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DUEÑOS DEL PLANETA TIERRA

DUEÑOS DEL PLANETA TIERRA

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Cada palmo de tierra tiene un propietario, pero la Tierra pertenece a unos cuantos amos del mundo, desde que los mercados y las empresas se extendieron hasta alcanzar una dimensión mundial más allá de las fronteras nacionales, con transformaciones económicas globales, fruto de un feroz capitalismo amparado por las democracias liberales, una vez que cayó el comunismo occidental y se dio por concluida la guerra fría.

En poco tiempo, quedaron subsumidas las economías locales en grandes multinacionales, liberándose la circulación de capitales favorecedora de la enfermiza sociedad de consumo que padecemos, gobernada por transacciones financieras, cuentas corrientes y depósitos bancarios en manos de unos pocos privilegiados, que se reúnen periódicamente para mejorar la forma de engordar las huchas con el sudor, trabajo y miseria de la gran mayoría silenciosa, admiradora de los responsables de su tragedia.

La nota más característica de este mundo económicamente globalizado no es el beneficio común, sino la desigualdad y el retorno al siglo XVIII, en medio de un sectarismo que fracciona a los humanos en dos partes excesivamente desequilibradas, debido a la salvaje especulación de un mercado carente de solidaridad, en el que pueden quitarse caramelos a los huérfanos sin mover una pestaña, ni sentir remordimiento alguno.

Urge un rearme ético y la unión solidaria de los pueblos para frenar los beneficios y la especulación, derivada de una ambición desmedida y desvergonzada, porque de no hacerlo seremos devorados irremediablemente por el grupo de codiciosos que realmente gobierna el planeta, aunque a los demás nos dejen jugar con las urnas electorales en irreales democracias occidentales.

Y no soy yo quien esto dice, sino el profesor suizo Jean Ziegler desde su prestigiosa vicepresidencia del Consejo Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

JEAN ZIEGLER

JEAN ZIEGLER

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Este suizo, orgullo de la raza humana, es de los pocos intelectuales comprometidos con la redención de la humanidad, sin llevar cruces en el pecho ni aparentar ser lo que siempre ha sido en los cincuenta años que lleva dejándose la piel por defender la justicia social y una equitativa distribución de la riqueza.

A sus ochenta años, este doctor en Derecho y Ciencias Económicas por la Universidad de Berna, profesor de sociología en las Universidades de Ginebra y Sorbona de París, Relator Especial de la ONU para la Alimentación y parlamentario suizo, mantiene el espíritu luchador que tuvo en su juventud contra la banca suiza por colaborar con los nazis a la expropiación judía.

Siendo vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, hizo temblar los cimientos del capitalismo y el poder financiero denunciando que la deuda de los países desfavorecidos era delictiva e ilegítima, al estar generada por “un orden mundial criminal y caníbal, donde las pequeñas oligarquías del capital financiero deciden de forma legal quién va a morir de hambre y quién no. Por tanto, estos especuladores financieros deben ser juzgados y condenados, reeditando una especie de Tribunal de Núremberg”.

Ziegler condujo a Ernesto Guevara por las calles de Ginebra cuando el Che acudió a esa ciudad en 1964 para intervenir en la Conferencia del Azúcar, y algo debieron hablar en el coche, para que este viejo profesor propusiera ocupar masivamente los bancos, nacionalizarlos y confiscar los arrogantes bienes y sobradas riquezas robadas por los especuladores financieros, para compensar todo el sufrimiento que han causado a la población mundial.

DETESTABLES EVASORES

DETESTABLES EVASORES

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Las evasión de capital en España, protagonizada por banqueros, empresarios y políticos, defraudadores que no merecen el asfalto por donde ruedan sus lujosos coches pues las autovías han sido pagado con dinero de los demás, me estimula a recordar que la evasión de capitales ha sido ejercida por milmillonarios de diferentes colores y déspotas que no merecía lo que robaron al pueblo.

No sabemos si algunos de los grandes dictadores del siglo XX guardaban aseo personal en su vida doméstica, pero tenemos la certeza de que viajaban temporalmente a la lavandería helvética para enjuagar el dinero robado en sus países, hasta dejarlo bien limpio de polvo, paja y tributos.

El escritor suizo Jean Ziegler declaró en su día que Irán pagaba las armas que compraba a Ronald Reagan, con heroína y morfina que se vendía en los sótanos bancarios de Zurich, donde quedaba depositado el dinero de tan ilegal y macabra compraventa.

Los ingenieros financieros suizos se han encargado de eliminar todo rastro del dinero allí depositado por dictador nicaragüense Somoza. Igual pude decirse del haitiano Duvalier, del congolés Mobutu, del maliense Traoré y el mexicano Salinas, cuyo hermano Raúl era conocido en el país azteca como el “señor del diez por ciento” por todo lo que se llevaba en comisiones de los solicitantes que participaban en las privatizaciones de servicios públicos,  y proteger a los mafiosos traficantes de drogas.

Capítulo aparte merece el filipino Marcos, que llegó a tener mil quinientos millones de dólares escondidos en cajas fuertes del país helvético, donde había colocado al cónsul de Filipinas en Zurich, como director del Crédit Suisse.

AMOS DEL MUNDO

AMOS DEL MUNDO

Cada palmo de tierra perdido en el campo tiene un propietario, pero la Tierra pertenece a unos cuantos amos del mundo, desde que los mercados y las empresas se extendieron hasta alcanzar una dimensión universal más allá de las fronteras nacionales, con transformaciones económicas globales, fruto de un capitalismo feroz amparado en las democracias liberales, una vez que cayó el comunismo occidental y se dio por concluida la guerra fría.

En poco tiempo, quedaron subsumidas las economías locales en grandes multinacionales, liberándose una circulación de capitales favorecedora de la enfermiza sociedad de consumo que padecemos, gobernada por transacciones financieras, cuentas corrientes y depósitos bancarios en manos de unos pocos privilegiados, que se reúnen periódicamente para mejorar la forma de engordar sus nutridas huchas con el sudor de la gran mayoría silenciosa, admiradora de los responsables de su tragedia.

La nota más característica de este mundo económicamente globalizado no es el beneficio común, sino la desigualdad y el retorno al siglo XVIII, en medio de un sectarismo que fracciona a los humanos en dos partes excesivamente desequilibradas, debido a la salvaje especulación de un mercado carente de solidaridad, en el que pueden quitarse caramelos a los huérfanos sin mover una pestaña, ni sentir remordimiento alguno.

Urge un rearme ético y la unión solidaria de los pueblos para frenar los beneficios y la especulación, derivada de una ambición desmedida y desvergonzada, porque de no hacerlo seremos devorados irremediablemente por el grupo de codiciosos que realmente gobierna el planeta, aunque a los demás nos dejen jugar con las urnas electorales en irreales democracias occidentales.

Y no soy yo quien esto dice, sino el profesor suizo Jean Ziegler desde su prestigiosa vicepresidencia del Consejo Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.