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Etiqueta: jubilados

TIQUE MODERADOR

TIQUE MODERADOR

No sé por qué tenemos los ciudadanos tanto empeño en hablar de copago al referirnos a la aportación económica que deben hacer los catalanes para sufragar el pago de recetas médicas, cuando en realidad se trata simplemente de un “tique moderador”, como bien dice el patrón Boi Ruiz. Es decir, una cédula inofensiva que modera, templa y ajusta el excesivo gasto que los pacientes originan con sus dichosas enfermedades, en connivencia con la pandilla de médicos ignorantes e  irresponsables que prescriben fármacos sin ton ni son a enfermos que más les valiera morirse y dejar de molestar.

El gobierno catalán ha decidido que todos los ciudadanos paguen un euro por cada receta que presenten en la farmacia, sin tener en cuenta si son jubilados, enfermos crónicos, presidentes de consejos de administración, millonarios o políticos, algo que no ha molestado al personal, sino todo lo contrario.

Según parece, lo que ha herido a los catalanes es que tal gasto adicional provocará en los despreciables pobres y pensionistas la frustración de no poder visitar en el exterior a los abnegados políticos y representantes que están sufriendo destierro en las 6 delegaciones y 35 oficinas comerciales que la Generalitat tiene repartidas por el mundo para fomentar su política exterior, desde Berlín a Nueva York, pasando por Londres, Argentina y Méjico. Edificios, mobiliario e infraestructura que han salido gratis, ocupadas por pobres servidores de la patria que se llevan solamente 12.000 euros al mes en dietas reguladas en el decreto 138/2008 sobre indemnizaciones por razón de servicio. Cantidad que no requiere justificante, y con un sueldo que llegan en algunos casos a los 88.000 euros. Para que luego digan los hipócritas de turno que la Generalitat no tiene de donde recortar para salvar a los indigentes de mayor miseria.

La medida tomada por el Gobierno catalán está bien justificada, pues no se puede tolerar de  ninguna manera que haya tantos enfermos en Cataluña. Urge reducir la tasa de pacientes y a ello se han entregado con entusiasmo los políticos del Palau, sabiendo que los muertos colaterales son inevitables en las guerras que se planifican desde confortables despachos.

Con ánimo de colaborar a la solución del problema, sugiero que la mejor forma de reducir los 150 millones de recetas que se prescriben en Cataluña es ir directamente al grano, y eliminar del mapa a quienes tengan dificultades para abonar esta cuota, como es el caso de los enfermos crónicos jubilados cuya pensión no supere los 500 euros mensuales. Nada, a por ellos.

El sistema para llevar a cabo el exterminio de tan indeseables vecinos fue inventado hace años por los salvadores de la raza aria, con una admirable economía de recursos, pues basta para ello un recinto alambrado, tres o cuatro duchas y un pequeño horno. Esta idea evitará el gasto que pueda ocasionar  atender en hospitales a quienes no tengan dinero para seguir viviendo.

Por otro lado, convendría igualmente asignar un par de recetas a cada facultativo, expulsando del sistema al que sobrepase esa cifra, ya que pasar de dos enfermos por médico es un exceso intolerable para la sanidad pública.  Tomemos ejemplo de  lo que ocurre en las ofertas de los supermercados, donde se anuncian ventas de productos hasta que se acaben las existencias.

SEXAGENARIOS

SEXAGENARIOS

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Los niños de mi generación considerábamos ancianos a quienes pasaban la frontera de los sesenta años. Y hoy, cuando mi hijo opera a una persona de setenta y cinco años con un mal diagnóstico, se lamenta porque es un paciente joven. Es decir, los ciudadanos que nos movemos por la vida con sesenta y tantos años estamos hechos unos chavalotes, según proclama Leticia. ¡Cómo han cambiado las cosas en tan poco tiempo!

Bien, pues aquí estamos los canosos sesentones disfrutando de nuestra segunda adolescencia, que algunos llaman sexalescencia, queriendo inútilmente desterrar del diccionario el término sexagenario, mantenido por la Academia para definirnos.

Los que pertenecemos a tan numeroso grupo de jubilados, podemos afirmar sin reserva alguna que llevamos una vida provechosa y placentera, recostados al pie del último peldaño que nos falta por subir, alcanzando la gloria de haber vivido.

Aquí estamos disfrutando del ocio, los viajes y el trabajo voluntario, lejos ya de ataduras laborales, compromisos, horarios y botas de superiores sobre la cabeza. Libres, al fin, de servidumbres profesionales, y dueños postreros de nuestras vidas, tras pasar más de tres décadas bregando por el sueldo.

Dependientes sólo de aquello que nos complace y pendientes de que los pactos de Toledo no nos expulsen de la sociedad limitada que hemos creado con quien nos ha convenido, vamos por la vida con la experiencia en bandolera, sin pensar mucho en el golpe de silencio que a todos nos espera, pasaporte con rúbrica de eternidad que nos mandará al paro definitivo.

Los ordenadores, «e-milios», teléfonos móviles, ipades, ipodes y emepetreses, han llegado a nosotros con retraso, pero sabemos competir con los jóvenes en su manejo, mientras que ellos nunca conocerán los juguetes de cuerda, las máquinas de escribir, los “capones” colegiales, el brasero de cisco, la marmita de barro, los sabañones, la lucha contra la dictadura, los “grises”, el “parte”, los guateques, el rosario en familia, los juegos callejeros, el hambre y la lucha por la supervivencia.

Los sexagenarios no envidiamos a la juventud porque la satisfacción del momento presente nos priva de la nostalgia, y el gozo de la libertad cortapisa el deseo de retorno al tiempo pasado. Es el recuerdo de los esfuerzos realizados durante muchos años y la lucha por la vida, quienes hacen imposible el deseo de volver a ellos.

Ilustrados de experiencia, sonreímos interiormente cuando el ignorante atrevimiento de los jóvenes nos da consejos, sin percibir que el camino por donde ellos van ahora perdidos, es sobradamente conocido por nosotros.