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PATRONAZGOS CONFESIONALES

PATRONAZGOS CONFESIONALES

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Santos

Llama la atención que los gremios profesionales, agrupaciones sociales y colectivos ciudadanos de un Estado constitucionalmente aconfesional, tengan santos patrones, Vírgenes patronales o Cristos apadrinadores que los protejan con escasa protección, propuestos en el calendario litúrgico-laboral por la iglesia católica.

Esto es algo que tiene mucho que ver con la España de sacristía, porque no hay grupo que se precie que no tenga su santo patrón, desde las jóvenes casaderas que solicitan la ayuda a San Antonio de Padua y Santa Catalina de Alejandría hasta los carpinteros protegidos por San José, pasando por abogados, médicos, artistas, economistas, policías, ingenieros, labradores, dentistas, maestros, ópticos, tejedores, toreros y transportistas, hasta los políticos están bajo la protección de Tomás Moro, el santo que más trabaja en el cielo.

Por mucho que sorprenda, también tienen su patrón los moteros, esclavos, cerrajeros, divorciados, loteros, enfermos, inmigrantes, cofrades, pastores, sastres, melancólicos, radioaficionados, tintoreros y militares. Sobre todos ellos los militares, que no se conforman con tener un solo patrón para todos ellos, sino que cada ejército, agrupación y arma tiene su protector.

Así, san Juan Bosco es patrón del Cuerpo de Especialistas del Ejército de Tierra; la Virgen del Buen Consejo, patrona del Cuerpo Militar de Intervención; San Juan Nepomuceno, patrón de la Infantería de Marina, san Fernando, patrón de los Ingenieros; san Juan Bautista, patrón de la Guardia Real; la Virgen del Perpetuo Socorro, patrona del Cuerpo Militar de Sanidad; la Virgen del Carmen, patrona de la Armada; Santiago Apóstol, patrón del Cuerpo General de Caballería del Ejército de Tierra; la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil; santa Teresa, patrona del Cuerpo de Intendencia del Ejército de Tierra; santa Cecilia, patrona del Cuerpo de Músicas Militares; santa Bárbara, patrona del Cuerpo General de Artillería; la Inmaculada Concepción, patrona de Infantería; la Virgen de Loreto, patrona del Ejército del Aire.

GLORIA A LA GLORIOSA

GLORIA A LA GLORIOSA

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Entre el 19 y el 27 de septiembre de 1868 tuvo lugar la revolución progresista Septembrina que destronó a la borbónica Isabel II de los Tristes Destinos, iniciándose el Sexenio Democrático de feliz memoria, inconcluso proyecto democrático con desdichado final, por el fracaso de la Primera República Española.

El descontento popular, político y militar con la monarquía borbónica regentada por Isabel II, no podía terminar de otra forma que con la derrocación del régimen, el destronamiento de Isabel y su expulsión más allá de la frontera pirenaica.

Todo comenzó cuando las fuerzas navales al mando del brigadier Topete se amotinaron en Cádiz, dando el pistoletazo de salida a la gloriosa revolución Gloriosa, ocupando las Juntas Revolucionarias el Gobierno central y retornando los demócratas liberales a los ayuntamientos una vez expulsados los borbones del territorio y recuperada la soberanía nacional, al grito de: «¡Viva España con honra!», resultando llamativo que dos de los tres partidos aliados fueran monárquicos, hartos ya de los desmanes isabelinos.

Facilitaron el éxito revolucionario tres factores: que los militares liberales estuvieran a favor del levantamiento, que la población civil apoyara el movimiento republicano y que la reina estuviera de vacaciones, dormida y paralizada en inmerecidos laureles, ajena a la realidad del país y haciendo las maletas para exiliarse en Francia.

INJUSTO ASESINATO DE LOS ROSENBERG

INJUSTO ASESINATO DE LOS ROSENBERG

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Ser comunista en la época del macartismo tenía más peligro que meterse en la bañera con una docena de gremlins, porque el alcohólico senador era poco melindroso en cuestión de chamuscar a rojos en la silla eléctrica, como hizo con el matrimonio Rosenberg en junio de 1953, acusándoles de pasar hipotéticas informaciones a los rusos sobre la bomba atómica, que años después se demostró ser falso, cuando los judíos Julius y Ethel ya habían sido achicharrados en la prisión estadounidense de Sing-Sing.

La desclasificación de los documentos relativos al caso, demostró la falsedad de los testimonios aportados por los testigos de cargo presionados por el FBI en sus interrogatorios para que dijeran lo que McCarthy quería oír, poniendo en evidencia concluyentes pruebas de que el ingeniero eléctrico Julius y la frustrada actriz-cantante Ethel no habían cometido el delito por el que fueron electrificados, con cierta dificultad porque la señora tuvo que soportar tres descargas para que oliera a chamusquina el recinto.

Se confirmó que los secretos militares revelados por Rosenberg no tuvieron nada que ver con las bombas atómicas fabricadas por los rusos para igualarse con los estadounidenses en armamento militar de destrucción masiva quitándole la exclusiva a los yanquis, cuando las dos Coreas andaban a garrotazo limpio y los americanos estaban enfrascados en cazar brujas por los rincones.

Bastó a los jueces la sospecha y al Gobierno la duda razonable, para condenar sin paliativos a pena de muerte a la pareja por si acaso, incinerando por lo sano la inocencia que proclamaron los acusados sobre las acusaciones que echaron en sus espaldas los cómplices de dos asesinatos que permanecen impunes en la historia de un país sin aparentes fisuras democráticas.

MACABRO CENTENARIO

MACABRO CENTENARIO

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Se cumplen hoy cien años del comienzo de la Primera Gran Barbarie Mundial, más conocida como Gran Guerra, Primera Guerra Mundial o Guerra Europea para los americanos, que comenzó a fraguarse en el siglo XIX y recibió el pistoletazo de salida el 28 de junio del siguiente, cuando el estudiante nacionalista serbio Gavrilo Princip se encontró casualmente con su víctima junto a una pastelería de Sarajevo.

Este don nadie lo cambio todo, perforando a tiros el cuerpo del heredero imperial, archiduque Francisco de Austria, dando pie a que los austrohúngaros se enfrentaran a los serbios, apoyados por rusos, ingleses y franceses, contra italianos y alemanes, comenzando así una salvaje guerra que duró cuatro sangrientos años, llevándose por delante a millones de personas, nunca bien contabilizadas.

Leyendo diarios personales escritos por soldados que fueron llevados al matadero, el corazón se desgarra disolviendo la razón humana en locura de sangre derramada en las trincheras a golpe de bayoneta calada, rubricando con hechos reales el metafórico pasaje bíblico de Caín y la despreciable hazaña de Sansón, que inspiraron a Freud y Nietzsche, ahogando de impotencia el corazón de todos los ciudadanos corazonados.

Los tiroteados militares, hablan en sus cartas de miles de soldados hechos pedazos, de restos humanos desperdigados por el suelo, de gritos de dolor en las morgues hospitalarias, de amputaciones serrucho en mano, de buitres alimentándose de cadáveres y de insoportables hedores de carne humana nutriendo gusanos al sol.

El asesinato del archiduque fue una casualidad, de acuerdo; pero la guerra fue llevada a cabo con premeditada meditación y despreciable cobardía por mandamases que nunca pisaron el campo de batalla, ni pasaron hambre, ni temblaron de miedo, ni estuvieron frente a un pelotón de fusilamiento, ni saltaron por los aires de un cañonazo ni su carne alimentó perros callejeros hambrientos, porque a las cero horas del siglo XX el plato amargo de la locura estaba puesto sobre la mesa europea.

DESOBEDIENCIA DEBIDA

DESOBEDIENCIA DEBIDA

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Los funcionarios civiles y militares alegan “obediencia debida” para limpiar sus culpas al cometer actos ilegales, con el fin de quedar exonerados de responsabilidades por su mal comportamiento, evitar condenas judiciales y librarse de sanciones disciplinarias al cometer delitos, por acatamiento de órdenes superiores.

Igualmente, aunque los códigos civiles y militares no lo contemplen, existe una “desobediencia debida” recogida en el código de justicia moral, que exime de responsabilidades a los ciudadanos en el ejercicio de este derecho moral, cuando se niegan a cumplir órdenes superiores que contravengan su conciencia y la ética social dominante.

Contraviniendo los versos de Calderón de la Barca, en este momento y aquí la más principal hazaña no es obedecer disciplinadamente todo mandato de la autoridad, sino aquellas órdenes que no atenten contra la dignidad humana, el respeto ciudadano, la libertad común y la ética colectiva.

A la autoridad se debe obediencia, pero siempre que sus dictados se correspondan con lo establecido en la moral ciudadana y no perjudiquen injustamente a los afectados por instrucciones arbitrariamente dictadas, gratuitamente establecidas y sin explicaciones humanamente comprensibles por el cerebro humano que sustenta la razón de los seres vivos que la tienen.

El propio Gandhi decía que «cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecerla”, porque el acatamiento a la autoridad tiene un límite y no excluye la crítica a los decretos inconvenientes y el rechazo a órdenes abusivas, quedando autorizados al incumplimiento de las mismas.

También Santo Tomás de Aquino dijo que la promulgación de una ley no es su sola publicación, sino su justificación, explicación y buen sentido, porque a nadie que tenga conciencia de sus actos y de la ley, se le puede pedir que obedezca ciegamente al que mande, por el solo hecho de que lo diga el que manda.

JUAN CARLOS I, EL AFORTUNADO

JUAN CARLOS I, EL AFORTUNADO

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La costumbre de poner un apodo popular a los monarcas, me anima a llamar “El Afortunado” al rey Juan Carlos, por todos los favores que ha recibido de las dos fortunas posibles: la que atesora en sus cuentas corrientes y la que ha tenido en la vida.

La suerte ha estado tan ocupada durante los últimos cincuenta años en favorecer a Juan Carlos de Borbón, que no ha tenido tiempo para dedicarse a los millones de vasallos abandonados por la diosa protectora del monarca, librándole sin explicación alguna de maleficios que condenarían a eternas galeras de dolor al resto de los mortales.

Recordemos que una bala perdida procedente de su pistola, acabó sin pretenderlo con la vida de su hermano Alfonso, y nadie se dio por enterado. Tengamos presente que sin ser heredero a la corona se hizo con el trono de España, por obra y gracia del Caudillo, ante el silencio general. Sepamos que lo único rojo que tenía cuando ocupó el palacio de la Zarzuela eran los números de su cuenta corriente, pero en pocos años su fortuna no cabe en el Fortuna que le regalaron, sin que los súbditos sepan sus cuentas. Sus íntimos amigos Prado y Conde ingresaron en prisión, y su yerno está a la puerta, librándose él de dormir con el pijama de rayas, sin que su posible complicidad en los delitos cometidos haya sido investigada. Las ciertas presuntas infidelidades conyugales no han advertido a los vasallos sobre las deslealtades patrióticas con los súbditos. Fueron múltiples las fracturas óseas y operaciones quirúrgicas que ha sufrido, sin quedan incapacitado por alguna de ellas. Ha sido el mayor beneficiario de la dictadura, sin ser esto tenido en cuenta por la historia. Y la autocensura en los medios de comunicación los ha condenado al silencio, cuando el rey merecía una indeseable portada. Efectivamente, el rey es un hombre de suerte, que merece ser llamado «El Afortunado».

Algunos republicanos se declararon juancarlistas cuando fue proclamado heredero del franquismo. Muchos antimonárquicos le aplaudieron con ganas el día de su coronación. Y la gran mayoría de ciudadanos se hicieron fans del monarca la noche del 23 de febrero de 1981, cuando los sublevados militares amigos personales suyo, le subieron al camarín político sobre la peana de salvador democrático.

Es posible que ahora los republicanos recuperen el rumbo perdido en los pasillos de la Zarzuela y enarbolen la bandera tricolor desde el balcón real, pero me temo que la mayoría se hará felipista, entre otras cosas para confundirse con el felipismo, que dejó aparcada la república cuando vio en el horizonte la Moncloa

GUERRAS

GUERRAS

Sin dinero, patrias, dioses, héroes, condecoraciones y marchas militares, no habría guerras ni matanzas, pues cualquiera de estos elementos es capaz de llevar al matadero a miles de ciudadanos en su nombre, no pudiendo evitarlo la sinrazón de los seres racionales, ni las inhumanas leyes que contribuyen a ello.

Podemos eliminar la música militar que no pudo levantar a Georges Brassens. También es fácil suprimir las condecoraciones que lucen en el pecho los matarifes y desterrar a los héroes borrando las listas de sus heroicidades. Incluso podríamos extraditar el dinero implantado de nuevo el comercio de trueque de las sociedades primitivas. Pero no podremos acabar con patrias y dioses, porque patrioteros y fundamentalistas religiosos nos lo impiden con el cetme en una mano y libros sagrados en la otra.

Sucede que la inmoralidad se hermana con la mortalidad para hacer de la vida una quimera inalcanzable en los campos de batalla, donde la locura colectiva cierra el paso a la razón, haciendo racionales a los seres vivos irracionales.

Cuando el odio nubla la razón y la codicia pervierte el sentimiento, viene la soberbia a enturbiar la retina que ve en el objetivo del arma un ser humano a través del visor, antes que los gatillos enloquezcan en trepidar funesto y una mano negra apriete el botón del exterminio.

Las guerras ordenadas desde los despachos blindados son pretextos que ocultan intereses espurios tras inexistentes razones que buscan hacer patrimonio propio con los bienes ajenos, expropiando a los débiles aquello que les pertenece.

Las guerras son nubes de humo coloreado de rojo por la sangre vertida sin justificación alguna, aunque los matarifes hablen de guerras pacíficas, inevitables exterminios y daños colaterales, para explicar la muerte de seres humanos, porque lo más parecido a una guerra perdida, lo más triste, es una guerra ganada.