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EL DÍA MÁS LARGO

EL DÍA MÁS LARGO

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Los americanos grabaron en celuloide “el día más largo” de la Segunda Guerra Mundial, contando al mundo la invasión llevada a cabo por los aliados la madrugada del martes 6 de junio de 1944 en las playas de Normandía, para terminar con la expansión nazi, la vida de Hitler y la salvaje guerra que se llevó por delante a millones de seres humanos, sin justificación alguna.

Esa mañana del “día D”, diez divisiones americanas, británicas y canadienses tomaron la playa donde desembarcarían 250.000 hombres y 50.000 vehículos que avanzaron por territorio francés hasta liberar París el 25 de agosto, con la inestimable ayuda de la resistencia francesa que colaboró con las brigadas paracaidistas ocupando la espalda de la primera línea alemana, para evitar la llegada de refuerzos militares nazis.

Nunca mayor matanza libertadora fue tan agradecida ni felicitada. Nunca como entonces el infierno de una playa se convirtió en el cielo redentor. Nunca hubo más trágica paradoja que la muerte salvadora de vidas, porque de haber continuado con éxito la barbarie nazi, ahora no existiría siquiera la raza aria que pretendían, pues se habrían aniquilado entre ellos.

REY A LA FUERZA

REY A LA FUERZA

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Al carecer los visigodos de un sistema reglado para la sucesión al trono, los reyes elegían a sus sucesores, convirtiendo la monarquía electiva en un método designatario del que se benefició España cuando los godos obligaron a Wamba a tomar las riendas del país, cumpliéndose así las palabras de Confucio de que “los mejores gobernantes son aquellos a los que se obliga a aceptar el puesto”, lo que viene a decir que no son buenos reyes los que heredan el trono sin ser obligados a llevar tan “pesada carga” sobre sus hombros.

Esto sucedió en España a la muerte de Recesvinto, cuando nobles y prelados se reunieron en Gérticos para ofrecer el trono al anciano Wamba que se encontraba arando sus tierras cuando le visitaron para su nombramiento, a lo que éste se negó, continuando su tarea con total desprecio a la oferta.

Ante la insistencia de los comisionados, aceptó acudir a la asamblea popular donde un noble le amenazó con cortarle la cabeza dándole un golpe de espada si rechazaba el cargo, lo que forzó al campesino a ocupar el sillón real, en contra de su voluntad.

Después le costó mantener el poder superando dos conspiraciones para destronarlo, cayendo a la tercera intentona ante la ambición del noble Ervigio, que puso un brebaje aletargante en su copa y le cortó los cabellos para expulsarle de la estirpe visigoda, recluyéndose en el monasterio burgalés de Pampliega hasta su muerte.

Hoy las cosas han cambiado mucho porque los reyes exigen serlo, son impuestos por dictadores, visten uniformes militares, se casan con mujeres “profesionales”, son inviolables e irresponsables, andan ligeros de bragueta, matan por placer animales, son glorificados eternamente por acciones de militares golpistas, reciben adulaciones de beneficiados cortesanos, son protegidos por los políticos del reino y su intimidad está bien guardada en cofres de silencio por periodistas y cortesanos que destierran al olvido detestables realidades de la realeza real.

COMPROMISO DE CONCIENCIA

COMPROMISO DE CONCIENCIA

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La noción de conciencia es múltiple, variable y escurridiza, pero ha de ser consecuente con el modo de pensar de cada cual. Por eso remuerde a quien la traiciona, provocándole el desasosiego que siempre acompaña a la decepción personal.

Pero de ahí no pasa el daño, porque el perjuicio que reporta al traidor su remordimiento, se ve compensado con el beneficio que recibe.

Tal es el caso de los militantes de partidos políticos que votan decisiones de las cúpulas dirigentes, en contra de su conciencia.

O el de los militares, obligados a matar a hipotéticos “enemigos”, cumpliendo órdenes de quienes nunca han empuñado un arma contra otro ser humano.

O los policías que reprimen indiscriminadamente con desmedida violencia a porrazo limpio y certero bolazo, manifestaciones de ciudadanos que piden trabajo, pan y justicia.

O el verdugo que ajusticia a un reo, sin conocerlo siquiera, cumpliendo una sentencia o sometiendo su voluntad a una orden externa.

Son objeciones de conciencia conculcadas sin justificación alguna, por mucho que los autores apelen a la obediencia debida, porque ante la muerte y la opresión no hay justificación que tranquilice las conciencias honradas, solidarias y humanitarias, que pagan con el insomnio eterno su claudicación.

VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

VALOR MILITAR Y VALOR CIVIL

Durante los cuarenta años de falsa paz impuesta por la dictadura, a los militares jóvenes descendientes de quienes combatieron a bayoneta calada en las trincheras de Brunete y del Ebro, – que no habían participado en guerra alguna -, se les «suponía el valor» en su hoja de servicios. Hoy los militares profesionales de todos los ejércitos parecen acreditar el valor con su presencia en  “guerras pacíficas” donde algunos pierden la vida.

Pero las guerras no hacen valerosas a las personas que en ella participan, siendo así que un ciudadano pacifista puede ser más valiente que otro belicista. Quiero decir que el valor no se adquiere en las guerras ni en academias militares, ni es patrimonio de los ejércitos profesionales. Un pueblo levantado en armas civiles tiene más valor que un ejercito con armas de guerra.

La técnica militar y la disciplina cuartelera no hacen a las personas más valientes que la entereza civil, siendo así que defiende mejor su independencia un pueblo libre sin capacidad de ataque, que otro armado carente de valor cívico, como le sucedió a los atenienses, hoy en desgracia.

Considero al valor cívico como verdadero valor y virtud del pueblo. Pueden los militares poner a prueba su arrojo en la guerra, pero el valor cívico que lleva a la rebeldía y a la revolución, tiene más fortaleza que el de los vehículos blindados y armas de larga distancia.

En los cuarteles no se enseña valor, sino disciplina, subordinación y obediencia. Y el valor militar no consiste en acudir a una guerra, sino en tener valor civil para evitarla. Por eso los conflictos bélicos me parecen actos de cobardía. Y por eso, igualmente, me parecen muy cobardes los caudillos que envían ciudadanos al matadero.

El valor militar se acredita con heridas, mutilaciones y muertes, haciendo a los soldados héroes a la fuerza. En cambio, el valor cívico consiste en dar la vida por la patria sin hacer que el enemigo la dé por la suya. El valor cívico consiste en desvivirse por la nación que se habita. Vencerse a sí mismo en la lucha diaria contra el pesimismo. Perseverar en la batalla por una sociedad más justa. Dominar tentaciones espurias que degeneran la condición humana. Combatir la mediocridad, el nepotismo y la incompetencia. En una palabra, participar en la guerra civil contra todo lo detestable que nos rodea.

El valor cívico consiste en sustituir a los seis soldados que izaron la bandera en la isla de Iwo Jima, por valientes civiles que levanten en nuestra sociedad la bandera de la justicia, la honradez y la solidaridad, como signo de victoria sobre la corrupción, el abuso la explotación y el engaño.