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Etiqueta: inteligencia

JUGAR AL MUS

JUGAR AL MUS

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Unknown

Confieso que disfruto más ganando un envite a pares con dos ases que escribiendo cuartetas, y el regusto cobra sabor de almíbar celestial si desde el postre gano milagrosamente un órdago a juego con treinta y cuatro, después de dos descartes y desatendiendo el sensato consejo de mi compañero.

El problema es que solo ocasionalmente he tenido ocasión de gozar estos lúdicos placeres en las cinco décadas que llevo disputando “grandes”, “chicas”, “pares” y “juegos” sobre el tapete verde y siempre con amigos, porque el mus fue inventado para reír con buenos escuderos y llevar con deportividad las tomaduras de pelo y los faroles sufridos, tras la derrota.

Es medular el estímulo vital que proporciona el mus a todos los aficionados a tan aristocrático carteo tabernario, inventado para jugar, más que para ganar, del que forma parte el ruido, la chanza, el chascarrillo, la farsa y el farolillo, entre los musleros que practican este juego tan humanizante y divertido, que pide inteligencia, serenidad, psicología, audacia y sentido del humor.

El muslari vasco Miguel de Unamuno decía ver poesía en los aldeanos que merendaban y jugaban al mus, porque este bridge de las tabernas era para él verso, rito, magia, encanto, seducción, y, sobre todo, engaño, broma y desconcierto en los ignorante mirones que desconocen sus secretos.

A quien no haya degustado sus mieles, le advierto que los compañeros de pareja no se guiñan el ojo con pretensiones deshonestas, ni levantan las cejas por asombro externo, ni se sacan la lengua con burla, ni se muerden el labio inferior de rabia, ni levanta un hombro por deformidad congénita, ni mueven la boca hacia un lado por dolor, ni cierran los ojos por sueño.

El aspirante a muslero debe saber que “un envite es un convite” sin tener “las de Perete”, aunque los adversarios vayan “al tran tran” simulando “la de Hontanares” o la “zorra con tres rabos”, pensando que “ya está la rata en la lata”, tras dar “el corte del capullo” para quitar “la mano con un pimiento” y “chiquita reventona” acompañada de “escopeta y perro”, jugándose el “tapete”, “la raya”, “el caldero” o “la iguala” sin tener el “solomillo” de “la niña bonita”.

Pero “con juego y pares, corta el mus y no repares” o “con tres ases de primera corta el mus y vocifera”, pidiendo al compañero que “recoja la herramienta” y se dé “mus sin verlas”, mientras los adversarios se quejan del “cartonaje” y de “estar puestos por el ayuntamiento” antes de ser enviados “a llorar a los paúles”, “al cuarto de llorar” o “al muro de las lamentaciones”, en espera de mejor cartulario y de que “llueva menos” con un “pase negro” para replicar con “la mano de un niño” o “los dientes del choto”.

VOTAR Y OPINAR

VOTAR Y OPINAR

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Votar en unas elecciones democráticas consiste en otorgar la confianza a un candidato presentado a representar al pueblo, es decir, expresar de forma secreta la preferencia de cada cual mediante una papeleta electoral introducida en la urna. Además, opinar, consiste en expresar el parecer personal sobre algo cuestionable, sin certera evidencia.

Por otro lado, voces sabias y democráticas aseguran sin vacilar que una grandeza democrática consiste en dar el mismo valor a cada uno de los votos emitidos por los ciudadanos, de manera que cada votante puede optar libremente por entregar su papeleta al candidato que prefiera. Dicho esto, vamos con el juego.

Si polemizan los políticos en campaña electoral, ¿por qué no vamos a discutir civilizadamente los ciudadanos sobre aspectos electorales dignos de reflexión? Abramos, pues, la polémica, con el único animo de animar el debate, agitando pilares democráticos y provocando réplicas intelectuales que nos enriquecerán a todos.

La democracia otorga  libertad de opinión a todos los ciudadanos para que cada uno diga lo que quiera sin ofender al prójimo, lo cual permite opinar a todos los vecinos, permitiéndome decir que el voto no es más que una opinión personal e intransferible, traducida en papeleta electoral que se introduce en una urna a través de una rendija, para decir de forma anónima quién debe ocupar el cargo político que se somete a votación, siendo emitido el veredicto de acuerdo con la opinión subjetiva del votante.

Hasta aquí todos conformes, pero demos paso a la polémica admitiendo que todos los votos tienen el mismo valor, pero negando que todas las opiniones valgan lo mismo y deban ser tenidas en cuenta de igual forma, ya que la inteligencia y el nivel de conocimientos de los opinadores determina el valor y mérito de los veredictos pronunciados sobre la cuestión objeto de consideración.

Vale que todos los ciudadanos tenemos derecho a opinar sobre lo que nos apetezca, pero no todas las opiniones tienen el mismo valor, ni deben ser tenidas en cuenta de igual forma, porque los conocimientos, la experiencia, el talento de las personas y su personalidad, determinan el valor de las opiniones y el respeto que merecen, aunque algunas no merezcan ningún respeto porque quienes lo merecen son las personas, no las opiniones, por mucho que aspiren a ser respetables.

Es decir, si aceptamos que el voto es una forma de opinar, y que las opiniones no tienen el mismo valor, es difícil aceptar que los votos otorgados por los diferentes ciudadanos valgan lo mismo, concluyendo que las elecciones democráticas son un fraude de imposible solución.

Queda abierto el debate y el desacuerdo. ¿Quién toma la palabra?

¿TEST DE INTELIGENCIA?, NO GRACIAS

¿TEST DE INTELIGENCIA?, NO GRACIAS

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En oposición a la actitud mantenida por las empresas en la selección de empleados, aplicándoles un test de inteligencia para eliminar a los intelectualmente débiles, yo opongo el grito de ¡tontos, dentro!, porque la experiencia acumulada en mi larga vida docente me autoriza a ello.

Hablan los psicólogos de tan diversas clases de inteligencias que mi inteligencia no alcanza a comprender los diferentes tipos que pregonan. Pero menos aún alcanzo a comprender que pueda medirse el coeficiente intelectual con un puntómetro tan perfecto que ¡da cifras numéricas! sobre dicha medida. ¡Dios, qué precisión!

El psicólogo nizardo Alfred Binet aportó a la psicometría el primer test de predicción del rendimiento escolar en 1905, rechazando el método biométrico aplicado por Galton. Los resultados obtenidos con su escala métrica le llevaron a reconocer su fracaso en el intento de medición cuantitativa de la inteligencia, negando su utilidad para clasificar a los jóvenes estudiantes y a cualquier otra persona.

Pero a los americanos del norte no les llegó la noticia y en 1913 aplicaron el test de Binet a los emigrantes que aspiraban a entrar en el país, llegando a la conclusión de que 8 de cada diez no debían pasar la frontera. Igual hizo el gobierno boliviano en las escuelas de Potosí llegando a la misma estadística de tontuna reinante entre los niños.

Por otro lado, en 1994 los profesores Herrnstein y Murray publicaron el libro “The Bell Curve”, mostrando una correlación entre el C.I. y el nivel socioeconómico, concluyendo que los negros y los pobres eran más tontos que los blancos y los ricos por herencia genética, es decir que no le merece la pena al Estado gastarse el dinero en instruirlos, aconsejando fumigar intelectualmente, – disculpen la licencia -, a los negros pobres.

Mis años cultivando la inteligencia de los jóvenes y educándolos, contradicen todas las mediciones y rechazan plenamente la exclusión de los clasificados por los test como menos listos, sobre todo si las pruebas se utilizan para discriminar a ciudadanos de otra raza o a los económicamente más débiles.

A la veneración por los tests clasificatorios y discriminatorios, opongo la capacidad de trabajo, el dominio de la voluntad, el tesón por conseguir objetivos, la honradez mental, el equilibrio emocional, las habilidades sociales, las destrezas comunicativas, la experiencia lúcida y el buen sentido que coordina las todos los elementos determinantes del éxito intelectual.