CRESPONES AZULES
Un día como hoy de hace treinta y dos años se nos fue de la vida el poeta del Cántico, del canto y la canción, frente a su mar mediterránea y sin decir palabra, porque todo lo dejó escrito en su “Fe de vida” sobre la lisura del agua, antes que la barbarie llamara a la puerta del exilio, presintiendo lejano el regreso a la tierra prometida que le vio nacer.
Eslabón de la Generación del 27, “residente” de Fraud, maestro de poetas y fraternalmente hermanado con Pedro Salinas, fue Jorge Guillén la estrofa suelta de cada día, la densidad infinita del poema y la simpleza rotunda del verso escueto, caminando incansable junto a Germaine por felices senderos de la vida, sin prevenir el manotazo que se avecinaba.
Cárcel, destierro, viudedad, consuelo de Irene, Premio Cervantes y filiación predilecta de Andalucía, antes de retirarse a descansar eternamente en el malagueño cementerio protestante de San Jorge, tras bregar durante noventa y un años con versos universales a la espalda y apátridos pupitres escolásticos.
Se fue en silencio, sin despertar los latidos de las mimosas que esperaban anhelantes la primavera. Se fue con la aflicción del destierro y la esperanza abandonada en el pasillo dolorido de sus versos esenciales. Se fue con luna llena y la certeza del mar haciendo espacio en su horizonte de hombre enamorado. Se fue sin bendiciones, ni cruces, ni responsos, llevándose la indulgencia del agnosticismo en su bondad plena, mientras un coro de voces populares entonaba el Cántico.
Pero antes de marcharse, le oí condenar la guerra y declarar que matar a otro hombre no es un acto patriótico, sino un gesto de cobardía. También le oí decir que estaban contadas sus horas, la víspera de morir.