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CAMINO DE LA FELICIDAD

CAMINO DE LA FELICIDAD

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La felicidad es quimera inalcanzable para las almas dormidas, empeño inútil de añejos espíritus, aspiración frustrante de los desesperanzados, presea infecunda de los farsantes, ambición estéril de maliciosos y desengaño para codiciosos que pretenden comprarla en una taquilla, ignorando que la insolidaridad, el orgullo, la ambición y el desamor condenan a la infelicidad.

Tampoco basta el deseo de ser feliz para conseguir serlo, pues hay que remangarse y tirar de la felicidad hacia sí con fuerza de portor amarrado a maroma, porque no es dócil a mandatos ni supersticiones, por mucho que la presenten sonriente junto a deidades de diferente naturaleza y procedencia.

La felicidad no llega siempre vestida de novia, ni con un título académico en el bolsillo, ni con el certificado de nacimiento de la mano, ni con el primer beso enamorado, porque a veces se presenta inesperadamente tras un fracaso, un golpe de muerte, un abandono o entre lágrimas reconfortantes por el desgarro amoroso.

Pero es más fácil encontrar la felicidad en la indulgencia del perdón; en la renuncia a beneficio propio por el bienestar ajeno; en la lealtad a ideas y personas; en el encuentro enamorado; en el pan compartido; en la esperanzada entrega; en el viaje interior; y en el amor a la vida, que el más grande enamoramiento que tenemos, porque la muerte posterga todos los amores.

HACER FELIZ AÑO

HACER FELIZ AÑO

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En este día de buenos deseos hacia los demás, hago de las rutinarias intenciones un compromiso de vida, proclamando mi sincera propuesta de contribuir a la felicidad ajena, sabiendo que serán muchas las ocasiones que el año 2015 me brindará para hacer posible el deseo que hoy expreso con vocación de realidad.

Por eso, no deseo a mi familia, amigos y vecinos que tengan un feliz año nuevo, sino que intentaré realizar mi empeño en hacerlos más dichosos, cambiando el sonsonetario “feliz año 2015” por el comprometido “te haré más feliz en 2015”, poniendo mi voluntad al servicio de las personas que me rodean para contribuir a su bienestar a lo largo del año que hoy comienza.

Los que se unan a mis intenciones, más allá de los rutinarios deseos, deben saber que no será fácil cumplir tal propósito porque tendrán en contra todo aquello que se ocupa en preservar el propio bienestar, por encima de la buenaventura ajena, pues hacer felices a los demás implica sobreponer la generosidad, al beneficio personal; la pereza moral a la diligencia espiritual; el cansancio a la fortaleza; la decepción al compromiso; el desánimo a entusiasmo; y la intolerancia a la indulgencia.

Pugnar por el bienestar de los demás exige renunciar a la condición humana determinante que nutre el instinto de supervivencia propia, para hacer posible la supervivencia de los demás. Rechazar la complacencia propia en beneficio de la satisfacción ajena. Desertar en la batalla por alcanzar la gloria personal, subiendo a hombros a quienes no lleguen los aplausos.

Poner la voluntad al servicio de la felicidad ajena implica estar dispuestos a ofrecer sin recibir ofertas; a luchar por quienes nos abandonarán en el combate; a ceder el paraguas en los aguaceros de la vida; a llevar el peso del dolor de quienes nos han dañado; a dar y darse sabiendo que la donación dejará rasguños, porque hacer felices a los demás implica sacrificio personal, renuncia a intereses propios, privación de bienestar y concesión de tiempo no disponible.

Con esa intención comienzo el año nuevo, prometiendo ocuparme algo más de la felicidad de quienes comparten mi vida sin desearles feliz año, esperando comparecer ante todos los lectores de este blog el próximo San Silvestre para decirles que cumplí en 2015 lo prometido un día como hoy en que pongo mi empeño a favor de la felicidad de quienes me rodean.

RETORNO A LA INFANCIA

RETORNO A LA INFANCIA

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Ayer he renovado el imposible deseo de volver a la infancia y en ella permanecer soñando el resto de días que me faltan para alcanzar el eterno descanso que a todos nos espera, sin posibilidad de redención ni milagro que alivie el empeño de la vida en dejarnos abandonados al pairo del olvido.

Viendo la cara de los niños observando a Sus Majestades venidos de Oriente, con los ojos deslumbrados por el brillo de sus pupilas, pensaba en las virtudes que guarda la primera edad que todos abandonamos, cayendo en manos de la irreversible madurez que, por inmadura, nos impide madurar en el amor y la solidaridad.

Volver a la infancia nos permitiría someter la razón a la sinrazón de la esperanza, imposible para los adultos, llevándonos a pedir cosas imposibles y conseguirlas. A mantener la capacidad de asombro ante las pequeñas cosas de cada día. A ser crédulos de imposibles quimeras; veraces, sin la picardía que guarda la adolescencia; y bondadosos, sin la maldad reservada a los mayores.

Necesitamos la sencillez, ingenuidad e indulgencia de los niños, para abandonar penas y rencores acumulados, llevándonos el olvido a la reconciliación inmediata tras una riña con nuestra yunta doméstica o laboral.

Humildes como ellos, para saber que solos y sin ayuda de demás no llegaremos a parte alguna ni conseguiremos lo que buscamos. Crédulos para dormir el sueño de la vida dejándonos mecer por cuentos que nada tienen que ver con la realidad. Y confiados, como ellos, en el vecino mayor que nos visite, para declararle con desvergüenza y sin preocupación nuestros sentimientos.

No se trata de aniñarse, ni de achicarse, sino de ir en pos de aquello que se desea sin medir el peligro que se corre para conseguirlo.

¿No será el regreso a la infancia perdida el camino a seguir para recuperar la esperanza?