Con esta invasión, don Lyndon alcanzó una popularidad jamás soñada, siendo aclamado por todo el pueblo norteamericano. Pues bien, cuando ya los miles muertos por ambas partes no podían resucitar, su ministro de Defensa McNamara confesó que el ataque pretextado en el golfo de Tonkin no había existido.

Más cerca de nosotros, hemos visto en el año 2003 que el presidente Bush justificó la invasión de Irak denunciando que el país tenía las armas de destrucción masiva más letales que jamás se inventaron, consiguiendo igualmente ser aclamado por todo el país, a excepción de los demócratas. Sabemos hoy que tales armas jamás existieron y que el reguero de muertos y sangre aún nos está salpicando a todos.

CASTIZOS

CASTIZOS

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Cuando hablo de castizos no me refiero a las personas ejemplares, puras y genuinas. O como decía Unamuno en 1895 al publicar sus cinco ensayos en torno al casticismo, a los íntegros y castos, sin mezcla de elementos extraños.  No, no me refiero a esos. Hablo del amplio grupo que forma casta impura, indecente, despreciable y decadente.

Los castizos unamunianos y ganivetianos nada tiene que ver con los castizos que hoy están decidiendo sobre nuestras vidas. Tal “casta” como se le conoce despectivamente en el mundo de los honrados, está formada por depredadores agremiados para llevarse en crudo y sin pasar por la sartén todos los euros que pasen cerca de ellos, aunque procedan del pote alrededor del cual se sienta la hambruna para distraer la miseria.

La casta que dirige actualmente la sociedad asentando sus posaderas en sillones inmerecidos, esta formada por incultos esféricos, inútiles rebotados, periodistas hampones, franquistas conversos, antidemócratas con pedigrí, analfabetos funcionales, economistas de salón, depredadores titulados, eruditos a la violeta, estafadores en río revuelto, trepadores sin escrúpulos, mequetrefes, tiralevitas, lameculos y oportunistas.

Algo tendremos que hacer los ciudadanos para librarnos de la pandilla de sinvergüenzas que vive a costa nuestra, nos humilla, insulta, ofende y arruina. Algo habrá que hacer para quitarles sueldos, complementos, indemnizaciones, privilegios y poder. Algo habrá que hacer para ponerlos a trabajar en la sociedad donde muchos de ellos no son capaces de abrirse paso en el mercado laboral. Algo habrá que hacer contra «hunos», «hotros» y los del medio.

Algo habrá que hacer, que no sea volar las Institiciones con todos ellos dentro como propone un amigo desvalijado y encolerizado, aunque sólo sea porque están demasiados dispersos en ellas y no caben todos en el anfiteatro de la farsa,  como no fuera colocándolos en capas superpuestas como sardinas enlatadas.

NO CABE RESIGNACIÓN

NO CABE RESIGNACIÓN

Lo único que justifica la brutalidad de una guerra son las consecuencias que se derivan de ella. Me refiero a que el hambre, la miseria y la ruina, son consecuencias lógicas de una guerra. Detestables, sí; pero secuelas inevitables de la repugnante dialéctica irracional y exterminadora de la guerra.

Pero la pobreza que ahoga hoy el alma de millones de ciudadanos no es consecuencia de una guerra, sino del abuso, incompetencia, avaricia, insolidaridad y engaño, del selecto grupo de privilegiados que sobrevuela por encima de la desdicha colectiva.

Trágico desequilibrio en la balanza de bienestar social que exige corrección inmediata poniendo en el plato menos favorecido el peso de la fuerza que da la unidad de todos los que apenas tienen un mendrugo que llevarse a la boca, mientras los responsables de la quiebra siguen brindando con Moet Chandon en la cubierta de los barcos de recreo.

No cabe impunidad para los culpables de la tragedia por mucho que quieran convencernos de la necesidad de arruinarnos cada día más, mientras ellos están al abrigo de la intemperie, sin oír el castañeo de la necesidad.

No cabe el olvido para los despilfarradores del erario público que han gastado nuestro dinero en obras faraónicas multimillonarias, sin pies ni cabeza, para satisfacer una enfermiza megalomanía.

No cabe el indulto para quienes han metido mano en la caja común, llevándose en bolsas de plástico lo que a otros pertenece, por mucho que sus mercenarios pretendan inmolarse ante ellos por un plato de lentejas.

No cabe la amnistía fiscal para los defraudadores que toman piña colada en paraísos fiscales, mientras sus vecinos hacen cola en las agencias tributarias para sufragar los servicios públicos que aprovechan los estafadores.

Urge un nuevo proceso de Nuremberg donde veamos sentados en el banquillo a banqueros insaciables en su voracidad, a especuladores sin escrúpulos, a ladrones de guante blanco y a políticos inmovilizados con sueldos milenarios, que miran con envidia a los usureros que niegan el pan y la sal a quienes no tienen siquiera un terrón de azúcar para endulzar sus pesares.

RECUERDO SOLIDARIO

RECUERDO SOLIDARIO

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Mientras el rey pronunciaba el discurso navideño olvidándose de los inmigrantes, una patera con veinte de ellos llegaba a la costa almeriense mostrando la angustia en sus cuerpos, lágrimas en la mirada, bocas resecas y profunda soledad en el alma, huyendo de la muerte, dispuestos a sudar por la patria que el monarca ensalzaba en su predicación.

A tantos como han llegado desde lejanas tierras en busca del pan que no pudieron amasar en sus países de origen, quiero abrazar en vísperas de los santos inocentes, grupo castigado del que forman parte, sin haber cometido pecado alguno. Seres condenados por fatal infortunio de la cuna, que hace reyes a unos y a otros esclavos de la miseria, sin merecer unos ni otros la suerte o desgracia que les ha tocado en el reparto divino.

Nadie se juega la vida en una patera para hacer turismo. Nadie cruza el Atlántico en la bodega en un crucero si no es para sobrevivir. Nadie altera sus costumbres y cultura si la hambruna no llama a la puerta. Nadie abandona su familia para refugiarse en la soledad de una habitación decorada con fotos de los que ama.

A estas solitarias personas, desarraigadas del paisaje que les vio nacer, trabajadores obligados a demostrar cada día su competencia, hoy envío mi recuerdo. A estos seres humanos sin protección que les asista, contratados para realizar esfuerzos que sólo a ellos se les pide, acompaña mi solidaridad.

A quienes realizan detestables tareas rechazadas en muchos casos por quienes piden diariamente su expulsión.

A los que se hacinan en Centros de Internamiento de Extranjeros, “guantánamos” sin las más elementales condiciones de habitabilidad.

A quienes sienten en sus carnes el injusto arañazo del racismo y el mordisco de la xenofobia por cometer el delito de querer liberarse del hambre y la miseria.

A quienes sufren desprecio y culpas por actos vandálicos, hurtos y extorsiones realizados por otros extranjeros que no merecen un espacio entre nosotros.

A todos ellos envía un abrazo solidario quien gozó en tierra extraña de privilegios inalcanzables para ellos, sin poderse desprender de nostalgias infantiles cuando pasó las fiestas navideñas recogido en su isla familiar, lejos de su patria, su gente, su cultura y sus tradiciones.

INMIGRANTES

INMIGRANTES

INMIGRANTES

La entrada de hoy iba dedicada a una realísima boda de la que no hemos tenido noticia alguna. Ya estaba escrita con ironía y ánima republicana, cuando se cruzó en mi camino el relincho de una señora enviando a su país a dos repartidores extranjeros que buzoneaban propaganda en los portales para llevarse un mendrugo de pan a la boca.

Pedí simplemente a la madama respeto a las personas y al trabajo que hacían, marchando a casa cabizbajo recordando mis largos años de emigrante de lujo y las penalidades sufridas, a pesar de tener asegurada vida fácil, buen salario, apoyo institucional y protección oficial.

Quisiera haberle dicho a tal señora que bajo la piel de aquellos inmigrantes  circulaba su misma sangre, latía idéntico corazón y su alma guardaba los mismos sentimientos. Le hubiera hablado del instinto de supervivencia, del hambre que reseca la piel y le hubiera recordado que algunos de ellos han venido con sus mujeres e hijos. Otros con un amigo para compartir juntos las penas. Y gran parte llegaron solos, huyendo de una obligada bulimia, de enfermedades endémicas y de perpetua miseria en sus países de origen, donde el azar les había condenado a vivir, porque nadie decide la cuna ni expresa siquiera el deseo de venir al mundo.

La señora debe saber que muchos hicieron el viaje en cascarones funerarios, llegando a nosotros con ojos enrojecidos de tanta lágrima, tanto mar y tanto viento, buscando una patria redentora que les redimiera de la pobreza, trayendo sus costumbres, sus canciones, sus bailes, sus juegos, sus dioses, sus imperfecciones, el olor de su tierra y la torpe pericia de un oficio aprendido de sus padres para sobrevivir en un ambiente hostil, donde se abren paso siendo muchos de ellos explotados por mercaderes del infortunio.

Son los inmigrantes trabajadores aptos para cualquier trabajo no cualificado, sin especialidad alguna, ni título acreditado. Expertos en el sacrificio diario y en la renuncia permanente al mínimo lujo, llegando incluso a perder sus nombres al ser deformados en boca de vecinos, patrones, policías y vendedores.

No debe importarnos de donde vienen sino hasta donde podemos llegar juntos, compartiendo el mismo cielo, el mismo pan, el mismo vino, el mismo aire y el mismo suelo, con la misma entrega que nuestros hijos comparten juegos, sonrisas, aficiones y esperanzas con los de ellos, hasta llegar a conquistar unidos el futuro, respetando nuestras mutuas diferencias.

Han venido hasta aquí acortando el indigente camino del dolor a través de océanos y desiertos, con la obsesión de regresar a la tierra que les vio nacer, pero muchos compartirán cementerio con nosotros, siendo llorados por sus compañeros en el idioma natal que conservarán siempre, sin llegar jamás a aprender bien el nuestro, salvando a los que vienen del cono sur americano.

Aquí tendrán hijos y nietos, que curaran a nuestros hijos, proyectarán nuestras casas, fabricarán muebles y cultivarán el trigo que llevará el pan a nuestra mesa, terminando por hermanarse con la tierra de acogida sin olvidar su procedencia y recordando con admiración al abuelo que un día se jugó la vida en la patera o la deportación en la aduana para darle a ellos el futuro que la suerte les había negado.