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GRATUIDAD DEL INSULTO

GRATUIDAD DEL INSULTO

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No sé si carecemos de leyes que sancionen las ofensas, insultos, calumnias y difamaciones públicas; ignoro si los vilipendiados no ponen las denuncias correspondientes; o si los jueces permiten que los ultrajes queden impunes dictando sentencias absolutorias o blandas para los injuriadores, por considerar los agravios como asuntos menores, pero en este país sale muy barato insultar públicamente y denigrar injustamente la dignidad de las personas.

“Difama, que algo queda”, dicen los dominadores de las vejaciones, conscientes que las degradaciones personales que propinan a sus adversarios, calan en el inconsciente colectivo y provocan un rechazo del sujeto escarnecido, aunque lo afirmado no se ajuste a la realidad, permitiendo que el engaño tome carta de veracidad.

Goebbels, el gran propagandista de la Alemania nazi afirmaba que una mentira mil veces repetida llega a convertirse con el tiempo en una verdad indiscutida, olvidándose que esa situación solo se hace realidad en mentes captas, fácilmente manipulables por la publicidad embaucadora de quienes lavan cerebros blancos carentes de sustancia gris.

No me refiero solamente a los insultos verbales, también deben sancionarse a las personas que realicen gestos de burla, mofa o desprecio hacia aquellos ciudadanos que los reciben, como es el caso de los “cortes de mangas”, los “calvos”, las “cornamentas” o las «peinetas».

Los insultos públicos gozan de una impunidad insultante que sirve de regocijo a los desaprensivos y falsarios que ejercen tan detestable oficio en las ondas, pantallas, redes sociales y páginas de periódicos, sin que la sociedad reaccione en un Estado de Derecho, que más parece de deshecho por consentir oprobios detestables que merecen castigos ejemplares.

ESTILO, HUMILDAD, AUTOCRÍTICA Y VERDAD

ESTILO, HUMILDAD, AUTOCRÍTICA Y VERDAD

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Me complacen las actitudes de buen gusto social ajenas a la pacatería,  que se ven reflejadas en gestos y posturas naturales sin afectación alguna, ni extravagante apariencia alejada de la normalidad exigida por la audiencia. Por eso, no acepto ver a un líder político acomodado en un sillón con altanera postura, como si estuviera en una taberna con amigos tomando cervezas y entonando La Estaca, que a muchos nos dejó afónicos en nuestra juventud, cuando él no había nacido.

Apuesto por el diálogo respetuoso, la exposición de ideas, el debate civilizado y la voluntad de entendimiento con el discrepante, convencido de que nadie tiene patente de propiedad exclusiva sobre la inexistente verdad absoluta. Por eso, no acepto la descalificación del adversario y rechazo el insulto como argumento, por muy lejos que me encuentre de la falsedad ofensiva que el oponente exponga en «pantuflas» domésticas.

Defiendo la palabra sincera, la incuestionable verdad, la aceptación de críticas, la valiente autocrítica y la complicidad con amigos hasta el límite del error cometido por ellos que no se debe encubrir, por noble que sea el proyecto que les une y entrañable el afecto compartido con el profesor Íñigo y el asesor gubernamental Juan Carlos. Por eso, repudio el insulto colectivo al sentido común de la ciudadanía con justificaciones injustificables, el “prietas las filas”, la defensa de lo indefendible, la ambigüedad en las explicaciones y los tradicionales argumentos mantenidos por los encastados, que reproducen quienes pastaban hace meses en el campo social, libres de marcas de herradero, con trapío y bravura, pero sin encaste político.

Pido, pues, estilo, humildad, autocrítica y verdad al posible presidente del Gobierno, porque tendrá que representarnos también a quienes «podemos» votarle apostando por el respeto, la sencillez, la autocensura y la sinceridad, detestando la chulería, el insulto, la prepotencia, el encubrimiento y la mentira.

TORPES INSULTOS

TORPES INSULTOS

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Está mal insultar a las personas de frente y por derecho, sin rodeos ni reparos, teniendo la seguridad que la descalificación va a ser oída y comprendida por el receptor de la ofensa. Pero es incomparablemente peor agraviar a los sujetos despreciando su inteligencia y considerando que carecen de entendimiento para comprender el ultraje.

En este segundo caso, el denigrador sobrevalora su talento y habilidad de engaño, al tiempo que desprecia la capacidad comprensiva de los injuriados, considerando que el colectivo afectado padece deficiencia mental crónica, que le inhabilita para el entendimiento, siendo esto lo que sucede a muchos políticos.

Insultan los representantes al pueblo, cuando pretenden justificar lo injustificable, explicar lo inexplicable, y exigir lo inexigible, con falacias que ofenden al común sentido de los ciudadanos, haciéndolo, además, sin mover una pestaña, con seriedad litúrgica y sin despeinarse, ante micrófonos y tribunas.

Los agraviados recibimos la ofensa sobrecogidos y asombrados, ante la cara de cemento armado exhibida por los mensajeros que viven a costa del sudor de los oyentes,  sin percibir que el talento de los destinatarios va mucho más lejos de su torpeza insultante. Pero tanto descaro alivia la injuria, porque patadas tan vulgares a la inteligencia ajena, solo pueden venir de bípedos desintegrados, pues nadie se ofende si al pasar junto a una cacatúa, esta le llama imbécil.

Superemos lo tragicómico de la situación, evitando que la injuria alcance su objetivo, porque quien la propina tiene menos cerebro que aquellos a los que considera descerebrados capaces de digerir su cinismo, sin oír los ecos que hace sobre el cráneo del ultrajador, la única neurona que lo ocupa.

Son seres vivos con poco seso, que optan por ser peliculeros y patéticos cómicos de sainete medieval, dirigiendo sus mentiras a inteligentes escuderos de ideologías solidarias y conciencia social, con sabiduría alejada de frivolidades prometeicas y bravuconerías seudocráticas.

CON SU PERMISO, PRESIDENTE

CON SU PERMISO, PRESIDENTE

Los millones de sufridores que ayer no tuvimos oportunidad de preguntar al presidente en la rueda de prensa que concedió en el palacio que le hemos prestado, nos tuvimos que conformar con ver, oír y comentar sus palabras a la familia o amigos, como voy a hacer yo con los visitantes de esta bitácora.

1 – Aceptar que los recortes no han producido los efectos esperados y seguir con ellos dice poco a favor del Gobierno, porque la perseverancia en el error conducirá a la quiebra total.

2 – Pasar la tijera por los servicios públicos básicos, funcionarios y parados, manteniendo el número de políticos, sus sueldos, complementos y privilegios, llevará a las barricadas.

3 – Sanear los bancos con dinero público para que luego éstos endeuden a los ciudadanos con créditos que benefician a los prestamistas, es un insulto al pueblo.

4 – Reducir el déficit no es opinable, de acuerdo. Pero la impunidad con que se pasean los despilfarradores por la vida pública es un agravio intolerable, preludio de rebeldía.

5 – Asegurar el mantenimiento de las pensiones es el preaviso al tijeretazo que espera a los jubilados, como sucedió con la subida del IVA y la reducción de prestación por desempleo.

6 – Ocultar que todos los tijeretazos suman tanto como el rescate financiero para que los banqueros no pierdan la sonrisa, es una burda maniobra que no merece el indulto.

7 – Guardar en la agenda las medidas que van a aplicarse en el inmediato futuro, diciendo que se hará lo que convenga a los españoles, es descalificar al pueblo que se gobierna.

8 – Silenciar que desde hace cinco meses la situación económica y social del país ha empeorado sensiblemente, multiplicando el descontento ciudadano, es un fraude moral.

9 – Pretender hacernos creer el calvario que está pasando el presidente por tomar medidas tan dolorosas, incómodas y desagradables, es jugar con el sentido común de los votantes, porque el señor Rajoy está donde está por deseo personal y sin ser obligado a ello. Nadie acepta el sufrimiento cuando éste puede evitarse, salvo que los beneficios que reporta compensen sobradamente el quebranto que ocasiona.

10 – Finalmente, tras los aplausos parlamentarios por los recortes y el “que se jodan” de la señora Fabra, los populares han disfrazado sus sentimientos de teatralidad política escénica, guardando silencio o poniendo caras tristes mientras presiden el desfile de funcionarios, desempleados, obreros y discapacitados por las calles de la España, acompañados en la tribuna por banqueros, prelados, estafadores y políticos de todos los colores.

INSULTOS POLÍTICOS

INSULTOS POLÍTICOS

Vamos directamente al grano: ni España se desmorona, ni es comparable con Sodoma y Gomorra,  ni los cuatro jinetes del Apocalipsis se han apostado en los puntos cardinales del país a la espera de una orden divina para lanzar el ataque definitivo que nos aniquile a todos de un plumazo. Nada de eso es verdad, a pesar de los esfuerzos que hacen algunos por acongojar a quienes les escuchan. Tranquilos, que la realidad sólo llega al gris oscuro.

Ocurre, simplemente, que los políticos van por caminos que nada tienen que ver con las rutas que seguimos los ciudadanos. Eso explica los excesos verbales de ambas cuadrillas y los insultos que mutuamente se propinan. Mirad, si hiciéramos caso a las descalificaciones que se hacen unos a otros nos uniríamos los ciudadanos para acabar definitivamente con ellos. Pero como sabemos que todo pertenece al teatro público, pues nada, ni vemos, ni oímos, ni compartimos, aunque la gran mayoría, callamos.

Las acusaciones mutuas de mentirosos son tan frecuentes que de ser ciertas estaríamos en manos de dos pandillas de cínicos de diverso color y pelaje. Cuando unos tildan a los otros de irresponsables y éstos les responden llamándoles ineptos, no debemos concluir que estamos rodeados de irresponsables ineptos. Y si  un alto dirigente acusa a otro del bando contrario de pirómano político y éste responde llamándole borracho, tampoco debemos pensar que hemos puesto la antorcha en manos de un borracho al frente del polvorín autonómico.

La guinda a tanto piropo la puso un diputado cuando le gritó a otro del partido contrario “¡cállate cabrón!”, durante un debate parlamentario, obligándonos a pensar en una oscura competencia para ver quien insulta más y mejor, en el menor tiempo y con mayor eficacia. Esa es la forma que tienen de dirimir sus diferencias. ¡Ah! luego nadie tiene culpa de nada, porque unos responsabilizan a los otros de la situación para garantizar el mal entendimiento.

También se califican mutuamente de farsantes, autoritarios, antidemócratas, cobardes, antipatróticos, expoliadores, sinvergüenzas, traidores y de otras lindeces por el estilo, que de ser ciertas, imaginaos en manos de quienes estaríamos.

No contentos con insultarse entre ellos, algún incontrolado se acuerda de nosotros y nos llama miserables, mientras otro califica como “tonto del culo”,  a un periodista incómodo, y se queda tan contento. Son así.

Pero no hay que dar importancia a estas perlas. Los ciudadanos somos bastante más sensatos y prudentes que estos dirigentes, elegidos por nosotros entre los que nos ofrecen los partidos, como mal menor, porque no tenemos otros.

 

ESFERICIDAD DEL INSULTO

ESFERICIDAD DEL INSULTO

Dirigiéndose a un peón de albañil que habría hecho algo censurable según el criterio del constructor, éste le insultaba llamándole tonto esférico, es decir, que el pobre obrero era tonto, se le mirase por donde se le mirase, dada la homogeneidad de la esfera.

Pero lo que este católico de misa dominical utilizaba como insulto degradante a uno de sus “hermanos”, la iglesia que en su seno lo cobija declara al ofendido afortunado en su esfericidad porque los bienaventurados resucitarán en forma de esferas y entrarán rodando en la eternidad, según nos cuenta Borges que anticipó hace casi dos mil años Orígenes, en Alejandría. Vamos, que el trabajador ofendido es un resucitado que va camino de la eternidad rodando, ….por el suelo, a base de patadas , como la propinada por el patrón.

Junto a este humilde obrero, – tonto esférico según el capataz -, ruedan a su lado muchos  pobres de verdad, no de espíritu evangélico, acompañados de forzados mansos capados en su libertad por la dureza de una vida inmerecida, porque nadie es acreedor de la necesidad, mientras haya quien arroja al contenedor el sustento de una familia.

También ruedan con el tonto los que lloran su desgracia compartiendo las desgracias de quienes tienen hambre y sed porque les falta el pan, el agua y, por supuesto, la justicia. Los misericordiosos no ruedan, pero van al lado de ellos retirando las piedras del camino para evitar que se desnuquen en alguno de los giros. A los puros de corazón no se les ve por parte alguna dado que no pasan de media docena. Los pacificadores ruedan también hasta que una bala les hace pedazos el corazón y entonces ya no ruedan, sino caen como tablones sobre la arena del desierto.

Los que no ruedan con los afortunados tontos esféricos son los políticos perseguidos por la justicia que piensan poco en el cielo, porque están muy cómodos en los sillones oficiales. No ruedan, pero flotan en el aire girando sobre el patriarca, centrifugando cuanto interfiere a sus intereses y manteniéndose en órbita circular sobre la presa como hacen los buitres con la carroña.