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EL MILAGRO DE FÁTIMA

EL MILAGRO DE FÁTIMA

Cuando hablo del milagro de Fátima no me refiero a la advocación católica mariana que se venera en el distrito portugués de Santarem, sino al milagro político logrado por los populares al conseguir emular a la rosada miembra Bibiana con la jacarandosa Fátima Báñez, ambas andaluzas y en edad de crecimiento mental, con el único mérito acreditado de llevar muchos años portando el carnet del partido en la boca.

No le bastó a doña Fátima agradecer emocionada el capotazo que nos había echado la Virgen del Rocío para salir de la crisis y volver al crecimiento, – aunque termináramos hundiéndonos más en el paro y el decrecimiento -, que se ha convertido en el brote más verde del Gobierno al recibir inspiración divina para anunciar su buena nueva, ofendiendo el sentido común de los ciudadanos con un insulto tan grosero.

Ahora, que media España se desangra, los populares han incorporado al guiñol político el nuevo retrato de la frustración, alimentando con mentiras oficiales falsas expectativas en los desesperados, de consecuencias fatales para ellos si no fueran más inteligentes de lo supuesto por esta joven irresponsable del empleo.

En medio del lodazal nos preguntamos qué habrá pretendido conseguir Fátima Báñez al decir lo que dice Cospedal que no dijo, diciendo que estábamos saliendo de la crisis, precisamente cuando el paro batía un nuevo record histórico. Nos gustaría saber también si la responsable de empleo ha tenido revelación divina para decir eso o si Fátima ha revelado por fin su incompetencia a la población de manera ostensible, aunque el jefe no cuestione su continuidad al frente de un ministerio que no merece.

Debe saber la responsable de la seguridad social española que la desvergüenza no es el mejor atajo para levantar los ánimos del pueblo, pues las mentiras conducen a parajes sin retorno, donde la moviola es la antesala del olvido, y las tomaduras de pelo una puerta de salida hacia el destierro político.

Sinceramente, amigos, no podemos creernos tanta farsa, sin sospechar una segunda verdad, presintiendo que el virus de la insensatez ha infectando el cerebro de la ministra con una enfermedad cuyos síntomas vienen definidos por la falta de sentido común, ausencia de autocrítica, alejamiento de la ciudadanía, ceguera política y exceso de ignorancia.

Lo malo no es que la señora Báñez esté donde está, sino los esfuerzos que está haciendo por quedarse ahí naufragando en sus propios errores, queriendo prolongar su miopía hasta que san Judas Tadeo, conseguidor de lo imposible, haga el milagro de enviarla a su lugar de procedencia.

MILAGRO DE LAS URNAS

MILAGRO DE LAS URNAS

Ser de las personas que preguntan sobre aquello que no debería importarle, me permite integrarme en el grupo de curiosos congénitos, cercanos a determinada patología social todavía por definir.

Mi condición de curioso me lleva curiosear sobre algunas cosas curiosas que suceden a mi alrededor en esta curiosa vida, siendo la política y los políticos una de las curiosidades que más han llamado mi curiosidad.

Es por eso que me resulta curioso contemplar diariamente un milagro no descrito en los evangelios, que va más allá de la transfiguración del Señor en el monte Tabor. Se trata de un milagro social que excita sobremanera mi curiosidad, alentando el deseo de averiguar algo que aparentemente no me concierne, cuando en realidad llega en ocasiones a determinar mi vida y la de todos mis vecinos.

¿Cómo es posible que el milagro de las urnas no haya sido todavía reconocido por las iglesias cristianas, aunque Marcos, Mateo, Lucas y Juan se olvidarán de incluirlo entre los portentos realizados por el Maestro? Es más, ¿por qué la católica Iglesia no santifica a los protagonistas del milagro que voy a referirles?

Resulta, pues, que el amigo Peñarroya, ese que tenemos todos, ¿no lo recordáis? Sí, hombre, el tonto de la clase que nos hizo reír con sus salidas de pata de banco. El que pillaban copiando siempre que lo intentaba. El bufón adolescente de las niñas. El que aprobaba por la insoportable presión que ejercían los padres. Aquel que no era capaz de hacer una O con un canuto. El mismo que no entendía explicación alguna en la Universidad. El que terminó la carrera cuatro años después que todos nosotros. Aquel que no encontró trabajo ni de pastor. Ese.

Pues éste parásito gandul, un buen día recibió la visita del espíritu político en forma de palomo-colega que le dio un codazo en la barra del bar haciéndole flotar sobre la realidad, al tiempo que le proponía caminar por la vida con el carnet de un partido político entre los dientes, un reclinatorio en las manos y el tronco inclinado.

Con estos méritos, el imbécil de Peñarroya acabó en una lista electoral, fue elegido por el «pueblo soberano» y se produjo el gran milagro de la transfiguración política del cuadrúpedo, pasando de ignorante esférico a sabio renacentista.

Se puso corbata, metióse en un traje, engoló la voz, alzó la testuz, comenzó a opinar sobre aquello que ignoraba, impartió consejos, fue admirado, recibió aplausos su torpeza, propuso leyes, multiplicó su patrimonio muy por encima de quienes le tomaban el pelo en la escuela, Instituto y Universidad, recibió honores en palcos de teatros, dio trabajo a toda su familia y, lo que es peor, tuvo un inmerecido poder sobre la vida de los demás.

Finalmente, resolvió eternamente su vida – no su vida eterna – entre el aplauso de la multitud que le vitoreaba por la calle, pasando a la historia de este país como una de los próceres que levantó la patria, cuando lo único que elevó fue su patrimonio y la vergüenza colectiva de quienes sufrieron sus desatinos.

EMOCIONADA GRATITUD

EMOCIONADA GRATITUD

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La experiencia de una vida entera dedicada en cuerpo y alma a la enseñanza, me capacita para decir públicamente que los alumnos no son pródigos en agradecimientos al profesor, por mucho esfuerzo que éste haga y se entregue a ellos generosamente.

Raras veces se dan casualidades que favorezcan reencuentros en los cuales el azar facilite la convergencia de profesor y discípulo en un futuro inesperado, alejado de coincidencias vitales en un país extraño, ajeno a la tierra que vio nacer a ambos.

Pero, a veces, se producen íntimos encuentros duraderos entre dos almas gemelas, por muy distantes que sean las edades de las personas que se hermanan, apartados estén los intereses de ambas y grande sea el espacio físico que las separa.

Estas excepciones tienen la virtud de hacer realidad el milagro de unos ojos emocionados de gratitud, aunque el cruce de caminos sea fruto de la casualidad y ya nada pueda ofrecerse en el retiro social, salvo un abrazo de amistad sincera y la incondicional disponibilidad de dos voluntades a nuevos encuentros, más allá del espacio y del tiempo.

Un antiguo alumno me ha buscado durante años hasta encontrarme, con la única intención de agradecerme cuanto hice por él, de la mejor forma que pude hacerlo: poniendo mi tiempo a su disposición, dándole consejos que le ayudaran a superar la borrascosa adolescencia y poniendo mi mano en la suya para enseñarle a caminar por la profesión que tanto he amado.

Pasados los años, cuando algunos recuerdos habían pasado a la zona del olvido, él me ha invitado a acompañarle frente al tribunal que ha juzgado por unanimidad con “sobresaliente”, la defensa que ha hecho en inglés de su tesis doctoral en la Complutense universidad madrileña.

Hasta allí he ido para recibir emocionado el testimonio público de su gratitud, con palabras que no puedo reproducir porque debo guardadas en lo más profundo de mi celosa intimidad. Todo ello por «el mal sabor de boca que me dejó Ortega al escribir algo así como que el maestro nunca llega a conocer el impacto de su valor».

Gesto de respeto, amor y reconocimiento desinteresado, a un profesor jubilado que ya tiene poco que ofrecer. Testimonio público de afecto, en vísperas de partir con el doctorado bajo el brazo hacia el parisino Institut Pasteur, que humedeció mis ojos, porque cuando la ofrenda es grande las palabras enmudecen ahogadas por las lágrimas.

Gracias, José Antonio, por tu hombría de bien, por tu grandeza de alma y por tu generosidad con este antiguo profesor, consciente que el ejemplo de vida que has dado no es moneda de curso legal, ni tu sincero recuerdo, costumbre en mi oficio. Y gracias por ver que en mí cumplida la máxima de que enseñar es tocar vidas, y hacerme feliz sabiendo que he tocado la tuya.

¡Ah!, y Maestro ya tú, no yo.